EEUU-China: ¿retorno a la guerra fría o avance hacia la multipolaridad? Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Estudios, Política exterior by Xulio Ríos

En el siglo XXI, la relación entre Estados Unidos y China se afianza como la más trascendental del sistema internacional. Mientras la confrontación parece ganar terreno a la cooperación, la sombra de una nueva guerra fría planea sobre el grave deterioro experimentado desde que el ex presidente Donald Trump inició en 2018 una guerra comercial con el país asiático, posteriormente ampliada a áreas como la tecnología, con severas implicaciones en materia de seguridad. La trampa de Tucídides (Allison, 2018) es evocada con reiteración como expresión del dilema que ambas potencias afrontan y de cuya resolución exitosa depende en buena medida el propio rumbo de la comunidad global.

La principal prioridad en 2023 para las dos economías más grandes del mundo es evitar un mayor deterioro de sus relaciones y gestionar los riesgos que plantean temas sensibles como la cuestión de Taiwán. Para ello, es indispensable mantener abiertas las líneas de comunicación al más alto nivel. Tras el fiasco del caso del presunto “globo espía” chino, que supuso el aplazamiento de la cumbre prevista en Beijing entre  las diplomacias estadounidense y china, desde 2018, ningún secretario de Estado ha pisado la capital china. Y las declaraciones intempestivas de una y otra parte se suceden sin tregua evidenciando un claro alejamiento de las respectivas posiciones.

Si en lo discursivo tuviéramos que fijar un momento referencial del cambio de tercio experimentado por la política estadounidense hacia China, habría que referirse al testimonio del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson el 4 de octubre de 2018. A modo de emulación del pronunciado por Winston Churchill en Fulton en 1946 que esbozó la política de contención de la URSS, el relato de Pence anticipa tópicos similares, desde la intransigencia absoluta en la protección de la libertad y los derechos humanos frente a la tiranía hasta el rechazo de hipotéticas ampliaciones de esfera de influencia que laminen la propia, rehabilitando la confrontación ideológica como retórica legitimadora de una nueva bipolaridad llamada, en lo esencial, a preservar su hegemonía.

Respecto al mandato republicano de Trump, la presidencia demócrata de Joe Biden mantiene en lo fundamental el pensamiento político a propósito de China. Es este uno de los pocos consensos básicos entre ambas formaciones políticas en un contexto de aguda división social. Por su parte, China acusa a EEUU de no percibir adecuadamente ni la naturaleza de sus políticas interna y externa, ni tampoco sus intenciones estratégicas. En suma, que su ambición no es suplantar la hegemonía de Washington sino desarrollar su economía para culminar exitosamente la modernización del país y contribuir en mayor medida a una gobernanza global que debe evolucionar con los tiempos.

Según una encuesta publicada en enero de 2023 por la Universidad Nacional de Singapur, la Universidad de Columbia Británica en Canadá y la Universidad Rice en EEUU, la mayoría de los chinos tiene una opinión desfavorable de EEUU. El estudio, que se realizó sobre una muestra de 2.083 ciudadanos chinos entre 2020 y 2021, revela que el 43 por ciento de los encuestados percibe a Washington de forma «muy desfavorable»; solo el 23 por ciento expresó una opinión «muy o algo» positiva. Los más críticos pertenecen a la generación nacida después de 1990.

En otra encuesta publicada en junio de 2022, el Pew Research Center había constatado que en la mayor parte de los 19 países estudiados -especialmente en Estados Unidos- el sentimiento negativo hacia China había alcanzado su nivel más alto, con una particular preocupación por el respeto a los derechos humanos.

Cabe significar también que la desilusión china con Estados Unidos no coincide con la percepción del mundo occidental en su conjunto. El estudio realizado por universidades de Singapur, Canadá y Estados Unidos muestra que China tiene una opinión positiva de Europa, con picos del 69 por ciento para Alemania. Los países europeos son percibidos como menos agresivos que Washington, por no mencionar que el gobierno chino y sus medios de comunicación suelen darles un trato más amistoso. La excepción europea es Gran Bretaña, vista desfavorablemente por el 46 por ciento de los encuestados.

Los frentes de tensión

A beneficio de inventario, podríamos señalar cuatro áreas principales: economía, tecnología, seguridad e ideología. En todos ellos se advierte una creciente polarización con reducción acelerada de los espacios de intersección y un incremento sustantivo de la beligerancia dialéctica y práctica.

De la guerra comercial al desacoplamiento económico

En origen, el déficit comercial fue la espita justificadora del agravamiento de las tensiones económicas entre Estados Unidos y China. Tras cuatro años de aplicación de aranceles, el balance para Washington es poco edificante: el déficit se ha acrecentado. A pesar de las tensiones geopolíticas, el comercio entre China y EEUU alcanzó un máximo de 690.600 millones de dólares en 2022. Las exportaciones estadounidenses aumentaron 2.400 millones y pasaron a 153.800 millones. Sin embargo, también aumentó el déficit comercial con China, que exportó mercaderías a EE.UU. por valor de 536.800 millones (+31.800 millones).

