El tercer mandato de Xi Jinping Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sistema político by Xulio Ríos

¿Es o no una buena idea que Xi Jinping alargue su liderazgo con un nuevo e inusual tercer mandato? Este será uno de los asuntos más destacados del XX Congreso del PCCh, previsto para otoño. Por unanimidad, en Guangxi le han elegido ya como delegado a dicho congreso. Y a partir de ahí, el rumbo parece inexorablemente trazado. Hasta entonces, con una mano irán rodando cabezas en un nuevo impulso a la lucha contra la corrupción con el propósito de evidenciar la capacidad del PCCh para autodisciplinarse; con la otra, la secuencia de nombramientos de autoridades partidarias, militares y estatales abundará en el fortalecimiento de la red de apoyos. A mayores, datos como la reciente creación de un centro de investigación sobre el pensamiento económico de Xi, que se sumaría a otros ya existentes a propósito de la diplomacia o el Estado de derecho, pongamos por caso, mostraría, junto a más indicios, la fortaleza de la posición política de Xi.

En la lucha contra la corrupción, antes y después del Nuevo Año Lunar, se ha producido un torrente de casos con mensaje. Es, por ejemplo, el de Cai Esheng, ex vicepresidente del máximo organismo regulador bancario de China; o de Meng Xiang, ex jefe del departamento de aplicación del Tribunal Popular Supremo;  o de Xu Ming, ex subdirector de la Administración Estatal de Cereales, un protegido de Bo Xilai, quien sigue cumpliendo cadena perpetua; o de He Xingxiang, ex vicepresidente del Banco de Desarrollo de China; o de de Song Taiping, un ex legislador de alto rango en la provincia de Hebei; o de Gan Rongkun, alto funcionario de Henan; Li Guohua, ex gerente general del gigante chino de telecomunicaciones China Unicom; o Tian Huiyu, ex presidente del China Merchants Bank. El último caso revelador es la detención del ex ministro de Justicia, Fu Zhenghua, que completa una amplia limpieza en el aparato de seguridad pública. Sin duda, la corrupción también ayuda a debilitar a posibles rivales.

Solo en el primer trimestre de este año, más de 100.000 funcionarios han sido objeto de investigación y sanciones. En todos ellos, a la concurrencia de circunstancias personales (desde aceptación de sobornos a implicación en actividades supersticiosas) destaca el denominador común de “haber perdido sus ideales y convicciones” o “traicionar sus aspiraciones y misión originales”.

Un caso de especial interés es el de Zhou Jiangyong, ex funcionario de alto rango en la provincia oriental china de Zhejiang, acusado, entre otros, de “conspirar con algunos elementos capitalistas y respaldar la expansión incontrolada del capital”. Zhou era secretario del Partido en Hangzhou, la base de la Alibaba de Jack Ma. Hay en este expediente un significativo cambio de lenguaje que se ve reforzado con el anuncio de que los inspectores disciplinarios se centrarán en este fenómeno a partir de ahora. En una sesión de estudio del Buró Político del PCCh celebrada el viernes 29 de abril, el propio Xi apeló a “orientar un desarrollo sano del capital” en China, reforzando esa doble idea de su reconocimiento y, a la par, sometimiento al imperativo del bien común en los términos definidos por el Partido.

 

¿No hay resistencias? Indudablemente, las hay. De dos tipos. Primero, la agenda, que puede complicarse a resultas de la evolución de la pandemia, ya sea en términos estrictamente sanitarios y económicos, o también de un hipotético desenlace de la guerra en Ucrania que deje en evidencia ciertas opciones en una política exterior con una fuerte impronta del propio Xi. En un artículo reciente, Jia Qingguo, ex decano de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad de Beijing y actual miembro del Comité Permanente de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, criticó las posiciones extremistas en política exterior en lo que podría interpretarse como un ataque velado a la diplomacia de los «wolf warrior» de Beijing. Como informó el South China Morning Post, advierte que un énfasis excesivo en el gasto militar conducirá a una mayor inseguridad. Jia recuerda que la excesiva concentración de la URSS en el fortalecimiento militar contribuyó a su desintegración.

Segundo, por los juegos de intereses. Y no solo entre aquellos que ven en Xi un obstáculo a la promoción de sus objetivos (desde colectivos empresariales a facciones rivales) sino también en quienes alertan desde el ejercicio académico o partidario de los riesgos de quebrar sin más la institucionalidad denguista, que estableció el límite de los dos mandatos como un dique para evitar la reiteración de los desmanes del maoísmo. Las alabanzas efectuadas en el Diario del Pueblo el pasado diciembre por el decano del Instituto de Investigación y Documentación de la Escuela Central del Partido, Qu Qingshan, a la etapa denguista, sin citar en ningún caso a Xi, ponen de manifiesto que ciertas reservas persisten y adquieren la forma inmediata de un rechazo al culto a la personalidad o a la sustitución del debate constructivo por una lealtad amordazante.

