Para las relaciones sino-estadounidenses, el año 2024 comenzó en realidad en noviembre, cuando los presidentes Joe Biden y Xi Jinping se reunieron en San Francisco al margen de la cumbre de APEC para intentar reorientar unos vínculos bilaterales amenazados seriamente por la quiebra. A resultas de aquella reunión, ambos mandatarios han celebrado las buenas expectativas, aunque sin abandonar las cautelas e incluso las advertencias cuando no amenazas. La guerra comercial y tecnológica no tiene visos de caducidad como tampoco se han solventado las diferencias de fondo en temas como Taiwán, el Mar de China meridional, el modelo económico o los derechos humanos.
Estados Unidos seguirá considerando a China como el único país con la voluntad y la capacidad de desafiarlo, y por ello seguirá moldeando el entorno estratégico alrededor de China, reforzando las alianzas de seguridad con los países del Indo-Pacífico, su marco trilateral reforzado con Japón y Corea del Sur, el pacto AUKUS con el Reino Unido y Australia, la mejora de la asociación estratégica integral con Vietnam e Indonesia, el pacto militar con Filipinas, las nuevas embajadas en las Islas Salomón y Tonga, y el QUAD. Estados Unidos intentará mantener a toda costa su amenazada posición hegemónica en la región Asia-Pacífico y en el mundo, activando para ello los resortes de todo tipo que precise. Y ahí, inevitablemente, surgirán tensiones con China.
Al margen de la reafirmación de los respectivos enfoques ideológicos y estratégicos, lo que implica un muy moderado optimismo sobre el curso político general condicionado a ambos lados por la primacía de la seguridad, lo que se abre ante nuestros ojos es un intento de explorar en paralelo las posibilidades de entendimiento.
El consenso mostrado por Beijing y Washington en la la redacción del documento final de la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático es un buen ejemplo. Ambos mantienen sus posiciones de principio pero se abren al compromiso. Poco ambicioso, apuntan los críticos con razón.
Estabilización
Desde el encuentro de noviembre se han registrado algunos avances en la relación bilateral; es el caso, por ejemplo, de la reanudación de la cooperación en materia de control de drogas o la comunicación entre ambos ejércitos.
Días atrás, el jefe del Estado Mayor Conjunto de EEUU, Charles Quinton Brown Jr., conversó por videoconferencia con su homólogo chino, Liu Zhenli. Fue la primera vez que ambos líderes hablaron desde que Brown asumió el cargo y ambas partes son conscientes de que forjar un diálogo verdaderamente funcional podría llevar tiempo. El diálogo incluyó una discusión sobre cómo trabajar juntos para evitar errores de cálculo y mantener las líneas de comunicación abiertas. Los pasos futuros incluyen planes para mantener conversaciones el próximo mes sobre política de defensa y una ronda de consultas marítimas en primavera.
En un resumen de la llamada del Ministerio de Defensa chino se destacó que Washington necesita comprender y respetar los intereses y preocupaciones de Beijing, incluidas sus reclamaciones territoriales en el Mar de China Meridional. El ministerio también apuntó que el estatus de Taiwán es un asunto interno y que no se tolerará la interferencia de Estados Unidos.
En este contexto, el comandante estadounidense del Indo-Pacífico, almirante John Aquilino, dijo que China había detenido acciones militares “peligrosas” en las semanas posteriores a la reunión Biden-Xi.
Cabe significar que el gobierno chino aún no ha nombrado un nuevo titular de defensa tras la destitución en octubre del ex ministro del ramo Li Shangfu. El relevo podría darse a conocer, a más tardar, en las sesiones anuales de la Asamblea Popular Nacional.
Asimismo, las autoridades antinarcóticos de China y Estados Unidos están reanudando su comunicación regular. El progreso en la reanudación de la cooperación en este campo no ha sido fácil. En el encuentro de San Francisco, China y Estados Unidos acordaron establecer un grupo de trabajo específico que podría reunirse pronto.
Estos acontecimientos son más que gestos diplomáticos aislados. Representan, sin duda, una voluntad mutua de estabilizar la relación bilateral.
Incertidumbre
A sensu contrario, en 2024, las elecciones presidenciales estadounidenses pueden avivar la tensión y hacer repuntar la incertidumbre. China es consciente de que las críticas a su pensar y actuar formarán parte inevitable de la campaña y deberá separar el grano de la paja. Bien lo sabe. Cabe esperar que los republicanos achaquen a Biden que no es lo suficientemente duro con China. Para demócratas y republicanos, contener a China seguirá siendo el tema principal de la política exterior de EEUU.
Por otra parte, el resultado de las elecciones de enero en Taiwán puede condicionar el tono de la relación en los próximos meses. Taipéi es asunto importante para ambas partes.
Consolidar el pequeño rayo de optimismo surgido en San Francisco en medio de las tensiones en la relación entre Estados Unidos y China es el mayor reto inmediato. El desarrollo futuro de las relaciones entre China y Estados Unidos seguirá estando lleno de conflictos. Tanto Beijing como Washington son conscientes de que el camino hacia la reestructuración de esta compleja relación está plagado de incertidumbre.