El XX Congreso del PCCh Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Estudios, Sistema político by Xulio Ríos

Del XX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), que transcurrió en Beijing del 16 al 22 de Octubre, podemos quedarnos con la imagen en la retina del incidente con el ex presidente Hu Jintao en su clausura. Sin duda, alejándonos de la interpretación oficial que alude a una indisposición, puede decir mucho de las tensiones vividas en el liderazgo chino respecto a algunas decisiones de calado adoptadas en el evento. Su significado último va mucho más allá de la simple anécdota.

La herencia recibida

Xi Jinping asumió el liderazgo del PCCh en 2012. En su década al frente del Partido y del país, plasmó una agenda propia con algunos vectores prioritarios: saneamiento interno con especial énfasis en la lucha contra la corrupción, reafirmación ideológica con invocación creciente del marxismo, aceleración de las transformaciones estructurales asociadas al nuevo modelo de desarrollo con fuerte impronta de lo tecnológico, lo social y lo ambiental, o una estrategia internacional adaptada a su condición de segunda economía del mundo. En conjunto, se trata de profundizar en la vía propia de transformación descartando homologaciones y de sentar las bases para el salto definitivo que complete la modernización, eso que Xi llama el sueño de la revitalización nacional.

En su informe al XX Congreso, Xi significó, destacadamente, tres cuestiones. Primera, el denguismo (1978-2012) desempeñó un papel crucial en la transformación reciente del país, pero, vino a decir, se durmió en los laureles al no atajar con mayor rigor los focos de fragilidad que potencialmente amenazaban la estabilidad del proceso: las desigualdades sociales, las tensiones étnicas y territoriales, los problemas ambientales, la corrupción endémica… En la interpretación ofrecida por Xi a los delegados, ocurrió así en virtud de que el modelo de gobernanza del Partido, útil en un primer tiempo para desembarazarse de los turbios manejos del maoísmo, iba a remolque de los problemas en virtud de la sacralización de un consenso (dirección colegiada) que lo paralizaba. Xi, que formó parte del Comité Permanente del Buró Político entre 2007 y 2012, habló de una situación complicada a su llegada.

Segunda, en la década bajo su dirección se han introducido correcciones significativas en el discurso, aunque la naturaleza estructural de muchos problemas hizo que la realidad avanzara más lentamente. Oficialmente destacó, por ejemplo, que la tasa de la brecha entre el ingreso urbano y rural se redujo a 2,5:1, pero los desequilibrios siguen siendo destacados: el PIB de la provincia de Gansu es 8 veces inferior a la de Zhejiang, la provincia llamada a ser espejo de la “prosperidad común” en 2035. En 2020, el primer ministro Li Keqiang recordaba que 600 millones de chinos tienen ingresos mensuales de 1.000 yuanes, a pesar de haberse logrado la erradicación de la pobreza extrema. Y el índice de Gini, que en 1978 era de 0,16, en 2017 ascendía a 0,46, cuando la media en los países OCDE se sitúa en 0,3. La conclusión que sugería Xi en su discurso es que se precisa un avance mucho más decidido en todas estas cuestiones si en verdad se aspira a obtener resultados significativos.

Tercera, es indispensable rearmar a la militancia con el xiísmo, catalogado como la última expresión de la sinización del marxismo. El “socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era” sintetizaría los nuevos conceptos, ideas y estrategias que deben asegurar la culminación exitosa de la modernización. La fidelidad a la misión fundacional, que alude a la vocación emancipatoria del PCCh, se complementó en más de treinta ocasiones en su discurso con frases relacionadas con la lucha, el combate o el espíritu de batalla. En suma, un anuncio de que las dificultades que aguardan son de gran calibre pero no insalvables aunque exijan importantes sacrificios que el PCCh debe estar dispuesto a asumir en razón de su papel histórico en la transformación de China.

En los estatutos del Partido se ha introducido un amplio elenco de conceptos asociados al xiísmo, llevándose la palma el de las “dos determinaciones”: la de la posición del camarada Xi Jinping como núcleo del Comité Central y de todo el Partido, y la referida a la posición rectora del pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era. Ambas disposiciones destacan la lealtad al PCCh y a su ideario como exigencias insoslayables en un llamamiento a cerrar filas para avanzar con rapidez hacia los objetivos del segundo centenario (2049).

Un nuevo liderazgo

En línea con lo señalado, en el Comité Permanente del Buró Político y en el propio Politburó, Xi lideró una especie de golpe blando que aupó a sus más estrechos colaboradores en detrimento de otros sectores. Así, el máximo sanedrín chino pasó a incluir a Li Qiang, Zhao Leji, Wang Huning, Cai Qi, Ding Xuexiang y Li Xi. De todos ellos, solo dos (Zhao Leji y Wang Huning) permanecieron en el órgano aunque cambian de responsabilidad. En el Buró Político, la edad media de sus miembros es ligeramente menor que en el órgano precedente y buena parte de ellos están formados en materias tecnológicas y de ingeniería aeroespacial. Llama la atención la total ausencia femenina, incluso en el Buró Político donde tradicionalmente había, al menos, una mujer

Xi rompió con las normas de edad del denguismo (67 puede continuar, 68 debe abandonar): a sus 69 años no podría seguir mientras, por ejemplo, mantuvo también al general Zhang Youxia (72) en la vicepresidencia de la Comisión Militar Central. Se jubiló a Wang Yang o al propio Li Keqiang (ambos con 67 años), aunque este último había cumplido ya sus dos mandatos consecutivos y había dejado entrever su no disposición a seguir en el cargo. En el caso de Wang, también abandona el Buró Político.

