BEIJING, 23 jul (Xinhua) — En un momento en que la pandemia de COVID-19 se sigue cobrando un precio altísimo en todo el mundo, lo último que los países quieren hacer es politizar la búsqueda del origen del coronavirus.
Para investigar ese origen, se necesita demostrar apertura y dejarse guiar por la ciencia y los hechos. Estados Unidos está claramente fallando en ambos frentes.
China, el primer país del mundo en reportar casos confirmados del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, invitó ya dos veces al país a los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para investigar el origen.
Esos expertos concluyeron en un informe en marzo que la teoría de la fuga de laboratorio era extremadamente improbable y recomendaron seguir investigando sobre los primeros casos a nivel global.
El trabajo de rastreo debería realizarse a continuación en Estados Unidos, el país con más contagios y muertes en la pandemia y cuya lucha contra el brote deja un cúmulo de preguntas sin responder.
La más misteriosa es si el cierre de la base de investigación bioquímica de Fort Detrick, donde se almacenan los virus más mortíferos y contagiosos del mundo, entre ellos el del ébola, la viruela y el SARS, tiene algún tipo de conexión con la pandemia y cuándo tuvo lugar la primera infección en EE. UU.
Estas dudas no salen de la nada. El laboratorio de Fort Detrick cerró de forma repentina en julio de 2019, coincidiendo con varios brotes sin explicar de una enfermedad respiratoria en algunas zonas del país norteamericano. La última evidencia muestra que las primeras infecciones en EE. UU. se pueden remontar a finales de diciembre de ese año.
Si Estados Unidos de verdad cree que puede ser tan abierto como China en este asunto, debería responder a esas preguntas ante la comunidad mundial con hechos basados en la ciencia y abrir sus puertas a la OMS.
Washington, sin embargo, está ignorando esa creciente preocupación global.
Lo más terrible es que, a finales de mayo, la Casa Blanca encomendó a los servicios de inteligencia del país la tarea de llegar, en 90 días, a una «conclusión definitiva» sobre el origen del coronavirus.
Es bastante extraño que el Gobierno estadounidense se dirija a sus servicios de inteligencia por una cuestión científica y que les dé tan poco tiempo para una investigación tan complicada. ¿Cuál es el motivo de esta decisión tan politizada? ¿Por qué tanta prisa?
En este momento en que los científicos deberían tener más voz en la búsqueda de la verdad sobre un tipo de pandemia que tiene lugar una vez cada siglo, es cada día más obvio que algunos científicos estadounidenses, entre ellos Anthony Fauci, se enfrentan a un aumento de la presión interna, incluso con amenazas de muerte, por decir la verdad.
En el último año y más, Estados Unidos ha defraudado al mundo por su enorme fracaso a la hora de liderar la lucha global contra la pandemia. En el camino para desvelar los secretos del virus, Washington debería detener de inmediato sus esfuerzos por politizar el rastreo del origen y comenzar a mostrar franqueza, objetividad y profesionalismo.