Pese a ello, nada indica que tal escenario vaya a cambiar. Por el contrario, la crisis de objetivos alienta una nueva vuelta de tuerca con reiterados e insistentes llamamientos al desacoplamiento industrial no ya de las dos economías sino del conjunto de los países industrializados de Occidente, conminados a construir cadenas de suministro independientes de China, aunque ello suponga de inmediato una elevación drástica de los costes ya que existe un entrelazamiento muy importante con China.

En efecto, las economías de China y EEUU están vinculadas estrechamente, y por eso Beijing, tanto por interés directo como por su efecto moderador general de las tensiones, condena los intentos de desacoplarse que lidera Washington. Aun así, también va tomando sus precauciones: a finales de 2022, el nivel de sus inversiones en los bonos del Tesoro estadounidense registró su cifra más baja de los últimos 12 años.

La Administración Biden busca establecer alianzas y firmar pactos comerciales con el claro propósito de reducir la dependencia con respecto a China de forma colectiva. Un ejemplo es la propuesta formulada a Japón y el Reino Unido en el ámbito de los minerales críticos. El objetivo principal consiste en crear un club de compradores de estos insumos con sus aliados como la UE y el G7, para poner fin a la dependencia de China en este sector clave.

Al introducir aranceles y otras barreras comerciales y presionar por un desacoplamiento y corte de las cadenas de suministro, en los últimos años, Estados Unidos ha alterado gravemente las cadenas industriales y de suministro mundiales –ya condicionadas de modo sustancial por la pandemia de Covid-19- y ha agravado el riesgo de fragmentación de la economía global. Estas prácticas, a menudo han desembocado en demandas ante la OMC pero la autoridad efectiva de su régimen hace aguas ante el avance imparable del unilateralismo y el proteccionismo.

Aunque la pugna económica sigue y probablemente va para largo, está extendida la percepción de que las relaciones económicas y comerciales entre EEUU y China están llegando a una encrucijada crítica cuyo desenlace podría precipitarse por algún giro geopolítico.

La rivalidad tecnológica

China ha avanzado en los últimos años con la iniciativa Made in China 2025, que tiene como objetivo transformar el país en una potencia tecnológica de primer nivel, con capacidades en sectores de alto valor agregado, como inteligencia artificial, energías renovables, robótica y autos eléctricos.

Si China ha identificado la revolución tecnológica en curso como el trampolín decisivo para situarle a la vanguardia de la economía mundial, aplicando a tal finalidad políticas y recursos de gran alcance, Estados Unidos no ceja en su empeño de trabar el auge del gigante oriental. No es casual que la guerra comercial de Trump identificara en Huawei, una de sus marcas más emblemáticas, un primer asalto al ascendente poder tecnológico chino.

Al igual que ocurre con la relación comercial general, la estrategia de EEUU contempla dos escenarios. Primero, en suelo propio, multiplicando las medidas restrictivas contra las empresas chinas. La Administración Biden, por ejemplo, ha dejado de aprobar licencias para que proveedores estadounidenses vendan artículos a Huawei y sopesa una prohibición total. Washington considera extender las trabas a todas las exportaciones. Esto podría incluir elementos por debajo de la 5G, como la 4G, WiFi 6 y 7, inteligencia artificial, la nube e informática de alto rendimiento, etc.

Desde mayo de 2019, Washington ha lanzado una guerra tecnológica abierta contra China. Más de 100 importantes firmas chinas y nuevas compañías han recibido sus dardos desde entonces, entre ellas TikTok, ZTE, SMIC, Yangtze Memory y DJI, con el argumento principal de que ponen en peligro la seguridad nacional. En realidad, de lo que se trataría es de asegurar a toda costa que EEUU preserve su posición privilegiada en la cadena industrial tecnológica y, sobre todo, en áreas relevantes como los semiconductores.

Segundo, en la relación con terceros. Y por varias vías: desde la incentivación de la destaiwanización de la industria de semiconductores alentando las inversiones en suelo propio (la taiwanesa TSMC tiene en construcción una fábrica en Arizona que no será la única) a las presiones a sus socios como Corea del Sur, Países Bajos o Japón para que apliquen restricciones radicales en la venta de productos tecnológicos o chips avanzados a China. De esta forma, extendería los controles de exportación adoptados por Estados Unidos a empresas relevantes de otros países.

En este sentido, la Casa Blanca, además de suscribir una normativa específica propia a nivel nacional, ha promovido la creación de una coalición de semiconductores, una alianza intersectorial de empresas que los fabrican y usan, así como la Alianza Chip 4 (con Japón, Corea y Taiwán), e intenta expandir aún más el número de sus miembros para impedir que el país y sus socios suministren chips de alta gama a firmas chinas.

