El adiós definitivo de Jiang Zemin Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sistema político by Xulio Ríos

Uno de los significados principales del XX Congreso que el Partido Comunista de China (PCCh) ha convocado para el 16 de octubre próximo es que pondrá fin a la muy alargada influencia de Jiang Zemin. A pesar de sus 96 años de edad, aun se le referenció este verano como exponente de un último intento por condicionar algunas de las decisiones clave que se esperan en dicho conclave.

Se dice que Xi Jinping aspira a un inusual tercer mandato que pondría fin a la práctica habitual de limitar a un máximo de 10 años la permanencia en el liderazgo supremo. Sin embargo, esto no es tan así y la prueba, por exceso, es Jiang Zemin, que ejerció el liderazgo entre 1989 y 2002, es decir, 14 años. Y también por defecto: tras la muerte de Mao y la liquidación de la presidencia del Partido (ostentada cinco años por Hua Guofeng), Hu Yaobang no pasó de los cinco años y su sucesor, Zhao Ziyang, solo dos. Por tanto, de las seis últimas figuras que podríamos considerar prominentes del PCCh en relación con dicho cargo, solo una, Hu Jintao, cumplió a rajatabla los dos mandatos. Es más, si nos referimos a la Comisión Militar Central, el mandato de Jiang Zemin fue de quince años, entre 1989 y 2004, cuando cedió la presidencia a Hu Jintao, quien ya llevaba dos años ejerciendo como secretario general del PCCh. Eso que ahora algunos llaman “práctica habitual”, en realidad, en los últimos 40 años, ha sido la excepción. Esto no quiere decir que no sea razonable y deseable, que sin duda lo es. Tanto en China como aquí.

Durante esos 14 años de mandato, Jiang Zemin logró crear una poderosa red de influencias que alcanzó a todos los segmentos de la estructura del país, desde la economía al ejército. En su haber político se referencian la estabilización que siguió a la grave crisis de Tiananmen (1989), la retrocesión de Hong Kong y la devolución de Macau, o el ingreso en la Organización Mundial del Comercio. No obstante, su mandato, en el epicentro histórico del denguismo, ha sido también el más desdichado ejemplo de un modelo de desarrollo con altos índices de crecimiento pero con notoria desatención a los graves desequilibrios provocados y cuya corrección es parte esencial del xiísmo. Aquello de “primero eficacia, después justicia”, o “primero manchar, después limpiar”, por ejemplo, explica también el alto nivel de desigualdades en el país o las graves taras ambientales que hoy deben afrontarse sin dilación. Cuando a Xi se le afea su empeño en la redistribución social con iniciativas como la “prosperidad común” o la apuesta por una “civilización ecológica”, se pasa por alto el grave desequilibrio que marca la sociedad china en ambos aspectos. Se le podrán criticar muchas cosas pero no estas.

En los últimos años, Xi, con la campaña anticorrupción por bandera, ha ido cercenando las bases de apoyo de Jiang en el aparato económico, administrativo, financiero, tecnológico, y, por supuesto, en el castrense y en el ámbito de la justicia y seguridad pública, el más delicado y complejo. En el actual Comité Permanente del Buró Político, a Han Zheng, viceprimer ministro y número 7, se le asocia con la red de Jiang y podría ser el último eslabón de esa cadena tras el XX Congreso. Por razones de edad, no debiera ser reelegido. Quien le sucedió en la jefatura del Partido en Shanghái, Li Qiang, pudiera sustituirle también en el Comité Permanente, pero se trata ya de un próximo a Xi. El círculo se cierra.

La definitiva salida de las bambalinas del poder de Jiang Zemin, casi 20 años después del abandono formal de sus cargos, es expresión también de la singularidad política china y coincide con una alteración significativa de las reglas que Deng Xiaoping intentó establecer para evitar algunos riesgos detectados en el maoísmo: desde la gerontocracia al culto a la personalidad o la excesiva concentración del poder. La tradición de escuchar a los veteranos e integrar sus opiniones en las decisiones del liderazgo fue institucionalizada por Deng como un mecanismo para encarrilar y civilizar el funcionamiento de la red de lealtades. Se intuya a futuro una pérdida de significación de esta variable.

En paralelo, está por ver como se afianza una gobernanza, como dice Xi, a través de la ley capaz de someter el ejercicio del poder a una “jaula de regulaciones”. Los signos que apuntan a la generación de cierto vacío tras el cuestionamiento de las reglas instituidas por el denguismo para conjurar los excesos, por veces dramáticos, del maoísmo, alertan de recidivas que pueden resultar muy costosas para la estabilidad.

Protagonista en 2001 de aquel inmortal trío con el presidente Chávez y Julio Iglesias cantando varias perlas del cancionero suramericano, esa imagen de Jiang Zemin dice mucho del tono general de aquella China que irrumpía de forma generalmente amable y con fuerza en el mundo. Sin duda, eran otros tiempos que difícilmente volverán.