Poco se habla en estos comicios del papel de Europa en un sistema internacional que experimenta una transformación que se acelera por momentos. Vivimos en una era de cambios rápidos. La cuestión central es si apostar o no por la autonomía estratégica en un horizonte multipolar o, de otra manera, en que medida los intereses europeos están a mejor resguardo mediante la alianza de la UE y EEUU haciendo piña ante la eventualidad de una reedición de la Guerra Fría. Como en tantas cuestiones de cierta importancia, la división de pareceres está servida. Y hay niveles y graduaciones cuya escala está por definir.
La visibilidad internacional de Europa ha disminuido. Si nos atenemos a su papel en los grandes conflictos del momento, su voz colectiva, ya no digamos unánime, apenas se percibe. Por otra parte, el protagonismo de Europa se ha labrado en la diplomacia multilateral. Y esta atraviesa un mal momento.
Desde la crisis financiera a la pandemia de COVID-19, la implicación en diferentes guerras en varios continentes sin una expectativa clara y la creciente rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China han causado importantes incertidumbres para Europa. Y el factor chino es especialmente crucial.
Si nos atenemos a la variable de los valores e ideales sistémicos, es evidente la proximidad entre EEUU y Europa por más que puedan trazarse matices de diverso orden entre sus respectivos modelos. La autonomía estratégica de Europa no puede resumirse simplemente en un separarse de Estados Unidos sin más. Pero, ¿puede Europa mantener su propio proyecto en el futuro sin disponer de autonomía estratégica? Esta es, probablemente, la pregunta clave y reviste un interés fundamental.
China se ha pronunciado a favor de la autonomía estratégica de Europa. De una autonomía abierta, no sustitutiva de un aliado por otro. Pero cuando el presidente Xi visita nuestro continente, como ha hecho recientemente, se disparan las alertas: el objetivo de China no sería otro que alentar a Europa a distanciarse de Estados Unidos, fracturando potencialmente la unidad dentro de la OTAN y la Unión Europea.
Lo contrario de la autonomía estratégica es la dependencia estratégica, que es la situación actual entre EEUU y Europa. No obstante, el tono y la evolución de las relaciones entre China y Europa no debieran estar subordinadas a las relaciones entre Estados Unidos y Europa o a las relaciones entre China y Estados Unidos.
El presidente Macron ha destacado en los últimos tiempos la necesidad de abogar por esa autonomía estratégica para Europa. Sus declaraciones han sido polémicas en más de un caso. Algunos han apreciado cierta revancha por los desaires de Washington, que sí prima sus intereses sobre cualquier otra consideración como evidenció el caso de los submarinos nucleares con Australia en 2021. Y en esa dinámica, a Europa no le queda otra que decir amén. Para sus críticos, Macron está saboteando a Occidente desde dentro al proclamar la trascendencia para Europa de mantener su autonomía y unidad estratégicas.
A los ciudadanos europeos, más allá de las cábalas de este orden, les preocupa que la gobernanza democrática pueda seguir percibiéndose como una característica del modelo. Y lo que más inquieta es la salud de la economía y la capacidad para preservar aquel bienestar que le proporciona los medios básicos de subsistencia. En los últimos años, el desarrollo industrial y energético de Europa ha debido enfrentar coyunturas difíciles. Ahora, también. Los desequilibrios económicos y sociales han proliferado. Para encarar esta situación, Europa no puede prescindir de China.
Europa debe pensar en abrir nuevos caminos cuyo propósito debe ser la salvaguarda de su identidad. En consonancia, la autonomía estratégica de Europa debe tener como objetivo su proyección y desarrollo. Ello es más factible en un contexto de multipolaridad que de bipolaridad y explica por que Europa debe involucrarse en la defensa de un multilateralismo basado en la inclusión y el equilibrio. Solo así puede aspirar a desempeñar un papel sustancial en la gobernanza global en la nueva era de multipolaridad.
China, guste o no, es un invitado activo del multilateralismo global. Se diría incluso que un dinamizador y líder. Ese compromiso, en buena medida no ajeno a la demanda de Europa, funge como capitalizador de su influencia pero igualmente puede proveer a Europa de una posición relevante en el orden global. Ambos son referentes inexcusables de la multipolaridad.
Son muchas las contradicciones internas y las fuerzas en conflicto. Es probable que el mapa político resultante de estas elecciones y las tendencias en curso en los estados europeos acentúen los dilemas profundos de Europa. Si las elecciones de noviembre en EEUU introducen más factores de inestabilidad, la apelación a los valores compartidos se agrietará un poco más. La gestión de los intereses de cada parte marcará el rumbo a seguir.
La decisión de Europa no consiste en elegir entre EEUU o China sino la de apostar o no por posicionarse entre las dos potencias principales y aprovechar ambas. En ese contexto, cuanto más dinámicos sean los lazos sinoeuropeos en sí mismos, más equilibrada podrá ser la relación trilateral.
(Para Diario El Correo)