A ello podríamos sumar algunos militares como el ex general de las Fuerzas Aéreas del Ejército Popular de Liberación, Liu Yazhou, muy radical en su defensa de la opción militar contra Taiwán. Probablemente, habrá entre los “príncipes rojos”, los hijos de los revolucionarios de primera generación, más de una disconformidad con la ruptura de unas reglas que situaban a casi todos en una carrera de la que se verán apeados.

Xi tendría dificultades en el control total del aparato político-jurídico. Así lo demostrarían los constantes reemplazos de altos funcionarios en el Ministerio de Seguridad Pública: el viceministro y ex jefe de Interpol, Meng Hongwei en 2018, o Sun Lijun en 2020, acusado de conspirar contra Xi. O también el citado Fu Zhenghua, viceministro como los anteriores. Y se especula con la inminente caída del titular del ramo, Zhao Kezhi.

¿Sin Xi no hay xiísmo?

¿Qué circunstancias devienen en exigencia de la ruptura de la regla de dos mandatos? Si el denguismo contribuyó con sus certezas a institucionalizar un mecanismo de sucesión basado en el consenso, garantizó la unidad básica del Partido, la estabilidad del país y la implementación exitosa de la reforma y apertura, en el salto que se aventura predomina la incertidumbre. Las “características chinas”, como señal diferenciadora, se expresaban también en esos términos.

Xi y su entorno esgrimen lo delicado de la coyuntura internacional y el propio momento decisivo que vive la reforma china como justificaciones para apostar por su continuidad y la de su política.

¿Es la continuidad de Xi la premisa de la continuidad del xiísmo? Vincular la actual estrategia del PCCh con la continuidad de su Secretario General deja entrever un severo temor a que se corrija el rumbo. La reforma y apertura de Deng se llevó a cabo con él entre bambalinas y hasta prácticamente ausente porque su política respondía a una convicción largamente labrada como reacción al maoísmo. En el xiísmo, son muchos los ingredientes que proceden de dicha etapa, tan sobresalientes que resulta imposible establecer una ruptura total. No obstante, las novedades incorporadas en la última década reflejan las demandas de otro tiempo y nuevas concepciones que deben contribuir a disipar las dudas ante las decisivas encrucijadas por venir. En los años de Xi, China se ha alejado de algunas preocupaciones características del denguismo, en especial, el alargamiento de la democracia, optando por impulsar una nueva fuente de legitimación apelando al imperio por la ley.

En el sistema político chino, la existencia de tres referentes del poder (Partido, Estado, Ejército) ofrece cierto margen de holgura. La acumulación de tres cargos en una sola persona, operada tras los sucesos de Tiananmen 89, no es una característica rígida del denguismo y puede ser matizada con alternativas que podrían reforzar el constitucionalismo chino y la definición de equilibrios y contrapesos cuya ausencia puede antojarse una expresión de fortaleza pero que, sin embargo, puede derivar en una cerrazón política que agriete las costuras del propio PCCh.

Hay, por tanto, otros mecanismos que pueden permitir la continuidad de su influencia en el corazón político del sistema sin necesidad de quebrar aspectos sustanciales de un modelo de gobernanza que ha dado frutos positivos en la modernización política del país. Cabría especular incluso con la posibilidad de recuperar la figura de la Presidencia del Partido, abolida en 1982. La cuestión es formular contrapesos que eviten la figura de un líder supremo embelesado con el culto a la personalidad que lo engrandece de forma tan exponencial y progresiva.

Hoy por hoy, el lenguaje político apunta en una dirección clara, la de un Xi en la apoteosis de su poder. A resultas de la sexta sesión plenaria de noviembre de 202l se han abierto camino expresiones como “los dos establecimientos” (que el Partido establezca el estatus de Xi Jinping como núcleo del Partido, y que establezca el papel rector del Pensamiento de Xi de aquí a 2049) o “las dos salvaguardias” que insisten en proteger su estatus y la autoridad centralizada del Partido. Por tanto, el PCCh solo puede permanecer fuertemente unido si Xi lo lidera personalmente y sus ideas, el xiísmo, impregnan la política del Partido…. Por Guangxi ya circulan libros rojos con las citas de Xi que las autoridades invitan a leer 10 minutos cada día. Imposible no evocar a Mao.

Es verdad que la apelación a la confianza nacional o el orgullo identitario y el cultivo de esa fórmula basada en una autoridad fuerte constituyen anclajes nada despreciables en el momento histórico que vive el país. Pese a ello, la visión estratégica que siempre reivindica el PCCh como signo de identidad no puede excluir la promoción a medio plazo de cierta horizontalidad en una sociedad a cada paso más plural y también autónoma en sus percepciones.