Tras el caso de Huawei, ahora parece haber llegado el turno de TikTok. La Casa Blanca ordenó a las agencias gubernamentales deshacerse de la aplicación de vídeos cortos en todos los dispositivos y sistemas federales. En diciembre de 2022, el Congreso votó a favor de prohibir al personal federal su uso en aparatos de propiedad gubernamental. En 2020, el entonces presidente Donald Trump incluso intentó ordenar que ByteDance, la empresa matriz de TikTok, llegara a un acuerdo de venta de sus operaciones en el país cuando ya TikTok era la aplicación más descargada del mundo. Acabar con ella significa un competidor menos para sus empresas de Internet pero el argumento esgrimido, una vez más, apunta a la seguridad.

El efecto imitación del ejemplo, que podría acabar en una restricción completa, transciende a algunos de sus aliados: Canadá anunció también la prohibición de TikTok en dispositivos gubernamentales. Otro tanto hicieron la Comisión Europea y el Consejo de la UE.

En la misma línea, la Administración Biden tiene en agenda una orden ejecutiva que restringiría las inversiones de las empresas estadounidenses en partes de la economía china, incluidas las tecnologías avanzadas susceptibles de mejorar las capacidades militares y de inteligencia chinas. La orden se agregaría al conjunto de herramientas para abordar la preocupación por los avances tecnológicos chinos.

Más allá de la región, esta política también genera daños colaterales. Europa, sin ir más lejos, padece los efectos de este fuego cruzado entre EEUU y China. El último ejemplo es la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés), que dispone 370.000 millones de dólares estadounidenses en inversiones, subsidios y recortes de impuestos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Es el programa más grande de Estados Unidos para combatir el cambio climático. Y bienvenido sea. Sin embargo, algunas de sus disposiciones han sido criticadas por la UE como discriminatorias contra los fabricantes de automóviles europeos, acusando a Washington de proteccionismo. Uno de los objetivos clave de dicha norma es excluir a los proveedores chinos de las cadenas de suministro de energía limpia, reduciendo la dependencia de las importaciones chinas (Beijing domina ampliamente el sector de los vehículos eléctricos). En Europa, el temor es que aliente a las empresas a trasladar la producción a EEUU.

La secuencia es esta: Trump impuso impuestos aduaneros punitivos a China en 2018, que el presidente Biden ha mantenido. A esto le siguieron las restricciones a la exportación de componentes electrónicos a China y la Ley de Creación de Incentivos Útiles para la Producción de Semiconductores de 2022, que incluye un gasto de 53.000 millones de dólares para impulsar la producción de semiconductores en EEUU. Ese enfoque global que apunta a la promoción de la reindustrialización ha generado temores de una carrera de subsidios en China, Europa y EEUU, con medidas para facilitar la  asistencia estatal a las empresas. El ex director general de la OMC, Pascal Lamy, dijo que Europa debe «presionar» a Washington, ya que el IRA es «más antieuropeo que antichino”.

En suma, EEUU está impulsando el desacoplamiento tecnológico con China a una velocidad más rápida de lo que muchos anticiparon, y su objetivo es atraer a todos los aliados para que se unan a su guerra tecnológica contra China, aunque el riesgo de suscitar quiebras significativas entre esos mismos aliados no es baladí.

Estos movimientos continuos y precisos envían una seria advertencia a los fabricantes chinos de semiconductores de que EEUU no detendrá su guerra de chips contra China, por lo que sus empresas multiplican las medidas para concentrar sus recursos y esfuerzos en busca de avances tecnológicos.

Lo cierto es que todo este empeño, al igual que ocurre con la guerra comercial, no parece haber detenido a China. El bloqueo no ha producido el efecto deseado, al menos por el momento. Es más, ha fortalecido la determinación de China de tomar el camino de la innovación autónoma.

China dispone de un sistema industrial bastante complejo en importantes dominios de las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial (IA). La escala de este sector creció un 700 por cien en los últimos tres años. La tecnología de IA es un requisito esencial para la modernización industrial y se utilizará ampliamente en diversos campos. La IA tiene una profunda importancia estratégica para la competencia entre las principales economías. Según el Australian Strategic Policy Institute, los institutos de investigación chinos siguen a la cabeza de los estudios de 37 de las 44 tecnologías más avanzadas del mundo.

Una inseguridad creciente

Las tensiones fronterizas con India, los conflictos con varios países asiáticos en los mares de China oriental y meridional y, por supuesto, Taiwán, ilustran déficits de seguridad en los que Beijing emerge como elemento referencial. La desconfianza y la ausencia de marcos integrales que ayuden a revertir dicha tendencia, dan alas a la interpretación de algunas  actividades de China como una amenaza no solo a sus intereses de los países de la región sino al propio estatus de EEUU en virtud de su relación con algunos de sus aliados más cercanos. Es este uno de los ejes más sensibles en las relaciones bilaterales y cuyas consecuencias de una débil gestión pueden resultar más preocupantes.

