Los intereses de China en el Afganistán talibán Bienvenido Tingyi Chen Weng es graduado en Relaciones Internacionales por la UCM y estudiante del Máster de Periodismo Internacional en la URJC

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

Tras la toma de Kabul por parte de los talibanes el 15 de agosto y la decisión de Estados Unidos y de sus aliados de evacuar a todos sus ciudadanos del país, China mantuvo una postura diametralmente distinta. Beijing ha actuado de forma menos alarmista, más sosegada y sin demasiados sobresaltos. A diferencia de la mayoría de los países, China decidió mantener su embajada abierta y con personal, aunque los servicios consulares quedaron cerrados a partir del 10 de agosto.

La posición china no ha sido casualidad. El ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, ya se había reunido a finales de julio con diversos líderes talibanes —incluyendo a Mullah Abdul Ghani Baradar, probablemente la figura más influyente dentro del movimiento— en Tianjin para discutir el proceso de reconciliación y reconstrucción en Afganistán. En dicha reunión, los talibanes acordaron no apoyar a los separatistas uigures en la provincia de Xinjiang y animaron a China a participar más activamente en el proceso afgano.

Esto fue reafirmado por Hua Chuying, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, el 16 de agosto en una conferencia de prensa: “Los talibanes afganos dijeron en múltiples ocasiones que esperan desarrollar relaciones sólidas con China, esperan la participación de china en la reconstrucción y el desarrollo de Afganistán y nunca permitirán que ninguna fuerza use el territorio afgano para participar en actos perjudiciales para China”.

Por tanto, el interés principal chino está claro. Considerando inevitable el ascenso de un gobierno talibán, Beijing busca que un Afganistán talibán no se convierta en un refugio para los terroristas uigures que amenacen la estabilidad interna de Xinjiang, cuya frontera de únicamente 76 kilómetros —en lo que es conocido como el corredor de Wakhan— ha sido una constante fuente de preocupación para el gobierno en Beijing por la estrecha relación que ha mantenido el Movimiento Islámico de Turquestán Oriental (MITO) con los talibán y al-Qaeda.

Ya en 2018, China ayudó a Afganistán a crear una brigada de montaña en el corredor de Wakhan para combatir el terrorismo y otorgó más de 70 millones de dólares en ayuda militar durante el periodo 2015-2018.

A cambio, los talibán buscan establecer las bases para conseguir un cierto reconocimiento internacional a su gobierno. También ven en China una potencial fuente de inversiones en futuro, algo que supondría un salvavidas para la maltrecha economía afgana. En la reunión con el ministro Wang Yi, los líderes talibanes aseguraron que realizarían todos los esfuerzos necesarios para fomentar un entorno propicio y seguro para las inversiones.

Afganistán ocupa un lugar geopolítico especial para China, constituyéndose como un enclave que une Asia Meridional con el Oriente Medio y Asia Central. Es por ello por lo que Beijing firmó un acuerdo con el anterior gobierno afgano para desarrollar la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI en sus siglas en inglés), pero la endémica inestabilidad del país ha erosionado continuamente las ambiciones chinas en el país, que han quedado reducidas a unos pocos proyectos, principalmente en el sector de la minería.

Sin duda, un prerrequisito que establece China para realizar inversiones en un país es la estabilidad y la seguridad basada en el “principio de legalidad”, algo que ha escaseado en Afganistán en los últimos tiempos. Bajo esta premisa, se antoja complicado que, en un futuro próximo, la situación consiga cambiar para que los chinos decidan aventurarse a invertir en el país tal y como han hecho en la vecina Pakistán, una de las joyas de la corona de la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

Ante esta situación, quedará por ver si los talibán considerarán “amiga” a China si ven que el flujo inversor procedente del gigante asiático no aumentara considerablemente en el futuro cercano. A nadie se le escapa que a China no le gusta precisamente tratar con una formación que ha dado refugio a numerosos terroristas, pero a Beijing no se le abren muchas mejores opciones que pactar con el diablo y esperar que los líderes talibanes cumplan sus promesas —algo incierto, dados precedentes— y no convertirse en un refugio para los combatientes uigures para asegurar su propia estabilidad interna. Asegurar las grandes inversiones realizadas en Pakistán —algunas han recibido ataques durante los últimos meses— es otro de los grandes objetivos, algo que pasa inevitablemente por la estabilidad de su vecina Afganistán.

Eso sí, de los derechos humanos y de las mujeres no parece que vayan a interesarse los dirigentes chinos. Escudados en su principio de “no interferencia”, no parece probable que Beijing vaya a inmiscuirse en lo que consideran asuntos internos de Afganistán.