Nueva Zelanda: un enfoque disidente hacia el ascenso chino Bienvenido Tingyi Chen Weng es estudiante del Grado de Relaciones Internacionales en la UCM y realiza prácticas en el Observatorio de la Política China (OPCh)

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

A Nueva Zelanda se le otorga a menudo la etiqueta de “eslabón débil” dentro de los Fives Eyes o “Cinco Ojos”, la alianza en inteligencia más antigua del mundo, cuyos orígenes se remontan a la Segunda Guerra Mundial. Esta coalición, compuesta por los cinco principales países anglosajones —Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda—, tomó un nuevo rumbo el año pasado adoptando una mayor función política para el respeto de los derechos humanos y la democracia a nivel internacional. Sin embargo, el objetivo real de esta nueva posición no es sino la contención del ascenso chino, algo con lo que Wellington no se siente cómodo.

La división quedó especialmente patente a principios de mayo, cuando Nueva Zelanda optó por no unirse a sus homólogos en la condena conjunta del trato de China a su población uigur en la provincia de Xinjiang, la militarización del Mar de China Meridional, la represión de la democracia en Hong Kong y por sus movimientos amenazantes hacia Taiwán.

La autoexclusión neozelandesa se tradujo en numerosas críticas en los medios de comunicación tanto australianos como británicos, reprendiendo a Wellington por “abandonar y decepcionar a sus aliados”. Nigel Farage, antiguo líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), llegó a decir que Nueva Zelanda había traicionado al mundo de habla inglesa y que había “vendido su alma a China”.

Desde el establecimiento de las relaciones diplomáticas en el año 1972, los kiwis han mantenido una posición favorable y unas estrechas relaciones con China, algo que quedó manifiesto con los cuatro “primeros”: Nueva Zelanda fue el primer país en apoyar la adhesión de China a la OMC; fue el primer país desarrollado en reconocer a China como una economía de mercado bajo la OMC; fue el primer país desarrollado que comenzó a negociar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con China; y fue el primer país desarrollado en firmar y ratificar un TLC con China en el año 2008.

A estos cuatro, también se pueden incluir dos nuevos “primeros”. Recientemente, Nueva Zelanda fue la primera nación occidental en unirse al proyecto liderado por China del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB) y en firmar un memorándum de entendimiento (MoU) con China en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés).

Beijing es el mayor socio comercial de Wellington, con un comercio bilateral de 22,8 mil millones de dólares en 2020, siendo uno de los pocos países del mundo que tienen superávit comercial con China. El año pasado, el valor de las exportaciones de Nueva Zelanda a China superó el valor combinado de las exportaciones de sus siguientes cuatro socios comerciales más importantes: Australia, EE. UU., Gran Bretaña y Japón. Según su agencia gubernamental, Stats NZ, el comercio chino representa alrededor de un tercio de las exportaciones lácteas de Nueva Zelanda, casi el 60% de los productos forestales y más del 40% de la carne.

El 26 de enero de este año, ambos firmaron un acuerdo para mejorar su TLC. A través de este nuevo acuerdo, Nueva Zelanda ha ganado un mayor acceso al mercado chino, eliminando o reduciendo los aranceles sobre las exportaciones neozelandesas. Todas las exportaciones de productos lácteos neozelandeses estarán libres de aranceles para 2024, mientras que la exportación de los productos de madera y el papel reciben un impulso con la eliminación de los aranceles sobre el 99% de este tipo de productos.

Sin embargo, a pesar de las buenas relaciones, ello no ha obstado que Nueva Zelanda haya tomado decisiones parecidas a las de sus aliados occidentales. Wellington ha prohibido a Huawei y a otras empresas de telecomunicaciones chinas proporcionar infraestructura 5G para sus redes inalámbricas nacionales; también ha criticado la represión de los derechos humanos por parte de China en su país, aunque, a diferencia de sus socios occidentales, ha tratado de emplear un lenguaje más cauteloso.

Por ejemplo, a principios de mayo, el parlamento neozelandés adoptó una declaración unánime para condenar los abusos en materia de derechos humanos en la región autónoma china de Xinjiang, pero ha evitado utilizar el término “genocidio” que han utilizado otros países occidentales —Reino Unido, Canadá, Australia, etc.—, siguiendo la línea marcada por el secretario de Estado de EE. UU, Antony Blinken.

El enfoque kiwi contrasta notablemente con el de su vecino al otro lado del mar de Tasmania, Australia, que se encuentra enzarzada en una guerra comercial con China y donde las tensiones están al alza con las continuas elevaciones de tono entre diplomáticos chinos y australianos. Por tanto, a pesar de la similitud en las acciones tomadas, hay una variante clave que diferencia la aproximación neozelandesa hacia China de otros países como EE. UU., Australia o Canadá: el tono.

En contraste con la creciente adopción de un discurso al “estilo” de la Guerra Fría por parte de EE. UU. y otros países occidentales, Nueva Zelanda ha optado por un lenguaje más moderado. En un reciente discurso de la primera ministra neozelandesa en el China Business Summit, Jacinda Ardern señaló que las diferencias con China se están volviendo “más difíciles de reconciliar”, pero no veía las diferencias como irreconciliables y, al final de su discurso, dejó claro que Nueva Zelanda estaba dispuesta a trabajar con China.

En la misma línea se pronunció el ministro de Comercio neozelandés. Tras firmar la mejora del TCL, Damien O’Connor señaló en una entrevista para la CNBC que tenían una relación madura con China y que siempre habían podido plantear las cuestiones que les preocupaban de forma franca, algo que Beijing aprecia. Asimismo, O’Connor lanzó un dardo a su vecino australiano: “No puedo hablar por Australia y la forma en la que maneja sus relaciones diplomáticas, pero claramente si nos siguieran, mostraran respeto [a China], hablaran con un poco más de diplomacia de vez en cuando y fueran cautelosos con el lenguaje, con suerte, podrían estar en una situación similar [a la nuestra]”.

En conclusión, la “vía intermedia” kiwi, su política independiente —de EE. UU.—, su rechazo al establecimiento de una coalición internacional anti-China y su inclinación hacia un método más diplomático, multilateralista y de diálogo para resolver las crecientes diferencias entre China y Occidente, podría constituir una mejor vía para reducir las tensiones y evitar el abocamiento hacia una “trampa de Tucídides” que resultaría devastadora para un mundo que se desmorona bajo las amenazas del cambio climático.