Podemos reconocer que hay en todo ello un sustrato económico importante: desde las reservas de petróleo y gas que cobijan ciertas zonas del Mar de China meridional por donde pasan anualmente alrededor de 3 billones de dólares en comercio marítimo, a la neurálgica industria de semiconductores de Taiwán, por citar dos ejemplos relevantes, pero la clave última radica en un escenario geopolítico en el que la ansiedad estratégica de EEUU sugiere un acusado temor a que el incremento de la influencia económica de China acabe por expulsarle de la región.

China intenta cortocircuitar el discurso –y la acción de EEUU- habilitando canales de comunicación directa con algunas capitales, multiplicando las declaraciones a propósito del respeto a la soberanía y la integridad territorial, la exploración y explotación conjunta de los recursos energéticos o pesqueros, la negociación de códigos de conducta, etc., más cooperación económica e inversiones, pero con todo ello no ha logrado disipar suficientemente las reservas de los países de la región. Las alabanzas a lo beneficioso de su diplomacia económica se combinan con la predilección compensatoria de EEUU como socio de seguridad preferente.

La creación del QUAD (con Japón, Australia, India) o del AUKUS (con Australia y Reino Unido, evocando la reivindicación de la hegemonía del mundo anglosajón tal como Churchill hiciera en Fulton) que suma a la Alianza Five Eyes (Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) más el fortalecimiento de las alianzas militares identifican la presión estratégica y militar, más que la económica tras el fiasco del TPP (Acuerdo Transpacífico, que abandonó Trump), como la prioridad básica de EEUU para estrangular a China.

A ello habría que sumar la dinámica expansiva de la OTAN, manifestada con la gira de su secretario general Jens Stoltenberg a Corea y Japón. Ambas partes han afirmado su disposición a cooperar en ámbitos como la seguridad marítima, el ciberespacio y el control de armamentos, sin olvidar la fiscalización del poderío militar de China y de la cuestión de Taiwán. La OTAN, con esos antecedentes directos en la Guerra Fría, está secundando de forma cada vez más evidente la «estrategia Indo-Pacífica» de Estados Unidos, que señala a China como pretexto principal para extender su área de influencia a la región Asia-Pacífico. En junio de 2022, en Madrid, la cumbre del 40 aniversario de  la OTAN invitó por primera vez a los líderes de Japón, República de Corea, Australia y Nueva Zelanda. Y EEUU no disimula sus presiones a los aliados de la región para que conecten con la OTAN y promuevan su política con el fin de formar una arquitectura de seguridad para contener a China.

Llama especialmente la atención el activismo nipón que ha encontrado en el cambio de enfoque de EEUU un argumento preciso para promover reformas clave en materia de seguridad y defensa que rompen con el principio de autodefensa que ha mantenido desde su derrota en la IIª Guerra Mundial. Esa revisión de la seguridad no solo mira hacia EEUU sino también hacia otros países como Reino Unido, con quien Tokio ya firmó un acuerdo de defensa que podría permitir el despliegue de tropas en el territorio del otro, o países de la UE como Italia.

Japón comparte con EEUU la percepción de China como el “mayor desafío estratégico compartido”. A inicios de 2023 los respectivos ministros de defensa y exteriores acordaron establecer una unidad de reacción rápida del Cuerpo de Marines en la isla de Okinawa. Según el secretario de Estado Antony Blinken, la medida es necesaria para disuadir a China, que hace «esfuerzos para socavar el statu quo duradero que ha mantenido la paz y estabilidad durante décadas». El despliegue se completará en 2025. Además, el secretario de Estado acogió con beneplácito la iniciativa de Japón de duplicar sus gastos militares para el 2027. Japón adquiere así un papel cada vez más importante, especialmente en la defensa de Taiwán en caso de invasión del Ejército Popular de Liberación (EPL). Okinawa se extiende a 100 km del territorio taiwanés. Esta rehabilitación militar de Japón provoca hilaridad en China, que a menudo recuerda el pasado agresivo y militarista de Tokio que supuso un drama de destrucción y muerte no suficientemente reconocido.

Corea del Sur es parte también de esta ecuación en Asia oriental. China ha urgido a Seúl a gestionar adecuadamente la cuestión del THAAD (sistema estadounidense de Defensa de Área de Gran Altitud Terminal) para evitar que se convierta en un obstáculo que dificulte los lazos bilaterales.

Otro actor importante es Filipinas: Washington y Manila acordaron dar acceso militar estadounidense a cuatro bases más en el país del sudeste asiático, supuestamente, para disponer de “un apoyo más rápido para los desastres humanitarios y relacionados con el clima”. En realidad, lo que aquí busca EEUU es apuntalar su estrategia de contención de China en el mar de China Meridional y en el canal de Bashi.

En cuanto a India, con quien China comparte plaza en el BRICS, las tensiones a lo largo de la frontera en disputa no se han disipado del todo desde el enfrentamiento registrado en junio de 2020, el peor en más de 40 años, que dejó al menos 20 soldados indios y al menos cuatro chinos muertos.

