En el transcurso de su mandato, Xi Jinping ha enmendado la plana en varias ocasiones a Deng Xiaoping. Así ocurrió con aspectos importantes del denguismo como la dirección colegiada o la limitación de mandatos, el perfil bajo en la política internacional, la criba de la creatividad de las bases para favorecer la centralización o la minimización de toda crítica en aras de la exaltación de la lealtad y el fomento del culto a la personalidad. Ahora parece haber llegado el turno a otra de las aportaciones políticas más singulares de Deng: el principio de “un país, dos sistemas”.
Este vaticinio se apoya en varios argumentos. Primero, asistimos en las últimas semanas a una acusada recentralización de los asuntos de Hong Kong que amenaza con pulverizar la autonomía local. La definición de una amplia autonomía fue la base de aquel principio hasta el punto de prohibirse las interferencias del gobierno continental en sus asuntos (art. 22 de su estatuto básico). Ahora Beijing viene a decir que la Oficina de enlace del gobierno central en Hong Kong es parte del marco político local y puede intervenir a su antojo en los asuntos de la ex colonia sin que ello conculque el citado artículo. En la práctica, esto equivale a situar jerárquicamente la autoridad de esta oficina por encima de la autoridad del gobierno local que preside Carrie Lam.
En segundo lugar, la impronta continental en la definición de la agenda política se ha puesto de manifiesto en la “sugerencia” de que las autoridades locales promulguen una legislación específica en materia de seguridad nacional. El director de la oficina de enlace, Luo Huining, urgió la aprobación de un proyecto de ley para desarrollar el art 23 del estatuto básico para abordar las “deficiencias” en el sistema legal del territorio con el argumento de poner coto a las interferencias de las fuerzas extranjeras en la vida política de Hong Kong. En 2003, un intento similar provocó protestas tan masivas que debió ser abandonado. La reforma del sistema legal del territorio podría afectar también al sistema judicial y, por supuesto, al educativo.
Impaciencia
Beijing quiere meter en cintura a la oposición y evitar que Hong Kong se convierta en sinónimo de inestabilidad política. El asalto del poder central a la autonomía del territorio se intuía con los nombramientos de Luo Huining como director de la oficina del gobierno central en la ex colonia y de Xia Baolong como jefe de la oficina de enlace del Partido Comunista. Los dos son aliados próximos de Xi y cuentan con un alto perfil y experiencia política en la dirección de provincias como Qinghai o Shanxi, en el primer caso, y de Zhejiang en el segundo.
De sus entornos han salido los mensajes contra quienes dificultan el funcionamiento del Consejo Legislativo con “tácticas despreciables”. Varios diputados podrían ser suspendidos por “faltar a su juramento”, acusados de sabotaje político y mala conducta en su desempeño. A ello hay que sumar la reciente detención de varios activistas destacados estableciendo una peligrosa asociación entre las acciones del movimiento opositor y el terrorismo. Hay quien reclama ya condenas ejemplarizantes.
Además de restaurar la seguridad, Beijing tiene una gran preocupación añadida. En noviembre pasado, los candidatos hostiles a la política del gobierno central sumaron 3 millones de votos y ganaron 389 de los 452 puestos en disputa en los consejos locales. En septiembre deben celebrarse elecciones al Consejo Legislativo. Un triunfo similar de la oposición podría bloquear el funcionamiento del parlamento local. La popularidad de Carrie Lam está bajo mínimos. No sería descartable un aplazamiento de los comicios con la excusa de la pandemia.
El PCCh ha fijado un catálogo de prioridades marcado por la impaciencia. Con el argumento de una pésima situación económica por el impacto de la Covid-19, ya ha adelantado que la estabilidad social será crucial para la recuperación. Xi Jinping visitó Hong Kong en 2017 y ya entonces dejó claro lo que estaría permitido y lo que no sería aceptado. La promesa de Deng de mantener la vigencia de la fórmula “un país dos sistemas” por 50 años finaliza en 2047, pero da la impresión de que la actual dirigencia china se desentiende se ella y quiere acortar los plazos. Y si Hong Kong era un laboratorio para aplicar luego la fórmula a Taiwán, dar por fallido el experimento podría tener graves consecuencias sobre las perspectivas de hallar una solución pacífica para la reunificación con la isla.
Sin duda puede haber fuerzas externas interesadas en “crear problemas” a China en Hong Kong. Pero la represión difícilmente ayudará a reconstruir la confianza, única solución de futuro que debe pasar por fomentar el diálogo político y la autonomía, no por su liquidación. En vez de calmar las tensiones, podría agravarlas y en el mejor de los casos alimentará la desafección y el resentimiento.