China observa con cierta angustia la inestabilidad creciente que vive la Venezuela de Maduro. Durante el mandato de Hugo Chávez, los vínculos bilaterales se intensificaron de forma exponencial en función de una simpatía estratégica y visión compartida del orden internacional que encontraba en el suministro de barriles de petróleo un fundamento capaz de pasar a segundo plano contradicciones, cautelas, fragilidades y reveses. El propio Nicolás Maduro tuvo la oportunidad de afianzar esa relación en su periodo al frente de la diplomacia de Caracas.
Las inversiones chinas en Venezuela han crecido significativamente en los últimos lustros y son cuantiosas. De hecho, los recursos invertidos superan ampliamente los préstamos otorgados por China al resto de los países de la región. Hoy día, los intereses económicos chinos van más allá de la energía abarcando numerosos dominios en los que sus empresas están presentes: desde la industria a la agricultura, el transporte, la vivienda, el aeroespacial, etc.
Maduro, con abierta simpatía por el modelo chino de desarrollo, estimuló la creación de zonas económicas especiales, en buena medida financiadas con préstamos procedentes del gigante asiático.
La receptividad bolivariana explica que altos dirigentes del gigante asiático, incluido el propio presidente Xi Jinping o el vicepresidente Li Yuanchao, hayan calificado a Caracas como su más fiel aliado en América Latina. Pese a que ahora ven peligrar el futuro de una relación que se pretendía modélica para otros países de la región, esas palabras no son retóricas. Por otra parte, la alianza con China es una pieza clave de la política exterior del presidente Maduro y a partir de ahora lo será más ante la expectativa del aislamiento alentado por las potencias occidentales tras la convocatoria del pasado domingo.
Pero hay luces y sombras en el entendimiento bilateral. Beijing, por ejemplo, dio largas abiertamente a un hipotético acuerdo con el ALBA que pudiera ser interpretado como un aval sin matices al bloque promovido por Venezuela; también desechó un papel protagonista de Caracas en la gestión parcial de su relación con la CELAC, o, siempre, marcó distancias con el tono antiestadounidense del discurso bolivariano por más que simpatizara con el énfasis en la defensa de la soberanía nacional. En suma, fiel a su pragmatismo, trató de mitigar la hipotética carga ideológica de la relación bilateral y evitar dar la impresión de abrigar la más mínima intención de contrariar los intereses de EEUU. Voluntad política y hasta entusiasmo, pero con silenciador.
Cada vez con más insistencia, no pocos inversores orientales, en su mayoría públicos, alertaron al gobierno chino de lo arriesgado de la apuesta significando los numerosos condicionantes que pueden derivar en un escenario de caos similar al experimentado en otras latitudes con pésimas consecuencias para los intereses de su país. Esto no es nuevo. Libia está en la mente de todos. Pero aunque la preocupación va en aumento, no parece que China vaya a desentenderse y dejar caer sin más a Maduro. Con pocos puentes tendidos hacia la oposición y dificultades para acompañar las alternancias, el afán de afirmación global de sus intereses que hoy determina su política exterior podría incitarle a elevar el tono de su apuesta.