En los últimos meses, coincidiendo con el anuncio del retorno de EEUU a la región de Asia-Pacífico (a donde pretende trasladar hasta un 60% de su flota antes de 2015), el agravamiento de las disputas territoriales en las aguas próximas de China está provocando un reforzamiento de las alianzas militares en la región y anticipa una carrera de armamentos que se antoja difícilmente evitable.
El carácter irreconciliable de las posiciones de las partes en litigio, el fracaso de las soluciones tácticas de congelación como la Declaración de Conducta de las Partes suscrita en 2002 por China y los países de la ASEAN, la reafirmación de las respectivas reivindicaciones con la adopción de medidas unilaterales a cada paso más graves y la señal enviada por Washington a los países ribereños que se sienten ahora amparados por un valedor de peso y tanta significación como EEUU, establecen los vectores esenciales de un escenario que se complica a cada paso.
Aun sin menospreciar la importancia del conflicto con Japón (y Taiwán) en el Mar de China oriental –en torno a las islas Diaoyu/Senkaku-, la mayor preocupación gira en torno al Mar de China meridional, una zona de gran importancia para el comercio regional y por donde transita buena parte del flujo energético que nutre las economías de países como Corea del Sur, Japón, Taiwán o la propia China. A esa importancia en términos de seguridad estratégica se suma la trascendencia de los recursos que alberga el subsuelo.
Los conflictos afectan a las islas Dongsha o Pratas, en disputa “interna” con Taiwán; y a los archipiélagos de las Paracel o Xisha y Spratley o Nansha. China controla Xisha, de donde expulsó a Vietnam en 1974. En las Nansha, la disputa afecta a Vietnam, y Taiwán. Filipinas, Malasia, Brunei reclaman parte de estas islas. Recientemente, el Consejo de Estado ha creado una administración para ambos archipiélagos, incluyendo también el llamado Banco de Macclesfield o Zhongsha. Podríamos sumar también las islas Natuna, que le enfrentan con Indonesia, aunque no tiene la intensidad de las anteriores. China reivindica su soberanía sobre estos enclaves en atención a circunstancias históricas que refuerza con alusiones a la demarcación de su Zona Económica Exclusiva que, por otra parte, se superpone a la de otros países ribereños, lo que plantea serios problemas de delimitación. Anteponiendo siempre esa soberanía que considera indiscutible, se ha mostrado dispuesta a negociar otros aspectos como la explotación compartida de los recursos de la zona.
El ascenso de su poder global, el avance tecnológico o la mejora de su Armada infieren a los demás países una reserva importante respecto a unas reclamaciones que China siempre ha evitado internacionalizar o multilateralizar, defendiendo la búsqueda de soluciones bilaterales que les sitúan en inferioridad de condiciones. Con tales axiomas de partida, las posibilidades de que ASEAN desempeñe un papel sustancial no son realistas, por eso los países afectados han recibido como agua de mayo el compromiso de EEUU con la “libertad de navegación” (a pesar de que no ha suscrito la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar, a diferencia de China, que si lo hizo en 1996) como una oportunidad para hacer valer sus puntos de vista y evitar que China les trate como simples vasallos resucitando el tiempo de los reinos tributarios.
La implicación de unidades militares de ambas partes, la multiplicación de ejercicios navales y la hipotética garantía de seguridad estadounidense duplicando los vínculos militares con Vietnam, Filipinas, Singapur, Taiwán o Australia, evoca una creciente inclinación al recurso a la fuerza, alejando las medidas de confianza o la búsqueda de formulas de cooperación.
EEUU ha encontrado en los diferendos que habitan en estas aguas un sólido argumento para plantar cara a la emergencia china. Muy probablemente, el aumento del dispositivo militar de EEUU en la zona contribuirá a aumentar la sensación de confrontación más que a poner paz entre las partes. La declaración emitida el 3 de agosto por el Departamento de Estado a propósito de la reciente creación por parte de China de la ciudad de Sansha y el establecimiento de una guarnición militar ha enervado a las autoridades chinas quienes acusan a Washington de “ceguera selectiva” con el propósito último de contrariar el incremento de su influencia en la zona. No falta quien interprete esta actitud como un deliberado intento de jugar a la contención, ofreciendo promesas a algunos países, a la postre, de cuestionado y difícil cumplimiento.
Para China, este desarrollo de los acontecimientos plantea tesituras delicadas. En primer lugar, no es del todo descartable que se produzca algún golpe de mano que refuerce sus posiciones fácticas en los litigios, a sabiendas de que la situación podría empeorar en los próximos años. Por otra parte, esta actitud de Washington afectará a las relaciones bilaterales sumando enteros a la hipótesis de una preparación estratégica para un enfrentamiento inevitable y duro en defensa de sus intereses, lo que evocaría el peor de los escenarios imaginables. El hecho de que China haya señalado estos territorios como parte integrante de sus “intereses vitales” deja entrever los severos límites de su tolerancia. Asimismo, se trata de un reto de difícil gestión interna, ya que provoca tensiones importantes, especialmente a través del aumento de la influencia del Ejército Popular de Liberación en los posicionamientos de su diplomacia, situando contra las cuerdas su bienintencionado discurso del desarrollo pacífico, hasta ahora considerado la carta de presentación en el mundo del siglo XXI. El aumento de las resistencias en los países vecinos y del descontento de las opiniones públicas respectivas genera una crispación que puede provocar otro efecto añadido negativo: la distracción respecto al frente interno en el que se acumulan los factores de inestabilidad lo que puede aumentar la tentación de una huida hacia adelante.