A principios del mes de mayo de 2021, Beijing suspendió indefinidamente el Diálogo Estratégico Económico China-Australia. El principal planificador económico de la República Popular China (RPCh), la Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo (NDRC, por sus siglas en inglés), alegó que la suspensión se debía a la retórica de “Guerra Fría” de los políticos australianos y su actitud hacia la cooperación bilateral.
No obstante, la principal razón de este movimiento, según James Laurenceson, director del Instituto de Relaciones Australia-China de la Universidad de Tecnología de Sídney, fue la ruptura por parte de Canberra del Memorándum de Entendimiento (MoU) sobre la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI en sus siglas en inglés) del Estado de Victoria con China, a partir de la promulgación de una ley a finales del año 2020 por la cual el Ministerio de Asuntos Exteriores australiano podría desechar los acuerdos firmados entre las autoridades locales y los Estados extranjeros.
Este hecho solo ha sido el último episodio de una larga disputa que ponía fin a una amistad de larga data, que alcanzó su máximo pico durante los gobiernos laboristas en Australia, en especial durante el gobierno de Kevin Rudd. El Libro Blanco de Defensa australiano de 2013 señalaba incluso la necesidad de no tener que elegir bando entre Washington y Beijing. No obstante, las relaciones diplomáticas entre Australia y su principal socio comercial comenzaron a descarrillar a partir del año 2018, cuando Canberra se convirtió en el primer gobierno en prohibir públicamente que la empresa china Huawei participase en el desarrollo de su infraestructura 5G y Australia comenzaba a alinearse en mayor medida con Estados Unidos y el Quad, sobre todo a partir de la llegada al poder del liberal Scott Morrison.
El rifirrafe no hizo más que empeorar con la solicitud pública australiana de una investigación rigurosa sobre los orígenes del coronavirus en abril de 2020. En el mismo mes, Scott Morrison instó a los países de “ideologías afines” a iniciar una reforma de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y sugirió que los investigadores de la misma en Wuhan estuvieran armados de los mismos poderes que los inspectores de armas respaldados por las Naciones Unidas.
Las sanciones de Beijing
Estas acciones del gobierno australiano no parecieron sentar nada bien en Zhongnanhai y supusieron un punto de inflexión en los lazos diplomáticos. Beijing inició entonces una serie de restricciones comerciales para limitar las importaciones chinas de productos australianos. En mayo de 2020, China impuso aranceles a la cebada australiana tras una investigación antidumping de 18 meses. Después, Beijing bloqueó la importación de carne vacuna de cuatro de los principales procesadores de carne de Australia, que se convirtieron en seis en el mes de diciembre.
Otros objetivos fueron las langostas —hasta las restricciones, China había representado el 96% de las exportaciones australianas de este crustáceo— y el carbón australiano, cuya entrada se restringió extraoficialmente en octubre de 2020, dejando a decenas de embarcaciones esperando frente a sus costas.
El golpe final se produjo en marzo de 2021, cuando China formalizó los aranceles antidumping temporales sobre el vino australiano. Beijing impuso tasas, que se aplicarán durante cinco años, de entre el 116,2% y el 218,45% sobre el vino en contenedores de hasta dos litros tras la conclusión de una investigación antidumping que inició en agosto de 2020. Antes del conflicto, China importaba casi el 40% de las exportaciones de vino de Australia por un valor de alrededor de 1.000 millones de dólares australianos —unos 635 millones de euros— al año.
A pesar de estas restricciones, por el momento, el intercambio comercial aún no se ha resentido, pues durante el año 2020, las exportaciones cayeron únicamente un 2,16% gracias a la mayor demanda china del mineral de hierro —cuyo precio batió cifras récord— ante el aumento de su demanda de acero, un material indispensable para respaldar la rápida recuperación de los sectores de infraestructura y de construcción del país.
La guerra de la información
A principios de septiembre de 2020, Canberra revocó el visado a dos periodistas —Tao Shelan, jefa de la oficina australiana del Servicio de Noticias de China (CNS), y Li Dayong, jefe de la oficina de Sidney para China Radio International (CRI)— y dos destacados académicos chinos —Cheng Hong y Li Jianjun—.