Y dicha dinámica se extiende a las naciones insulares del Pacífico, con anuncios de Washington de nuevos acuerdos con Islas Marshall, Palau o Micronesia, brindando ayuda económica sustancial a cambio de derechos militares y otras necesidades de seguridad. China tiene una presencia económica grande y creciente en la región, que evoluciona en paralelo al aumento de su influencia política pero las Islas Marshall (donde EEUU cuenta con instalaciones militares, de inteligencia y aeroespaciales) y Palau reconocen diplomáticamente a Taiwán. En 2019, Beijing logró seducir a Kiribati e Islas Salomón, donde Washington ha reabierto recientemente su embajada. Fiyi, tras las elecciones de diciembre de 2022 que llevaron al desalojo del poder de Frank Bainimarana, se ha reorientado en sus preferencias hacia países como Australia o Nueva Zelanda. Las idas y vueltas y las tensiones internas que viven estos pequeños estados insulares resultan del valor estratégico que suponen en el enfrentamiento geopolítico entre China y EEUU, amenazando seriamente su estabilidad.

A pesar de estas tendencias que apuntan a escenarios fragmentados, subsisten las dudas de que algunas capitales quieran comprometerse abiertamente a contrarrestar el avance de China. Muchos de estos gobiernos del Sudeste Asiático, Manila incluida, buscan un equilibrio entre las dos potencias, apuntando a la fuerza militar estadounidense para trabar cualquier hipotético exceso chino, y guiñando el ojo a Beijing para obtener ventajas económicas.

No obstante, el “núcleo duro” (Taiwán,  Japón, Corea del Sur, Australia), sustentado en la defensa de unas “ideas afines” evidencia una mayor determinación, llegando a proponer el establecimiento de bases conjuntas en toda la región del Indo-Pacífico para garantizar que todas las patrullas de vigilancia y los ejercicios de libertad de navegación vayan acompañados de un poderío militar significativo.

Lógicamente, esta dinámica tiene un impacto notorio en el incremento del gasto militar. A nivel global, sabido es que Estados Unidos encabeza la lista con un presupuesto de 817 mil millones de dólares para el Pentágono, triplicando a China. Japón planeó un presupuesto de defensa para 2023 de 51 mil millones de dólares, todo un récord y 26,3 por ciento superior que el año anterior. Asimismo, se espera que la India aumente su presupuesto de defensa en un 13 por ciento en el presente ejercicio. Otros países como Reino Unido, Francia, Alemania, España o Australia también buscan aumentar su gasto de defensa.

En lo que respecta a Taiwán, sin duda, es el asunto más sensible de las relaciones bilaterales y el de mayor potencial desestabilizador (Ríos, 2020). La guerra en Ucrania ha elevado el debate sobre la hipótesis de un ataque del EPL a Taipéi para consumar la reunificación de China mediante el recurso al uso de la fuerza.

Tras la visita en agosto de 2022 de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, a Taiwán y la reacción china ante lo que calificó de una “provocación”, los tránsitos militares en el Estrecho se han conformado como una rutina compartida por parte de China y EEUU, volatilizando la significación de la línea media, elevando consiguientemente el nivel de alerta y los peligros asociados a incidentes casuales.

Beijing acusa a EEUU de atizar las tensiones con un claro propósito desestabilizador. Los sucesivos presidentes de EEUU, uno tras otro, han reconocido inequívocamente a Taiwán como parte integral de China. Aun así, la Ley de Relaciones con Taiwán (1979) fue formulada a modo de advertencia a Beijing para disuadirle de acciones enérgicas contra la isla. En la misma línea se contempla la venta de armas a Taipéi, aunque en clara tendencia descendente y con previsión de desaparecer con el tiempo. No ha sido el caso. Desde 2010, el Departamento de Estado ha notificado al Congreso de EEUU ventas de armas a Taiwán por más de 37.000 millones de dólares, lo que incluye 21.000 millones de dólares en los últimos tres años. Para EEUU es la respuesta a la “creciente coerción de Beijing” sin ocultar que considera a Taiwán como el corazón de su estrategia para el Indo-Pacífico.

El problema para el continente es la existencia en la isla de un poderoso movimiento político de ruptura, en medio de un cambio de opinión social a favor de una identidad política separada. A la par que un movimiento más radical muy minoritario pide una ruptura con la cultura tradicional china, persiste un sector importante, el liderado por los unionistas del Kuomintang, que cree en el diálogo y el entendimiento como vías para lograr la reunificación, suscribiendo lo que llaman el Consenso de 1992, que en última instancia responde al principio de una sola China.

Con el secesionismo en el poder en Taipéi y un poderoso movimiento en EEUU que aboga por abandonar la “ambigüedad estratégica” para rechazar de plano cualquier unificación, ya sea por la fuerza o pacífica, la tensión sube enteros. Tanto la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen como Joe Biden plantean el dilema como un pulso que va más allá del Estrecho para remitirlo a la defensa global de las democracias.

