Las elecciones europeas también son de gran importancia para China. El resultado puede tener una significativa influencia en el trazado y evolución de su política general de apaciguamiento de las contradicciones con la Unión Europea.
Habitualmente, en la estructura institucional comunitaria es el Parlamento europeo quien más se destaca en la beligerancia con China. Ya nos refiramos a los derechos humanos, Taiwán, etc., sus resoluciones ponen de manifiesto críticas abiertas a su sistema y su política. En otro orden, las exigencias expresadas en materia comercial alcanzan donde la Comisión de buenas a primeras quizá no se atreve. El Parlamento va un paso por delante. No se olvide que en 2021 decidió congelar la ratificación del acuerdo de inversiones con China, privando a Xi Jinping de un éxito por el que China había trabajado prácticamente una década.
Naturalmente, a China le interesaría que la próxima cámara exhiba otra actitud, pero no parece que vaya a ser así. Si se confirman los vaticinios, su escoramiento más a la derecha, con mayor presencia de sectores ultraconservadores y extremistas, no augura nada bueno para la relación con China.
Una “diplomacia variable”
La diplomacia china no persigue el establecimiento de alianzas sino de asociaciones de diverso tipo que se ajustan al perfil de su interlocutor. En la relación con los países europeos, hay múltiples enfoques estatales y subregionales que complementan la estrategia general con la UE. Los países comunitarios, en su mayoría, expresan una actitud ambivalente en relación a China en una atmosfera general de aumento de la desconfianza y del temor a la pérdida occidental de la hegemonía económica, tecnológica y política.
Si la tendencia que pueden mostrar estas elecciones europeas se consolida en los marcos estatales, China tendrá que ajustar aun más esa diplomacia variable para desactivar las posibles tensiones.
Bien es verdad que China tiene en común con muchos de estos sectores ultra la defensa de la soberanía nacional, pero no más. A poco que se impongan en los respectivos gobiernos europeos, China solo puede esperar un mayor auge de las políticas proteccionistas y un mayor alineamiento con las posiciones estadounidenses. Ello se contrapone a su defensa de una globalización inclusiva, de la multipolaridad o del multilateralismo.
Una pista nos la ofrece la Italia de Georgia Meloni, que ha retirado a Roma de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el único país del G7 que participaba en ella. Eso a pesar de que en Beijing percibían en Italia un entendimiento que no parecía coyuntural. Cuando el azote del Covid, Beijing le envió millones de máscaras acompañadas de una cita de Séneca, enfatizando la unidad de la humanidad: “Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín”….
El único país en Europa con el que China ha logrado establecer una “comunidad de futuro compartido” es el extracomunitario Serbia. Fue durante la reciente gira de Xi Jinping, con escalas también en París y Budapest.
La autonomía estratégica
Si varios son los planos en los que se dilucida la relación UE-China, para Beijing, el enfoque geopolítico es de la máxima importancia y requiere de políticas estratégicas y de medio-largo plazo.
Se insiste hasta la saciedad en que a China le interesa particularmente terciar en la estabilidad europea, propiciando divisiones que, sobre todo, alejen a Bruselas de Washington. Pero es más que eso.
En esa propuesta de compartir la gestión de los problemas globales, la comunidad de futuro compartido, santo y seña de su política exterior, a China le interesa una UE con la que pueda trabajar en los grandes temas. Eso solo puede ocurrir con una UE más fuerte. Y los extremismos en auge apuntan a una UE más débil, a favor de los estados nacionales.
Las críticas a la proyección de China en Europa expresan la inquietud de quienes ven con recelo los avances hacia la autonomía estratégica. Y aunque Bruselas hoy parece entonar ese discurso para justificar el tomar distancia en la relación con China, lo cierto es que el problema de la autonomía estratégica en Europa tiene, sobre todo, un nombre: EEUU. Es muy difícil, prácticamente imposible, acceder a esa autonomía cuando a pesar de haber transcurrido 80 años de la II Guerra Mundial, EEUU tiene a su disposición en Europa cerca de 300 emplazamientos y bases militares. Y quienes dicen defender la soberanía nacional frente a la UE, en modo alguno van a exigir esa retirada estadounidense de Europa.
Internamente, la búsqueda de una autonomía estratégica por parte de Europa debe tener como objetivo salvaguardar la esencia de la Europa de posguerra, un modelo basado en la paz y el bienestar, y también el compromiso con un multilateralismo caracterizado por la inclusión, el equilibrio y la eficacia. En ese doble enfoque general, podría decirse que el trazo grueso puede facilitar la aproximación de China y la UE.
La defensa de una forma abierta de autonomía estratégica puede permitir a la UE desarrollar relaciones con EEUU o China de forma más compensada. Esa relación trilateral puede desequilibrarse aun más si a resultas de las tendencias expresadas en estas elecciones, Europa rechaza de plano abogar por la multipolaridad y se suma a quienes se empeñan en la reedición de una nueva guerra fría.
(Para Diario Público)