A los cuatro se les investiga desde junio de 2020 por un supuesto complot del PCCh para infiltrarse en el Parlamento de Nueva Gales del Sur a través de la oficina del diputado laborista Shaoquett Moselmane, utilizando a su ex empleado John Zhang. La Policía Federal Australiana (AFP) investiga si Zhang utilizó un grupo de WeChat, la principal plataforma de redes sociales china, para alentar a Moselmane a defender los intereses de Beijing. Los medios de comunicación estatales de China acusaron a Australia de “infringir gravemente los derechos legítimos de los periodistas chinos” e “hipocresía al defender la llamada libertad de prensa”.
La investigación echó más leña al fuego en medio de una creciente crisis diplomática respecto al ámbito de la información. A principios del mismo mes, la presentadora australiana Cheng Lei fue detenida en China, sospechosa, según las autoridades, de llevar a cabo una “actividad delictiva que pone en peligro la seguridad nacional de China”. Asimismo, una semana después, los periodistas Bill Birtles y Michael Smith huyeron del país esgrimiendo razones de seguridad, quedándose así Australia sin corresponsales en el país asiático por primera vez en cincuenta años.
Un futuro incierto
Cuando el gobierno australiano propuso una investigación sobre los orígenes del coronavirus, las reacciones en Australia fueron mixtas. Por ejemplo, los ex ministros de Asuntos Exteriores, Bob Carr y Gareth Evans, ambos del Partido Laborista, criticaron al gobierno liberal de Morrison por crear tensiones innecesarias al convertir una búsqueda razonable de respuestas en un espectáculo público, en lugar de utilizar una diplomacia silenciosa. En Victoria, el tesorero Tim Pallas, también laborista, acusó al gobierno federal de menospreciar al mayor socio comercial del país y dejar que los exportadores locales tuvieran que sufrir las inevitables consecuencias.
Sin embargo, según el analista John Power, a medida que Beijing ha seguido aumentando la presión sobre los sectores clave de la economía de Australia “las voces que instan a comprender la posición de China casi se han evaporado de una conversación nacional que durante mucho tiempo ha estado dividida por un sentimiento tanto agresivo como moderado”.
La retórica de confrontación del gobierno de Morrison se ha asentado paulatinamente en la sociedad en un proceso que se ha acelerado con la pandemia del coronavirus, la creciente presión comercial china y la imagen negativa que ofrecen los medios de comunicación australianos. Según una encuesta del Lowy Institute —principal think tank australiano— sobre la confianza de los australianos en las grandes potencias, en el año 2018, cuando Morrison llegó al poder, un 52% de los australianos confiaban “mucho” o “algo” en que China actuaría de una manera responsable a nivel internacional. Un año después, en 2019, esta cifra se redujo a un 32% y, en 2020, esta cifra cayó hasta el 23%, es decir, menos de la mitad que en 2018.
La actitud de la diplomacia china tampoco ha ayudado a apaciguar las tensiones y a mejorar su imagen en el país. Por ejemplo, el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores chino, Zhao Lijian, publicó en la red social Twitter un montaje fotográfico de un soldado australiano degollando un niño afgano bajo la leyenda de “¡No tengas miedo, venimos a traerte la paz!”. Este tweet provocó un gran incidente diplomático entre ambos países y un gran rechazo australiano tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales.
Las relaciones sino-australianas se encuentra en uno de los momentos más bajos de su historia. Las disputas, la desconfianza y la ruptura en las conversaciones al más alto nivel alentados por una dinámica de confrontación por parte de ambos bandos hace que la relación bilateral sea difícil de encauzar en un futuro próximo. A pesar de que la oposición australiana —el Partido Laboralista— aboga por una visión más benevolente de Beijing, la creciente imagen negativa de China en la población australiana dificulta en gran medida el establecimiento de un nuevo paradigma político, aunque consiguiera acceder al poder en un futuro próximo. El daño ya está hecho y es difícil que un hipotético gobierno laborista pueda revertir todo lo sucedido durante los últimos tres años.