El nuevo presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, podría visitar Taiwán pronto, quizá en 2023, y cientos de infantes de marina y fuerzas de operaciones especiales del ejército ya se dirigen a Taipéi para reforzar los programas de entrenamiento contra lo que califican de “amenaza de invasión”. La Marina de también está intensificando su operatividad en el área del Estrecho de Taiwán. En una comparecencia ante el parlamento de Taipéi el 6 de marzo de 2023, el ministro de Defensa Chiu Kuo-cheng admitió por primera vez públicamente que EEUU quiere convertir a Taiwán en su principal arsenal de armamento en Asia-Pacífico, y que está ahora mismo negociando los detalles con Washington.

La ideología también parte aguas

A comienzos de 2023, la Cámara de Representantes estableció un comité sobre la Competencia Estratégica entre EEUU y el Partido Comunista de China (PCCh), poco después de que el Partido Republicano tomara el control de la cámara. El representante estadounidense Mike Gallagher preside dicho comité de 13 republicanos y 11 demócratas. En la sesión constitutiva, Gallagher dijo que la amenaza que representa China supera la de la ex Unión Soviética. Dado que EEUU y otras naciones occidentales nunca estuvieron tan económicamente integradas con la Unión Soviética como lo están con China, nunca hubo necesidad de considerar un desacoplamiento económico selectivo. La revertebración de bloques basada en una alianza de valores es la premisa para lograr ese objetivo.

Los derechos humanos en general y las visiones enfrentadas en asuntos como Hong Kong, Tibet o Xinjiang, que afectan a la definición sistémica, han pasado de nuevo a primer plano, sustituyendo el diálogo por la presión y el recurso a las sanciones. Y aunque no lleguen a hacer mella en el rumbo de la política china, si influirán en los gobiernos y en la opinión pública de las sociedades occidentales que pueden ver en este extremo un argumento más que aceptable para condenar a China.

En este sentido, cabe reconocer a Joe Biden que ha subido un escalón que a Donald Trump se le hacía muy cuesta arriba: implementar una guerra de valores en la que EEUU se erige como el líder y garante de la democracia en el mundo, ubicando a China –y Rusia-como expresión del más rancio y execrable despotismo.

La organización de las cumbres anuales de la democracia sirve de caja de resonancia de la tensión ideológica. Líderes de la derecha conservadora como Liz Truss (Reino Unido, Scott Morrison (Australia) o Guy Verhofstadt (Bélgica) unen su alicaída fama a la Alianza Interparlamentaria sobre (¿o contra?) China para reclamar un enfoque internacional más duro con Beijing.

El compromiso climático

Todo esta atmosfera enrarecida limita sustancialmente las posibilidades de un diálogo en positivo en otras áreas. Pero por el momento no lo impide totalmente y habrá que hacerse a la idea de los altibajos. Después de que las conversaciones entre Estados Unidos y China sobre el clima quedaran congeladas tras la visita de Nancy Pelosi a Taiwán, los enviados chino y estadounidense para el clima, Xie Zhenhua y John Kerry, confirmaron en la COP27 que habían mantenido conversaciones informales. Volvieron a hablar a principios de 2023, lo que sugiere que la relación entre los dos diplomáticos ha superado el conflicto más reciente entre China y Estados Unidos.

¿Se obstaculizará la agenda climática porque las grandes potencias no pueden llevarse bien? Además de sus disputas técnicas -como el calendario chino para alcanzar el pico de emisiones de carbono, la reducción del metano y los aranceles estadounidenses a los productos renovables chinos-, ambos países lidiarán con una pregunta fundamental: ¿puede separarse una cuestión de interés común mundial de los retos bilaterales, o se obstaculizará la agenda climática porque las grandes potencias no pueden llevarse bien?

¿Guerra Fría u orden multipolar?

Toda esta agenda de crecientes desencuentros se ve agudizada por declaraciones inquietantes como la del general Michael Minihan, jefe del Comando de Movilidad Aérea, quien asegura que el conflicto entre China y EEUU podría comenzar en 2025.  El director de la CIA, William Burns, asegura saber «como cuestión de inteligencia» que Xi Jinping había ordenado a su ejército que estuviera listo para llevar a cabo una invasión de Taiwán para 2027, cuando el EPL celebrará su primer centenario.

James Crabtree, director para Asia del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, considera que de seguir la trayectoria actual, parece más probable que improbable algún tipo de confrontación militar entre Estados Unidos y China durante la próxima década. Aunque la literatura al respecto siempre ha estado ahí (Bernstein, Munro, 1997), cabe reconocer que el ruido de tambores de guerra ha extremado el debate de forma mucho más intensa (Cocker, 2015;Cabestan, 2021).

