Reproducimos un fragmento de esta nueva obra de Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, que analiza la trayectoria del PCCh a lo largo de sus 100 años de existencia. Inicialmente publicada en gallego, pronto estará disponible también en castellano y otras lenguas.
Los párrafos reproducidos corresponden al capítulo final «Una síntesis centenaria».
«Hay, en la trayectoria del PCCh, algunas constantes que a nadie escapan. Distinguiría, en primer lugar, la redención de la nación. El componente nacionalista es perfectamente reconocible como nervio estructural de la identidad del PCCh. En esencia, surge como expresión del antiimperialismo (también del antifeudalismo) y como alternativa orgánica para que China pueda alcanzar una vía de superación de la inexorable decadencia que la asoló a partir de mediados del siglo xix. Esa identidad patriótica del PCCh, ab initio de definición programática internacionalista y proletaria, se traduce en la legítima aspiración a recuperar la significación de China en el concierto internacional y su reconocimiento como «país grande» habilitándole, en consecuencia, espacios de relevancia y responsabilidad acordes con su estatus.
En segundo lugar, se halla la búsqueda del desarrollo y del bienestar. Desde su fundación, el PCCh es plenamente consciente de la inmensa situación de atraso de su país con respecto a las naciones más avanzadas del mundo. La superación de la pobreza y el logro de un bienestar elemental, lo que se conoce en el argot oriental como «sociedad modestamente acomodada», forman parte de su vademécum de origen, que se inscribe en una orientación fundacional de signo socializante.
En tercer lugar, se sitúa la insistencia en establecer un camino propio para alcanzar sus objetivos. Cierto es que la Internacional Comunista apoyó los primeros pasos del PCCh tras su fundación influyendo, de forma significativa, en la conformación de su liderazgo y en sus decisiones políticas. No obstante, lo cierto es que, desde el primer momento, hubo otros enfoques y resistencias internas, en gran medida capitalizadas por Mao Zedong que, a la postre, en la Reunión de Zunyi (1935), acabó por imponer un liderazgo indispuesto para aceptar, sin más, las consignas elaboradas en el exterior y que el PCCh, como destacamento nacional del movimiento comunista internacional, debía aplicar casi sin rechistar. La búsqueda de una vía original para desarrollar el país, construir el socialismo y llegar al comunismo ha influido, de forma sustancial, en la cristalización de diversas iniciativas políticas en el curso de la historia del PCCh.
Por otra parte, en las diferentes etapas históricas del PCCh, han surgido motivos de conflicto que, claramente, han partido aguas entre unos y otros sectores o líneas. Por su trascendencia política y práctica, significaré cuatro elementos.
En primer lugar, se encontraría la importancia de la lucha de clases o, dicho de otra forma, el sempiterno debate sobre la cuestión de la primacía de la ideología o de la economía como eslabón principal para alentar el desarrollo del país y construir una nación socialista. Todo el período maoísta ha estado condicionado por los altibajos de esa contienda interna. Las sucesivas campañas ideológicas y convulsiones interiores en los primeros lustros que siguieron a la fundación de la República Popular China han tenido por guía esencial y eje irrenunciable la creencia dominante de que el impulso de la lucha de clases facilitaría el aislamiento de los enemigos de la revolución y, por lo tanto, su desarrollo impetuoso y acelerado. La exacerbación de la lucha de clases, confundiendo a amigos y aliados con enemigos, tuvo importantes costes para el PCCh y el país y, en buena medida, explica la naturaleza antitética del denguismo, cuando expresamente sitúa la construcción económica por encima
de la ideología aun sin renunciar, ni mucho menos, a ella.
