La OTAN y China Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Seguridad y defensa by Xulio Ríos

Confieso que en el referéndum de 1986 voté en contra de la permanencia de España en la OTAN. Y también que, de ser el caso, hoy votaría lo mismo. El actual rumbo de los acontecimientos no es menos preocupante que entonces. Con las sociedades de prácticamente todo el mundo a la espera de una recuperación económica incierta, que sea el belicismo el que gane terreno en el discurso solo cabe explicarlo por el grave dilema que vive la comunidad internacional: el temor a un cambio de hegemonía que podría dilucidarse en una década.

La OTAN puede convencernos de que Rusia representa una amenaza y que ello justifica el rearme, pero el conflicto estratégico va mucho más allá de Ucrania. La UE acepta ahora lo que negó en su día a Donald Trump, es decir, incrementar sustancialmente el gasto militar. Los escandinavos abandonan su política tradicional en esta materia. Japón o Alemania, países derrotados en la Segunda Guerra Mundial, se deslizan por la euforia armamentística. Y veremos si el nuevo gobierno laborista australiano continúa en esto la misma senda del conservador Morrison. Es posible. Total, que todo parece un toque a rebato, prietas las filas, para prepararse para lo peor, que aun estaría por llegar.

Y en medio de todo esto, lo que avanza al galope es el señalamiento de China como el gran rival. Rusia no lo es, obviamente. Solo China tiene el potencial integral suficiente para destronar la hegemonía gestionada por Occidente en los dos últimos siglos. El concepto estratégico que será aprobado en Madrid incluirá a China como amenaza. La OTAN asegura que está en comandita con Rusia para impedir que cualquier país pueda elegir libremente su propio camino. Una afirmación polémica teniendo en cuenta como hemos exportado nosotros, a menudo con cañoneras, nuestro modelo con resultados verdaderamente trágicos. Para lo de Libia, por ejemplo, no hay palabras. Pero la autocrítica no se estila mucho. Es verdad que China ha dicho claramente que no es Occidente ni quiere serlo pero también que no pretende imponer a otros su ideario. Lo tendría muy difícil, por no decir imposible. No lo consigue siquiera entre los más cercanos ideológicamente. Y es que bastante tiene con lo suyo, y no solo atraso, desequilibrios y desigualdades sino igualmente taras de difícil acomodo en términos de sistema político o derechos humanos.

Tras la gira de Joe Biden por Asia, la presión hacia Beijing se acentúa. El riesgo no es ese nuevo marco económico IPEF, de más que dudoso futuro, sino la expansión creciente de este discurso belicista y de las líneas divisorias asociadas. Porque se acusa a China, que está en Asia, de expansionismo en la región, pero quien tiene estacionados desde el final de la Segunda Guerra Mundial en Japón a 50.000 militares es EEUU (en 84 bases o puestos avanzados), además de 28.500 soldados en Corea del Sur (en cinco grandes emplazamientos), por no citar la red de bases con las que circunda a China. Esta fuerte presencia le cuesta a Japón 4.400 millones de dólares anuales, lo que compensa el 75% del gasto estadounidense; en el caso coreano, se financia con una aportación anual de 921,5 millones de dólares de Corea.

Pero no es suficiente. La OTAN quiere ser global. En Madrid habrá una muy importante presencia asiática. Y ahí vamos con el QUAD y con el AUKUS, y lo que sea menester, preludio de un incremento de aquella presencia en los mares de China y con Taiwán como ariete argumental y quizá más.

En esta dramática evolución, hay un reconocimiento implícito de que la estrategia de la Casa Blanca basada en la guerra comercial y tecnológica no ha tenido mucho éxito.  Con ese cartucho quemado, al presentar Antony Blinken la política hacia China destacó que este país es el “desafío más grave a largo plazo para el orden internacional” y que solo habrá tregua si se adoptan medidas concretas para abordar sus preocupaciones, es decir, si entran por el aro. Toda una declaración de intenciones.

El atribuir a China una influencia y ambición extraordinarias se asocia con una voluntad de proyectar un orden alternativo. Paradójicamente, se descartan guerras frías, o intentos de cambiar el sistema político chino, pero los hechos parecen apuntar en esa dirección cuando dividimos el mundo entre países que están con nosotros y los que no, o cuando conminamos a la sociedad china a acabar con la dictadura del Partido Comunista a sabiendas de que hoy por hoy no tiene alternativa y que no queda otra que darle tiempo para que siga evolucionando, como ha venido haciendo en los últimos cuarenta años. Ese proceso corre el riesgo de detenerse si Occidente abandera una hegemonía excluyente y no le deja espacio para compartir el destino global.

EEUU dice que no ve el conflicto con China pero prepara a la OTAN para él. Dice que ambos pueden coexistir pacíficamente pero siempre y cuando reconozca quien tiene el mando en plaza. Una agenda global que impone la cooperación en ciertos ámbitos constituye cierta esperanza. Pero todo se jugará en esta década, sin duda, en extremo peligrosa para la estabilidad global.