Pero no todos opinan igual. Henry Paulson, entre otros Secretario del Tesoro entre 2006 y 2009, alertaba en un artículo publicado en enero de 2023 en Foreign Affairs (America’s China Policy Is Not Working) sobre los peligros de una relación bilateral únicamente articulada atendiendo al criterio de seguridad nacional. Y advierte que el intento de EEUU de forzar una alianza de democracias para frenar a una China cuyo poder económico ya ha cambiado los equilibrios del poder global y la ha convertido en un polo de atracción ineludible, podría no funcionar. Paulson, en línea con lo también expresado por Henry Kissinger, llama a construir una relación en positivo con la segunda economía del mundo buscando las complementariedades aun reconociendo que es imposible ignorar las preocupaciones de seguridad. Pero maximizar la atención en esto último solo agudizará la confrontación estratégica y conducirá a la catástrofe.

Beijing está más cerca de este discurso, posicionándose en contra de definir las relaciones China-Estados Unidos en su totalidad como mera competencia, así como de usar la competencia como una excusa para contener y reprimir a otros. Pero tampoco se amilana. Lo constatamos en las declaraciones del ministro de Exteriores Qin Gang en las sesiones legislativas de marzo de 2023: “Si Washington no pisa el freno y continúa por el camino equivocado, definitivamente habrá conflicto y confrontación».

China no oculta su propósito de construir “un orden internacional justo y equitativo” que sitúa en contradicción con la hegemonía unilateral de EEUU, a la postre insostenible (Mason, 2008). Washington, por su parte, presenta esta ambición como una violación de “un orden internacional basado en reglas”.

Aunque la competencia estratégica no se pueda eliminar, como tampoco en su totalidad la guerra comercial o tecnológica, a Beijing le interesa particularmente contener el deterioro bilateral y, en paralelo, mitigar la agenda de desencuentros con países como India, Australia, Japón, o la propia UE, a fin de evitar la conformación de un bloque nucleado en torno a la ideología como pretende EEUU para instrumentar su pretensión hegemónica.

Es difícil que la relación sino-estadounidense tenga reparación a corto plazo. Ello solo sería posible con un giro sustancial en las políticas centrales de China: la relación con Rusia, la reforma interna adoptando una orientación liberal, reformas políticas en idéntico sentido, es decir, un cambio fundamental en el rumbo que hoy no parece figurar en la agenda.

Conclusión

Beijing rechaza cualquier pretensión de suplantar a EEUU, remitiéndose al principal propósito de su proceso, es decir, lograr la modernización y el pleno  desarrollo del país. Lo cierto es que si este se consuma con éxito, teniendo en cuenta sus dimensiones en todos los sentidos, lo natural y lógico es que al menos vea confirmada su primacía económica. Entre 2001 y 2020, China logró reducir a cerca de cinco puntos la diferencia con EEUU en la significación global de su economía. Si ese tránsito sigue un curso normal, lo cual será cualquier cosa menos fácil, en una década, China podría pasar por delante a EEUU, aunque no falta ahora quien retrasa tal circunstancia a 2060 o simplemente lo descarte ante la magnitud de sus desafíos estructurales.

Desde el establecimiento de relaciones diplomáticas a finales de los años setenta, EEUU y China desarrollaron un periodo de amplia colaboración económica que fortaleció las relaciones bilaterales y tanto contribuyó a la derrota de la URSS en la guerra fría como al desarrollo de China (Ríos, 2005). Esa etapa inició su cierre en 2008 y los JJOO de Beijing sirvieron de teatrillo de una China que estaba de regreso en el mundo con voz propia (Jiang, 2023). El desinterés chino en sumarse al G7 o en la formación del G2 (con EEUU) fue dando pábulo al fracaso de aquel compromiso que apostaba por una China homologada con el mundo occidental. Es así que poco a poco se fue abriendo paso la política de contención, cuya premisa es la negativa de China a supeditar su desarrollo a los intereses de EEUU y la necesidad de establecer una nueva estrategia para hacer frente al ascenso de una China que amenaza la hegemonía global de EEUU.

La narrativa de China apunta en doble dirección. De una parte, pretende descalificar la estrategia de EEUU con el argumento de que solo  busca mantener su hegemonía. Así se desprende de un informe reciente del Ministerio de Exteriores de China que ilustra en detalle sus manifestaciones en los ámbitos político, militar, económico, financiero, tecnológico y cultural. De otra, formulando en paralelo propuestas programáticas como la Iniciativa de Desarrollo Global o la de Seguridad Global con las que aspira a concretar alternativas, susceptibles de ser bien acogidas por aquellos que rechazan de plano una vuelta al pasado.

La pugna entre ambas economías y sus efectos, la guerra de Ucrania, etc., exacerban las diferentes sensibilidades y lecturas con incremento de los desencuentros y de la complejidad de la gobernanza global. En ese contexto, es evidente que el mundo es más multipolar que nunca y que el Sur global está desarrollando una agenda propia que no siempre coincide con la de Occidente como tampoco con la de China, y que puede actuar como un contrapeso sustancial de los intentos de hacer cuajar una nueva guerra fría.

Muchos de estos países tienen a China como socio comercial más importante o segundo más importante. También muchos de ellos se han adherido a propuestas chinas como la Iniciativa de la Franja y la Ruta. No obstante, hay clara preferencia por la equidistancia y el no alineamiento frente a los intentos de polarizar las alianzas.