Un segundo elemento tiene que ver con la construcción del Partido y especialmente con el estilo de dirección y liderazgo. Es sabido que el desarrollo del maoísmo se construyó históricamente en torno a un creciente culto a la personalidad de quien simbolizó la Revolución china. El Gran Timonel, que condujo a la victoria a las huestes revolucionarias, con el paso de los lustros, fue cercenando la influencia de rivales e imponiendo, con el apoyo de aduladores, un poder personal, que dañó severamente la institucionalidad orgánica del PCCh y sus principios de funcionamiento. La reacción a tal proceder que, tras su muerte, supuso el denguismo puso el énfasis en la recuperación de la normalidad, en la rehabilitación de los injustamente condenados, la institucionalización de un liderazgo colectivo, la disposición de reglas formales e informales para afrontar desde las jubilaciones a los procesos de sucesión y, en suma, el fortalecimiento de una vida partidaria seriamente aquejada por los vaivenes experimentados en el período precedente.
Una tercera cuestión que considerar es la defensa y minimización del igualitarismo en lo social. Inseparable de la preeminencia ideológica en la vertebración del socialismo chino, la defensa del igualitarismo es una de las características del maoísmo, expresada tanto en la plasmación de alternativas como las comunas populares como en el temor obsesivo a promover procesos de enriquecimiento que pudieran derivar en la conformación de grupos sociales hostiles a la revolución. Por el contrario, el denguismo admitió sin ambages que, en la etapa primaria de la construcción del socialismo, se debía admitir que unos se enriquecieran antes que otros (al igual que unas regiones antes que otras) y fomentó la iniciativa individual y de abajo arriba, sin perjuicio del arbitrio de mecanismos compensatorios y de solidaridad que contribuyeran a la prosperidad común. El denguismo desterró el igualitarismo tanto como su praxis exacerbó, a la postre, las desigualdades. «Al abrir la ventana, además del aire puro, también entran las moscas», decía Deng Xiaoping; no obstante, no llegó a calibrar la magnitud de los «efectos indeseados» que tanto escandalizarían como resultado de la aplicación de la fórmula: «primero eficacia, después justicia».
Una última cuestión que pesó en el desarrollo histórico del PCCh es la relación con el «partido padre». La ruptura del cordón umbilical es una cuestión que se resuelve en dos tiempos y que, como bien es sabido, pesó como una losa en el movimiento comunista internacional, especialmente en los años setenta del pasado siglo. Como ya se dijo, el PCCh contó con el auxilio soviético en los primeros años de su existencia. El apoyo de la Internacional Comunista se tradujo en una influencia sustantiva en el rumbo político del Partido, ya hablemos de las relaciones y la colaboración con el nacionalista Kuomintang o las propias tácticas revolucionarias, en especial la significación del mundo rural y urbano en la gestación de la revolución. El liderazgo de Wang Ming personificó esa divergencia entre los adeptos a las tesis soviéticas frente a quienes insistían en partir de la propia realidad para hallar la vía adecuada y adaptada a las condiciones locales. En la decisiva Reunión de Zunyi, en plena Larga Marcha tras la derrota de la República Soviética de Jiangxi, Mao logró aunar una voluntad mayoritaria en torno a su criterio. El vocablo «soviético» desapareció a partir de entonces de las proclamas revolucionarias que daban cuenta de los avances del PCCh. No obstante, a pesar de un breve paréntesis de esperanza, esos desencuentros entre el PCCh y el PCUS lastrarían su relación tras el triunfo de la revolución, manifiestos tras el XX Congreso del PCUS o a la vista de las exigencias militares de Nikita Jruschov a Mao. Y subsistirían incluso tras la última pendencia, con la pugna ideológica y por la influencia política en las luchas revolucionarias de muchos países del Tercer Mundo en varios continentes.
Esta cuestión de la ruptura del cordón umbilical es de gran importancia en la trayectoria del PCCh, por cuanto incide en la determinación para explorar una senda propia (y, subsiguientemente, de mayor acierto que la seguida por el «social-imperialismo» soviético), pero igualmente para rechazar cualquier forma de hegemonismo, que tanto afectaría a la dimensión partidaria como estatal.»