Sri Lanka es un país insular anclado en el Océano Índico a unos pocos kilómetros del subcontinente indio, separado únicamente por el estrecho de Palk. Aunque siempre ha aparecido en el debate de la geopolítica del Índico, ha sido en los últimos años cuando a partir de la creciente presencia china y de su participación en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, en sus siglas en inglés), ha recibido un renovado interés internacional.
Precisamente, uno de los proyectos BRI en Sri Lanka, el puerto de Hambantota, ha sido el más polémico e hizo saltar todas las alarmas internacionales, sobre todo de India y de los países occidentales, cuando en 2017 una empresa china adquirió el arrendamiento para la gestión del puerto por un periodo de 99 años que, según la narrativa dominante, fue debido a la incapacidad esrilanquesa para devolver los préstamos chinos.
Surgió así el concepto de “diplomacia de la trampa de deuda”, acuñado por el analista indio Brahma Chellaney en un artículo en el que señalaba que el fin último de los proyectos chinos no tiene como objetivo apoyar las economías locales, sino que Beijing está llevando a cabo deliberadamente acuerdos insostenibles de deuda para la construcción de infraestructura en países en desarrollo a lo largo de la BRI para “facilitar el acceso de China a los recursos naturales o abrir el mercado para sus productos de exportación de mala calidad y de bajo costo”.
Desde entonces, el concepto ha sido ampliamente utilizado dentro del mundo académico y por todos los grandes medios de comunicación occidentales como The New York Times, The Washington Post o The Guardian.
También fue recogido por la Casa Blanca. Rex Tillerson, primer secretario de Estado de la administración Trump, señaló que China utiliza la corrupción y prácticas predatorias de préstamos para socavar los gobiernos africanos y endeudarlos. También su sucesor echó mano del término. Mike Pompeo criticó a China por “vender acuerdos de infraestructura corruptos a cambio de influencia política”.
Mike Pence, vicepresidente de Trump, señaló que China estaba utilizando la “diplomacia de la trampa de la deuda” en Sri Lanka para endeudar al país de tal forma que pudiera establecer una “base militar avanzada para la creciente armada de aguas azules de China”, aunque por el momento no hay indicios de ello.
Sin embargo, durante el último año han aparecido voces discordantes, y varios proyectos de investigación han encontrado que existen varios conceptos erróneos en la narrativa convencional sobre la financiación china.
En primer lugar, el proyecto del puerto de Hambantota no fue propuesto por China, sino por el gobierno esrilanqués de Mahinda Rajapaksa. En este sentido, Deborah Brautigam, Kevin Acker y Yufan Huang, en una investigación para el China-African Research Institute (CARI), encontraron que cuando una empresa china consiguió el contrato para la construcción del puerto en 2007 fue a través de una licitación en la que se encontraban también empresas occidentales. De hecho, señalan que fue una empresa canadiense la que hizo el estudio de viabilidad y concluyó que el proyecto era factible.
En segundo lugar, el sobreendeudamiento de Sri Lanka no se debe exclusivamente a los préstamos chinos, sino que deriva de un problema estructural de la deuda externa del país en la que se incluye el endeudamiento con los mercados de capital dominados por Occidente, y de los propios problemas internos del país, acrecentados por la endémica corrupción del gobierno de Rajapaksa.
A este respecto, un trabajo de investigación de la Chatham House (un influyente think tank británico) titulado “Chinese Investment and the BRI in Sri Lanka”, encontró que a pesar de que la deuda contraída con China se había doblado de 2,2 mil millones a 5 mil millones de dólares entre 2012 y 2018, el porcentaje que China poseía de la deuda externa total esrilanquesa era únicamente del 5,6% en el año 2018.
En tercer lugar, el contrato de arrendamiento de 99 años del puerto de Hambantota a la empresa china China Merchants no se debió a la presión por parte del gobierno chino por la dificultad esrilanquesa para devolver los préstamos contraídos con bancos chinos.
Tal como señala Deborah Brautigam en su artículo “The Chinese ‘Debt Trap’ is a Myth”, cuando Mithripala Sirisena llegó a la presidencia tras las elecciones de 2015, se encontró con una difícil situación de deuda y organizó un rescate con el Fondo Monetario Internacional (FMI). De esta forma, decidió recaudar dinero a través del alquiler del puerto de Hambantota y utilizó los 1.120 millones de dólares recaudados para reforzar sus reservas extranjeras y no para pagar a China Eximbank. En ese momento, además, señala que Sri Lanka debía más dinero a Japón, al Banco Mundial y al Banco Asiático de Desarrollo que a China.
Por lo tanto, en el caso de Sri Lanka, la “diplomacia de la trampa de la deuda” tiene poco de verdad. Muchos proyectos sirven para los propios intereses de los países receptores de los proyectos BRI y no sólo sirve a los intereses geopolíticos y económicos chinos. En muchos casos, los proyectos de infraestructura no encuentran financiación en el mercado internacional, por lo que muchos países acuden a la financiación china. En algunos casos, además, los proyectos de infraestructura sirven para la consecución de un mayor apoyo político por parte de los dirigentes políticos.
Ello no obsta, sin embargo, a que los proyectos enmarcados bajo la BRI carezcan de problemas. Una de las principales complicaciones de los proyectos chinos ha sido la corrupción, algo que ha dañado notablemente la imagen de Beijing en el exterior. Por ejemplo, en Sri Lanka fue una de las causas de la derrota de Mahinda Rapajaksa en 2015 frente a Sirisena. Sin embargo, Beijing trata de cambiar esta percepción y en el Foro de la Ruta de la Seda de 2019, Xi Jinping señaló que los proyectos BRI no tolerarían la corrupción y prometió una mayor transparencia.
Por otra parte, el impacto medioambiental ha sido otro de los grandes problemas de los proyectos BRI. Ahora bien, durante los últimos años, China ha tratado de promover una “Ruta de la Seda Verde” donde los estándares medioambientales tengan un mayor peso. En el caso de Sri Lanka, los primeros proyectos fueron más dañinos para el medio ambiente, pero los más recientes se han adaptado más estrictamente a los estándares medioambientales.
Los proyectos BRI chinos en Sri Lanka tienen mucho que mejorar; sin embargo, la falsa narrativa occidental ha contribuido a poner en el mapa tanto a Sri Lanka como a otros países en desarrollo que participan en la BRI y ha obligado a los países occidentales a repensar su estrategia. Subhashini Abeysinghe, investigador del Verité Research (un think tank con base en Colombo), señala que antes del episodio del puerto de Hambantota, “Sri Lanka podría hundirse en el Océano Índico y la mayor parte del mundo occidental no se daría cuenta”.
Algo así ha ocurrido en el continente africano, donde las inversiones chinas han obligado a la Unión Europea reconsiderar su posición. Algunas voces críticas, como se señala en un informe del European Think Tanks Group, sugieren que la “narrativa del desarrollo” tradicional europea se ha visto cada vez más como “condescendiente y “alienante” por parte de los líderes africanos y, en consecuencia, en marzo de 2020, se publicó una comunicación conjunta del Parlamento Europeo y el Consejo titulada “Hacia una estrategia integral con África” para deshacerse de esta narrativa y promover una nueva imagen de África como una “tierra de oportunidades”.