A lo largo de la historia, China siempre ha sido una potencia mundial que manejó sus asuntos de manera autónoma y eligió su propio camino de desarrollo (Jiang, 2023). Con una China económicamente fuerte es imposible que se someta sin más al orden estadounidense y, al contrario, en función de sus intereses nacionales procurará construir su propio mundo geopolítico.

La estabilidad interna de China es una premisa esencial para seguir avanzando en la modernización del país, al igual que externamente la moderación y la búsqueda de los espacios de intersección que permitan cooperar para que la era de conflicto y confusión que se aventura para los próximos años no desemboque en una competencia fuera de control.

¿Se puede gestionar la competencia de modo que no degenere en confrontación? El mayor hándicap pudiera ser la propia situación interna de EEUU donde el expediente China se ha convertido en un arma arrojadiza entre demócratas y republicanos en una pugna por ver quién es más beligerante con dicho país.

Lo que China viene a sugerir es un tránsito pacífico desde la primacía estadounidense actual con una hegemonía contestada hacia la primacía china activadora de un nuevo tipo de relaciones internacionales basado en la multipolaridad.

Como ocurrió en 1991 con la disolución de la URSS, que dio carpetazo al mundo bipolar y supuso el inicio de una hegemonía indiscutida de EEUU, no se espera una conferencia internacional (a imitación de las celebradas en Viena, París o Yalta en épocas anteriores) que certifique los fundamentos del nuevo tiempo. Por el contrario, esta multipolaridad se estaría construyendo de facto cada día, paso a paso, y su clave de bóveda, cuando se produzca, será ese relevo en la primacía económica global, que acercaría a China a la posición ejercida a inicios del siglo XIX (en 1820, su PIB representaba el 32 por ciento del global, similar al de EEUU en 2001).

A salvo de una crisis grave (una guerra en el Estrecho de Taiwán, por ejemplo), que podría precipitar acontecimientos, lo previsible es que ese proceso dure varios lustros en función de cómo se dirima la transformación interna china pero también de cómo evolucionen los diferendos con los países desarrollados de Occidente. Descartada la hipótesis de un desplome unilateral similar al protagonizado por la URSS en  1991, los ajustes perdurarán en una dura competencia que solo puede intensificarse en los años venideros, pudiendo llegar a ser verdaderamente feroz.

A diferencia de los pasados siglos de primacía global china, la interdependencia deberá marcar el sinocentrismo contemporáneo. La ruptura con el tradicional ostracismo ha sido una de las principales aportaciones de la política de reforma y apertura de Deng Xiaoping. Muchos  señalan aquel aislamiento, más que a la cultura confuciana, como el origen principal de su histórica decadencia. China, aunque ahora ponga más énfasis en el autosostenimiento como respuesta a las invectivas externas que apelan a su desacoplamiento de las economías desarrolladas, no renunciará a una creciente presencia en el mundo.

Es evidente que el modelo actual, basado en el escenario resultante de la IIª Guerra Mundial, reclama una actualización. En ese proceso, la China de hoy –muy diferente a la de 1945- deberá asumir mayores responsabilidades internacionales. Y el hecho de que promueva una visión alternativa del orden internacional obliga a Occidente a dialogar con afán constructivo.

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China.

Bibliografía

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Bernstein, Richard, Munro, Ross H. (1997), The Coming Conflict with China, Knopf Doubleday Publishing Group.

Cabestan, Jean Pierre (2021), Demain la Chine : guerre ou paix ?, Gallimard, París.

Cocker, Christopher (2015), The improbable war, Hurst, London.

Jiang, Shigong (2023), China, el retorno del Imperio del Centro, Letras Inquietas

Kissinger, Henry (2016), China, Debate, Barcelona.

Mason, David S. (2008), The End of the American Century, Rowman & Littlefield. Lanham, Maryland (EEUU).

Ríos, Xulio (2005), Política exterior de China, Bellaterra, Barcelona.

Ríos, Xulio (2020), Taiwán, una crisis en gestación, Editorial Popular, Madrid.

Otras referencias:

https://www.hudson.org/events/1610-vice-president-mike-pence-s-remarks-on-the-administration-s-policy-towards-china102018

https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2022/10/Biden-Harris-Administrations-National-Security-Strategy-10.2022.pdf

https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2022/02/U.S.-Indo-Pacific-Strategy.pdf (2022)

https://politica-china.org/secciones/the-administrations-approach-to-the-peoples-republic-of-china (2022)

https://politica-china.org/secciones/the-global-security-initiative-concept-paper (2023)

Vanguardia Dossier 40 (2011), China, poder y fragilidad.

Vanguardia Dossier 70 (2018), EEUU y China, dos potencias en pugna.

(Para Anuario CEIPAZ 2022-2023)

Texto completo del Anuario, aquí: https://ceipaz.org/anuario-2022-2023/

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