La conveniencia –o no—de boicotear los Juegos Olímpicos para presionar el gobierno chino sobre su política tibetana es un tema complejo. El mismo Dalai Lama rechaza el boicot. Además, las reivindicaciones de las entidades y personas que promueven un boicot son confusas y contradictorias.
Fuera del Tíbet se reivindica su independencia, cosa que no pide el mismo Dalai Lama. Ningún país del mundo la reconoce. Otra cosa es la defensa de la diversidad cultural, pero hay que tener claro qué es aquello que se está defendiendo. La situación del pueblo tibetano antes de la revolución comunista era lamentable: un feudalismo brutal mantenido por la complicidad entre una teocracia budista y una aristocracia tibetana, con esclavitud, explotación sexual y grandes desigualdades sociales. No era ni es la Shangri-la inventada por Hollywood. El respeto a la diversidad no debería tolerar prácticas incompatibles con los derechos humanos, sean tradicionales o no.
Los hechos recientes han mostrado que los tibetanos del exilio ya no representan la realidad de las jóvenes generaciones sobre el terreno. El exilio denuncia la política económica del gobierno como “genocidio cultural”, pero la amenaza mayor para la cultura autóctona es el consumismo, una parte esencial del capitalismo que subvierte los valores tradicionales.
La distribución de la nueva riqueza ha beneficiado más a la población china que a la tibetana. Por todo el mundo, el pueblo chino ha mostrado una gran capacidad emprendedora que lo convierte en el blanco de pogromos en momentos de dificultad económica, como pasó en Malasia y en Indonesia, y como ha pasado ahora en el Tíbet.
Un pogromo no es en absoluto una manifestación pacífica. Al gobierno chino le ha servido para justificar el uso de la fuerza, pero las actuales manifestaciones anti-Juegos Olímpicos no están exentas tampoco del uso de la fuerza. El Dalai Lama ha sido incapaz de hacer valer la ideología que él defiende.
El intento por parte de los exiliados de organizar manifestaciones pacíficas que aprovechan la proximidad de los Juegos Olímpicos ha producido una situación que demuestra que la realidad tibetana es muy distinta del relato promulgado desde el exilio. La frustración de los tibetanos tiene mucho más que ver con el mal reparto de la riqueza que con la represión cultural, y es por esta razón que los primeros brotes de violencia han sido ataques xenófobos a personas y propiedades chinas.
Muchos medios de comunicación han distorsionado y manipulado las noticias. La población china percibe un tratamiento mediático de los hechos que es parcial e incompleto y que supone un insulto y ataque a su soberanía y crecen los sentimientos nacionalista y populista que preocupan tanto al gobierno chino como a los disidentes.
La mejor manera de persuadir al gobierno chino es mediante el diálogo y el compromiso. Cualquier intento de humillarlo será contraproducente. Podría tranquilizar algunas conciencias fuera de China y del Tíbet pero no cambiará la política del gobierno chino ni mejorará la situación de los tibetanos.
Hay que buscar estrategias de comunicación intercultural más efectivas, y por eso, hay que tener más conocimiento de causa, y más respeto mutuo, y menos deseo de imponer un modelo propio. La interdependencia económica no lo permite.