En gran medida nuestra comprensión sobre qué pasa en China está sustentada en emociones, sobre todo cuando se trata de acontecimientos como los de la Región Autónoma de Xizang, Tíbet, surgidos a partir de la segunda semana de marzo de 2008. Más allá de la formación académica, ética, o de políticas editoriales, filias y fobias tienen un peso enorme cuando de explicar procesos sociales se trata. El observador tiende a ser presa de dicotomías no exentas de maniqueísmo: minorías-mayoría, colonialistas-colonizados, victimarios-víctimas, malos-buenos, seres espirituales-materiales…
Se da, casi de manera espontánea, una simpatía hacia el Tíbet. Lo cual es perfectamente explicable por muchos aspectos. Por ejemplo, quién no se ha sentido protegido, bienvenido y maravillado por esos excelentes anfitriones que suelen ser los tibetanos, que en verdad lo hacen sentir a uno como en casa, sino es que mejor. Por el contrario, quién no se ha sentido algo más que molesto con el provincialismo rural de algunas zonas cosmopolitas donde dominan los han, quienes pueden ser los mejores ahuyentadores del turismo del planeta.
Los especialistas tenemos que buscar las palancas, sino para mover al mundo, si para salir del pantano que significan las dicotomías enunciadas, además de muchas otras, donde están claramente establecido, desde el primer momento, como en culebrón mexicana o en el realismo literario socialista, los personajes malos y los buenos. No hay posibilidad de error.
La realidad es más complicada.
En su larga disputa por ejercer diferentes dominios, hegemonías, sobre la población en suelo tibetano, existe un punto de contacto-coincidencia esencial entre Beijing y Dharamsala: desde ambos sitios se han hecho un gran y exitoso esfuerzo por impedir la organización política de las poblaciones del Tíbet, organización que les hubiera permitido a los mismos enfrentar en mejores condiciones sus destinos. Cabe agregar que, los tibetanos no han creado hasta ahora organismos para encontrar una tercera o cuarta vía que les permita salir del dilema en el cual se encuentran prisioneros: por un lado, opciones, información, actores y ganancias limitadas; por el otro, pérdidas inconmensurables a corto plazo. Pocas opciones, Dalai Lama-Hu Jintao, para una complejidad social tan rica.
Sobre las partes en conflicto, al menos de dos de ellas, el gobierno central y el Dalai Lama, se puede decir que, muy parcialmente, han flexibilizado sus posturas. Lo más interesante es que, igualmente con muchas limitantes, la primera ha cambiado de forma más sustancial que la segunda, aunque por momentos, como en su forma de lidiar con los problemas reales y patentes, retrocede de forma considerable, sobre todo en el nivel discursivo, lo que no necesariamente se cristalizará en términos prácticos. Por lo demás, la dimensión de los problemas tibetanos es enorme: la profundidad de los mismos no esté en Langley, Virginia; pero tampoco, totalmente, a Zhongnanhai. En todo caso, se trata de cómo entran en relación y colisión diferentes fuerzas políticas sociales, de lo cual se desprenden perspectivas y desafíos:
a. Los tibetanos tienen que encontrar su propio camino político-organizativo, en gran medida independiente de los “grandes” actores, sobre todo del Dalai Lama, una fuerza en muchos sentidos agotada políticamente, aunque pudiera renacer. Por muchas razones, que no cabrían en este espacio, su futuro está ligado casi de manera irremediable a China, no por una historia mítica sino por un proceso histórico muy real, sobre todo el de los últimos sesenta años.
b. El Dalai Lama, siempre vacilante y no siempre oportuno, tendría que cambiar discurso y acción; sobre todo parece clara la necesidad, primero, de que mande mensajes claros y consistentes a sus (posibles) partidarios, ajuste sus tácticas a la existencia de un Estado autoritario “suave”, asuma claramente sus cualidades de líder político, asunción que trae aparejada una gran responsabilidad hacia seguidores, sobre todo cuando su vida pudiera estar en juego. El acercamiento del Dalai Lama a elites políticas, pero sobre todo del mundo del cine, así como a clases medias, supongo que le habrá rendido fruto a su movimiento, no parece haber sido positivo para los tibetanos.
c. El gobierno regional autónomo y su burocracia, inclusive para su propio beneficio, tiene como gran reto lograr una mayor y más real autonomía para el Tíbet. Por ahora, tal vez, no entienden que sus intereses, materiales e históricos, están en Lhasa y no en Beijing.
d. Resulta evidente que la gran preocupación, expresada iniciativas políticas no muy exitosas aún, relacionada con la creciente desigualdad entre este, costa, y oeste, Xinjiang y Tíbet, principalmente, se puede convertir en una pesadilla. El gran reto, inconcebible en el corto plazo, tiene que ver con un cambio en la orientación colonizadora y paternalista de origen europeo, menospreciadora de las “minorías”, cuyo crecimiento-desarrollo dependería de un pueblo civilizado, los han. Los gobernantes reconocen los problemas, han tratado de solucionarlos, pero no han podido.
