Biden y Xi Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

La primera cumbre –virtual- entre los presidentes estadounidense y chino, Joe Biden y Xi Jinping, se demoró más de lo deseable pero no solo fue larga sino también productiva. Quizá lo más relevante de su aportación sea la suma de la idea de la estabilidad a la de competencia como ejes conductores de las relaciones bilaterales.

No hay que hacerse demasiadas ilusiones, es verdad. Aun así, hay asuntos transversales en los que sin duda pesará más la cooperación que otras variables. Es el caso tan recurrente del cambio climático. Un acuerdo bilateral previo a la cumbre insufló una bocanada de esperanza a las decisiones de Glasgow. También, tras el diálogo, hemos conocido la suavización de las restricciones para los medios de comunicación, que pronto podrían extenderse al ámbito educativo y académico. También la posibilidad de entablar conversaciones sobre el control de armas. Ojalá llegue también el turno de la salud pública global, dejando a un lado tanta elucubración conspirativa. Pero habrá que acostumbrarse a la persistencia de las tensiones en lo tecnológico y estratégico. Y otro tanto podemos decir de la confrontación ideológica y política o la pugna por las influencias a nivel global y en entornos específicos en continentes como África o en América Latina y Asia-Pacífico.

La Casa Blanca no renuncia a ejercer la máxima presión para mudar el modelo económico-estructural de China. Aunque no está claro que pueda tener éxito. Lo que llevamos de guerra comercial, por ejemplo, no ha debilitado a Xi Jinping aunque algunas reservas se hayan expresado sobre la idoneidad de su política. Las controversias comerciales y estratégicas podrían incluso dar alas a los sectores más conservadores y debilitar la influencia de las élites más proclives a las reformas pro-occidentales.

Que Biden apueste por sumar aliados y no conducirse de manera unilateral puede exigirle una mayor atención –y vocación inclusiva- de otros pareceres, y ese es otro factor moderador pues son muchos los países que no quieren tener que elegir entre economía y seguridad, entre China y EEUU. Es igualmente previsible que se moderen las invectivas para el desacoplamiento, de escaso recorrido efectivo a día de hoy, aunque se implementen ajustes en las cadenas industriales globales.

Pese a todo, persisten las señales de alerta que abundan en el peligro de reedición de la guerra fría, especialmente a la vista de la promoción de alianzas de seguridad como el AUKUS, que se suma al QUAD y a los Cinco Ojos. Otro tanto podíamos decir de propuestas como Build Back Better World (B3W), formulada con el claro propósito de desafiar la Iniciativa de la Franja y la Ruta china, aunque todo indica que con más retórica que compromiso efectivo.

Las miradas podrían dirigirse a Taiwán como hipotético reflejo de una posible distensión. Al tratar esta cuestión, Biden creó un auténtico embrollo. De una parte, tras la cumbre, un portavoz estadounidense desmentía que se esté fomentando la independencia de Taiwán, sino que es Taiwán quien debe decidir. Eso a raíz de unas declaraciones del presidente que generaron confusión al sugerir que Taiwán es «independiente”. Cuando se le preguntó específicamente sobre el comentario «independiente», Biden respondió: «He dicho que tienen que decidir ellos, Taiwán, no nosotros».

Fue el último comentario –pero no el primero- de Biden que arroja dudas sobre la política de Estados Unidos respecto a China y sobre si está cambiando sus posiciones de siempre. En octubre, Biden sugirió que Estados Unidos defendería a Taiwán si era atacado por China, algo que Washington nunca había dicho antes para mantener la ambigüedad sobre el tema. Más tarde, la Casa Blanca emitió un comunicado en el que afirmaba que la política de Estados Unidos sobre la cuestión no había cambiado. Es un tema crucial y cualquier palabra importa. Para Xi, la nueva ola de tensiones en el Estrecho de Taiwán se debe a los repetidos intentos de las autoridades taiwanesas de «buscar el apoyo de Estados Unidos a su programa independentista», así como a los esfuerzos de algunos políticos estadounidenses por “utilizar a Taiwán para contener a China”.

Si bien las relaciones entre Estados Unidos y China pueden ser menos hostiles en los próximos meses, cabiendo una pronta institucionalización de los intercambios y el diálogo bilateral a todos los niveles para contribuir a gestionar mejor el riesgo estratégico, la competencia se antoja inevitable ya que los intereses fundamentales de ambos chocan aun en dominios relevantes.

El asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, dijo tras la cumbre Biden-Xi que el compromiso de EE.UU. con China se intensificaría para garantizar que la competencia entre ellos no derive en conflicto abierto. Sullivan dijo en la Brookings Institution que los dos líderes habían acordado «empezar a llevar adelante la discusión sobre la estabilidad estratégica», lo cual exigiría que equipos al máximo nivel se interpelen sobre cuestiones relacionadas con la seguridad, la tecnología o la diplomacia buscando el compromiso. El planteamiento es adecuado. Ojalá que resulte. Que ambos países asuman que la competencia no debe desviarse hacia el conflicto y que la estabilidad es un bien público mundial a proteger, va en interés de todos.