Iniciado en 1978, el proceso de reforma chino se plantea como un ejercicio de transformación y modernización del país, si bien excluyendo alterar la naturaleza del régimen político, cuya fuerza esencial es el Partido Comunista, quien ejerce el monopolio del poder. Lo primero parece claro a la vista de los índices de crecimiento, ¿y lo segundo?
A partir de 1978, la realidad de China, como consecuencia de la aplicación de la política de reformas, ha cambiado mucho en numerosos aspectos, conforme a un proyecto no del todo definido y que se va construyendo y programando por etapas. No estamos ante un proyecto acabado y la orientación final de ese proceso, dependerá, entre otros factores, de la correlación de fuerzas interna.
La reforma ha aumentado el poder de China y su influencia en el mundo, y también ha originado, en el interior, profundas mutaciones y problemas, emergiendo nuevos actores sociales e importantes tensiones de todo tipo. La reforma tiene más de un lado oscuro y descuidado. La falta de sensibilidad del PCCh respecto a los problemas sociales generados en las últimas décadas, constituye una denuncia permanente que contradice su proclamado ideario emancipador.
El PCCh, sin dejar a un lado la obsesión del crecimiento, concentra ahora buena parte de su energía en el restablecimiento de un cierto equilibrio perdido en la reforma, a sabiendas que de ello puede depender su propio futuro político. Se trata de promover, en lo fundamental, medidas en diversos campos que excluyen cambios políticos sustanciales.
El atrevimiento mostrado por el PCCh a la hora de innovar en las esferas económicas o sociales, generalizando la presencia del mercado o las diversas formas de propiedad, no tiene por que darse a la hora de promover un cambio de régimen y, de producirse, no tiene por que ser la consecuencia, al menos natural, de este proceso.
El PCCh ambiciona mantener el rumbo político de la reforma, instrumentando e innovando mecanismos de control en todos los órdenes, ya sea en lo económico (manteniendo su influencia directa en los sectores estratégicos), político (rechazando el pluralismo y promoviendo limitadas reformas que le afiancen), social (multiplicando su presencia directa o indirecta, a través de las organizaciones de masas), ideológica (ejerciendo un control absoluto de los medios de comunicación y dando reiteradas muestras de no claudicación en este aspecto) y en el orden de la seguridad (subordinación directa del aparato militar y policial). Los nuevos actores y poderes que han surgido como consecuencia de la reforma deben asumir el liderazgo del PCCh y este aspira a integrarlos en sus propias filas.
A pesar de las fuerzas liberadas, el PCCh aún mantiene el control global del proceso chino, que entiende como un ejercicio de soberanía que debe aumentar sus posibilidades de proyección. Esa soberanía es una de las claves esenciales que alertan de la singularidad de la reforma, favorecida por el poso de una milenaria cultura que goza de creciente presencia en el lenguaje político y afianza una vocación de subsistencia a largo plazo que no se debe desdeñar.
Frente a la hipótesis de una evolución a la taiwanesa (culminando con un sistema político internacionalmente homologable en lo esencial), o la plasmación fáctica de una lenta socialdemocratización a la china (justificada por el giro social de la reforma), la posibilidad de una larga transición de resultado incierto vendría justificada por esa búsqueda permanente de un sistema adaptado a las particularidades del país, lo que vendría a derivar en una especie de nuevo mandarinato pilotado por el PCCh y basado en el ejercicio de un gobierno virtuoso y al servicio de la ciudadanía.
Al PCCh le espera una década decisiva en la que el rumbo del actual proceso podría decidirse en función de las exigencias internacionales en un marco de interdependencia cada vez más acusado, y en función de las tensiones internas que, con la aparición de nuevas fuerzas con proyección política interior, podría alentar debates antagónicos y fragmentar el consenso que hoy caracteriza la formación y gestión de su discurso. La clave nacionalista puede servir de peligroso aglutinante de reserva. El PCCh se arroga la capacidad última de preservar la soberanía china.
En política exterior, cabe esperar de China, adepta al multilateralismo, un comportamiento globalmente beneficioso, aunque las tensiones, especialmente con EEUU (sobre todo por el futuro de Taiwán), tenderán a aumentar. China es el gran rival estratégico de Washington.