Los tibetanos necesitan algo parecido al documento de 1951 denominado Acuerdo de 17 puntos para la liberación pacífica del Tíbet para el siglo XXI, el cual permita reducir, enfrentar y negociar los conflictos. El problema esencial es que los actores, sobre todo el Dalai Lama, escogieron la vía suma cero, sin tomar en cuenta muchas veces cuál era y es la relación de fuerzas. La presión y el activismo externos no son menospreciables, como la historia china lo muestra; sin embargo, son completamente inútiles si no van acompañados de las tácticas internas adecuadas, pero sobre todo los cambios internos sustanciales solamente son posibles desde adentro, sin importar lo famoso y moralmente correctos de los apoyadores en el extranjero.
Es importante señalar tres aspectos: primero, no es posible afirmar tajantemente que los intereses políticos expresados alrededor de la figura del Dalai Lama sean una fuerza política homogénea, o que los tibetanos sigan o estén de acuerdo mayoritariamente en sus políticas respecto a China; segundo, más allá de los juegos olímpicos, el gobierno central se está fortaleciendo políticamente entre su población, lo cual es una clave de su éxito, por lo menos es una razón enorme por la cual no se preocupa demasiado; sería interesante analizar por qué a China y a los chinos se les cuestiona su derecho a ciertas conductas, algunas totalmente legales y otras no tanto , que se aplauden en otras partes, o que por lo menos pasan desapercibidas, como lo son las expresiones nacionalistas y el uso de la violencia estatal.
El “problema” tibetano será resuelto, en el mejor de los casos, a partir de políticas estatales exitosas, pero también y fundamentalmente a partir de una mayor participación social, la cual tendría que ser laica, lo mismo frente a la religiosidad lama que frente al misticismo político capitalino. En última instancia, como la historia lo muestra, sobre todo los últimos 160 años lo muestran, de las Guerras del Opio al 1989, pasando por la Larga Marcha, dos elementos son esenciales para triunfar en China: la capacidad organizativa y la habilidad para estar al lado de las “masas”.
Por lo demás, no se debe olvidar que muchos de los acontecimientos chinos, como desequilibrios económicos, descontento social, represión gubernamental, son en gran medida explicables por lo que se aplaude: el exitoso camino chino al capitalismo, el cual está empedrado de terribles males y está acosado por fantasmas terribles.
Precisamente por el peso delo emocional, la (inter) relación entre actores chinos y extranjeros se vuelve cada vez más importante y no exenta de roces a veces muy intensos. No se trata del enfrentamiento en bloque de oriente-occidente, o algo similar. Bajo la pretendida universalidad de valores, casi en la superficie yacen interpretaciones e intereses específicos. No todos responden de la misma manera, ni dentro ni fuera de China.
Algunos medios no chinos son muy interesantes al respecto.
Algunos no se han sentido cómodos por la respuesta de sectores chinos que no han gustado de su cobertura, arguyen la no descartable totalmente mano gubernamental. Interesante: el papel del gobierno chino depende de quién sea el blanco, ya que los chinos son estúpidos para algunas cosas, sobre todo cuando son miopes y no ven al que tiene la verdad, alucinante argumento del corresponsal de la BBC en Beijing: los chinos tienen salvación, la cadena inglesa, no otra, es la que trae la verdad, el periodismo como tabla de la ley.
Paradójicamente, la manera en cómo se percibe que los medios cubren los acontecimientos del Tibet, por un lado, ha ayudado a fortalecer la legitimidad del gobierno de Beijing, en la mayoría de la población; por otro, alienarse aun más respecto a sectores intelectuales. En un perverso juego que nos remonta al siglo XIX, la “agresión imperialista” ha servido para cerrar filas. El periodismo, asumiendo papeles que no necesariamente les corresponden, fortalece a los “comunistas”.