Podríamos decir que China ha entrado por la puerta grande en la doctrina estratégica de la OTAN. Es la primera vez y confirma su irreversible estatus como protagonista mundial ya no solo en el ámbito de la economía o el comercio sino igualmente en el de la seguridad. Respecto a esa consideración, cabría hacer algunas observaciones relevantes. La primera, que se define como rival, no como amenaza, calificativo reservado solo a Rusia, aunque convendría trascender el valor de lo meramente semántico; de esta forma, en relación a China imperaría la denominación establecida por la Comisión Europea en 2019. La segunda, que, en efecto, algunos países, e importantes como EEUU, abiertamente sí la consideran una amenaza, la mayor de todas, aunque el nivel de cohesión estratégica entre todos los países miembros no ofrece una similar caracterización. En tercer lugar, se identifican los principales focos problemáticos (expansión y opacidad, conflictos marítimos y territoriales, 5G, etc.) que justificarían la alerta que la emergencia china supone para los intereses de seguridad de la OTAN.
La inclusión de China en el concepto estratégico deja una puerta abierta a un “compromiso constructivo”, posibilidad que será objeto de tanteo en los próximos años en los que podremos advertir tanto signos de incremento de la tensión como de apaciguamiento. Lo más importante ahora sería evitar desbordamientos y mantener las discrepancias bajo control, a cuyo empeño se están aplicando Jake Sullivan y Yang Jiechi por encomienda de los respectivos presidentes estadounidense y chino. Pero aunque mejore la comunicación estratégica, la tendencia a la exacerbación del pulso hegemónico será difícil de conjurar en tanto en cuanto China se reafirme en un sistema alternativo de gobierno y no acepte entrar sin más, con la cabeza gacha, en las redes de dependencia de Occidente.
Naturalmente, a China este nuevo escenario le preocupa, tanto por sus implicaciones políticas (cuyo alcance efectivo habrá que precisar) como por razones de seguridad en tanto en cuanto el previsible enturbiamiento puede afectar a la estabilidad y a la viabilidad de la hoja de ruta trazada para 2049, cuando la República Popular debe completar su largo proceso de modernización y acreditarse como “un país socialista, próspero…”, etc.
De entrada, China enmienda la lógica mayor que ha inspirado esta cumbre, la de que a más incertidumbre, se necesita más OTAN. Beijing no deja de recordarnos que con sus anteriores expansiones hacia el este, la alianza no ha logrado hacer de Europa un lugar más seguro. Al contrario. Lo cual vendría a demostrar que la seguridad debe ser integral e inclusiva, y no de unos a costa de otros. Xi lo señaló en la reciente cumbre virtual de los BRICS, donde criticó abiertamente y sin tapujos la ampliación de las alianzas militares mientras apelaba a la expansión de los propios BRICS bajo la égida de la cooperación pragmática, donde hay suficiente cintura como para tener cabida las reticencias de India o Brasil.
En relación a China, la Alianza Atlántica ha interiorizado en Madrid el tono estratégico que EEUU marcó ya en 2018, bajo Donald Trump, y que ahora Joe Biden continúa. Es el hilo de continuidad entre el discurso del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson y el del Secretario de Estado Antony Blinken en la Universidad George Washington el pasado mayo. El consenso bipartidista para la defensa de la hegemonía global de EEUU se comprende. Pero, además, por fin, Biden ha logrado que todo el orbe liberal, de Europa a Asia, le secunde. Y la UE nos deja impávidos al descubrir que la “autonomía estratégica” reclamada entonces, a la postre, quería decir de China y no de EEUU.
Aún así, más dependiente que nunca del vínculo transatlántico, la cohesión europea en relación a China presenta déficits destacados y pese a la pompa y boato de este encuentro, habrá que ver su recorrido a la vista de las incertidumbres que rodean la política estadounidense. Y europea. Las cosas pueden cambiar mucho no en pocos años sino incluso en pocos meses. En EEUU, hay elecciones de medio término en noviembre. Muchas miradas apuntan al gobierno alemán, que trabaja en su propia estrategia para China, por otra parte, su principal socio comercial desde 2015. París podría distanciarse de Berlín en esto. Y más matices de otras capitales podrían sumarse de tensar en demasía la cuerda en un contexto de una crisis económica y social ascendente y asfixiante. Esas grietas podrían extenderse al QUAD o al AUKUS, con la atención puesta, sobre todo, en la Australia del laborista Anthony Albanese.
Contradicciones y respuestas
Desde la perspectiva china, el cúmulo de contradicciones no puede ser más elocuente: la OTAN se rearma de forma alarmante pero es a China a quien se acusa de elevar preocupantemente su nivel de gasto militar; o se defiende a capa y espada la integridad territorial de los países miembros pero al mismo tiempo se alienta abiertamente el secesionismo de Taiwán, una “línea roja” para Beijing… Es consciente, por tanto, de que la presión militar y estratégica irá en aumento y que debe mejorar y afinar su capacidad de respuesta.
¿Cómo puede responder China al envite? Frente al ascenso de la seguridad en la priorización de valores e intereses de Occidente, también en China es previsible que esta suba enteros aunque sin trastocar, en lo fundamental, el rumbo seguido hasta ahora. Esto significa que China evitará repetir el viejo error soviético y caer en la trampa de sumarse a una suicida carrera de armamentos, que seguirá estableciendo y fortaleciendo relaciones pragmáticas de asociación pero no alianzas en sentido estricto, y que la lógica del desarrollo seguirá imperando sobre cualquier otra. Matizando el viejo aserto revolucionario de Mao de que “el poder nace del fusil”, esta China cree más en la efectividad global de la capacidad de proyección de la influencia a través de la economía.
Cabe, pues, esperar de la diplomacia china, en la medida en que el curso de la pandemia lo permita, un mayor activismo orientado a expandir su presencia y a generar contradicciones entre los países occidentales, sobre todo entre EEUU y Europa, que siempre concibió como un contrapeso estratégico necesario en su concepción multipolar post-hegemónica.
En el volátil contexto internacional actual, la solidez trazada mediáticamente estos días se antoja frágil mientras que la cohesión china tenderá a expresarse nuevamente, sacando partido de la interdependencia establecida con numerosos países y de esa voluntad de no escatimar esfuerzos para materializar sus principales proyectos internacionales estratégicos, que el G7, por cierto, tendrá difícil emular. Y a cada anuncio rimbombante que hagan los líderes occidentales (desde la Build Back Better World a la Nueva Asociación para la Infraestructura y la Inversión Global), su falta de implementación efectiva dañará más su propia credibilidad ante los hipotéticos beneficiarios, realmente escépticos desde hace años.
En otro orden, a las puertas del XX Congreso del PCCh, la declaración de la OTAN supone un aliciente más para la continuidad de Xi Jinping al frente de los destinos del Partido y del Estado. Cierto que la diferenciación entre “amenaza” y “desafío” a propósito de la conceptualización de China podría tener cierto recorrido interno para favorecer a quienes abogan por una moderación de las políticas interna y exterior del país, pero lo más plausible es que la pulsión nacionalista se mantenga e incluso se refuerce en paralelo al diagnóstico de Xi: vienen “cambios nunca vistos en un siglo y es indispensable garantizar la unidad y la lealtad al liderazgo”. Abrir fisuras relevantes en eso no será fácil desde el exterior. Ni siquiera para la OTAN.