En el Comité Central, la renovación alcanzó a más de la mitad de sus miembros, al igual que en el Buró Político. Más del 75 por ciento de los recién llegados proceden de la primera cohorte de la 6ª generación (1960-1964), y algo menos del 20 por ciento de la segunda cohorte (1965-1969). Esto pudiera indicar que en 2027 habrá un cuarto mandato de Xi, siempre que la salud se lo permita. Tendrá entonces 74 años y finalizaría ese mandato con 79, la misma edad que ahora tiene Joe Biden.

Un nombre destacado es el de Hu Chunhua (59 años), laminado del Buró Político cuando muchos le señalaban como el probable sucesor del primer ministro Li Keqiang. Ambos forman parte de los tuanpai o Liga de la Juventud, corriente asociada a la figura de Hu Jintao. El “pequeño Hu” fue, entre otros, el responsable directo de la lucha contra la pobreza extrema, una tarea destacada por el propio Xi como de gran trascendencia y significación en la historia moderna de China. Pero ni eso le salvó de la exclusión.

Finalmente, todas aquellas figuras destacadas del máximo liderazgo que pudieran haber manifestado discrepancias con Xi, ya sea por la política de “Cero Covid” ante la pandemia u otras cuestiones de mayor alcance en lo ideológico (a los tuanpai se les vincula con una acepción más liberal y menos ortodoxa) han sido apartados, aunque su edad y su posición los calificaban para ascender o mantenerse en el corazón del poder. Xi optó por conformar una dirección en el Partido alejada de cualquier atisbo de vacilación y absolutamente comprometida con su hoja de ruta, concebida para que en 2049 China pueda anunciar la culminación del proceso de modernización.

El perfil del nuevo liderazgo, por tanto, sugiere que el PCCh se afanará por liderar hegemónicamente esta decisiva etapa y pretende hacerlo, además, en base a un ideario que excluye cualquier coqueteo con el liberalismo, apelando a su identidad y misión fundacionales para asegurarse de que esa China “próspera” será también “socialista”.

¿Una agenda de poder global o de cohesión interna?

Para culminar la construcción integral de un poderoso país socialista moderno, el xiísmo ha establecido una disposición estratégica general de dos fases: de 2020 a 2035, a fin de dar cumplimiento básico de la modernización socialista; y de 2035 a mediados de siglo, con la transformación de China en un “poderoso país socialista moderno, próspero, democrático, civilizado, armonioso y bello”.

En esa trayectoria, según se apuntó en el XX Congreso, el modelo chino de economía mixta (no capitalismo de Estado) en transición seguirá enfatizando el desarrollo conjunto de las economías de diversas formas de propiedad, con la de propiedad pública como la principal; el de coexistencia de múltiples modalidades de distribución, con la de a cada uno según su trabajo como la principal; un mercado bajo la administración del PCCh; una planificación que reforzará su vocación transformadora y orientadora, etc.

Aunque China es el único país del mundo que en los últimos años ha pasado de un IDH (índice de desarrollo humano) bajo a alto, sigue necesitado de una fuerte inversión social. Tampoco la mejora en el reparto de la riqueza ha revestido éxitos significativos. Cabe esperar que en este ámbito se adopten en los próximos años medidas más incisivas para corregir dichas taras en línea con esa propuesta de hacer avanzar la “prosperidad común”.

En consecuencia, la gestión de la economía seguirá desempeñando un papel importante en la política china. Y en ese ámbito, con la perspectiva del cambio en el modelo de desarrollo, hay dos aspectos que en el XX Congreso se han destacado. De una parte, la innovación, considerado un factor cualitativo que debe primarse. Ahí resuenan las advertencias sobre lo complicado de conciliar ese afán innovador con la preocupación reglamentista de las autoridades. Los controles introducidos por el PCCh recientemente para poner coto a los “excesos desordenados” en sectores como el digital y otros ámbitos relacionados con la empresa privada pueden, según algunos, ser perjudiciales para la creatividad si el énfasis en la lealtad ideológica acaba afectando al espíritu empresarial. Uno de los principales objetivos de Xi Jinping en el último lustro ha sido restablecer el control del Partido sobre el sector económico y tecnológico no estatal en paralelo a la promoción de megaproyectos tecnológicos, un ámbito en el que China desarrolla una intensa competencia con otros países avanzados, especialmente EEUU, quien ha optado por militarizar las cuestiones relacionadas con la tecnología en la relación bilateral. Las medidas de la administración Biden aumentarán las dificultades ya existentes del sector, empezando por la ultrapolitización de su ecosistema.

China ocupa ahora el undécimo lugar del mundo en el índice global de innovación, y es una de las potencias que más rápido crece en términos de innovación (esencialmente en términos de uso). En una segunda lectura, el índice revela que China obtiene mejores resultados (8º puesto) en términos de resultados de innovación (output) que en términos de condiciones generales (input) para la innovación (21º).

Pese a las invectivas de EEUU, de Trump a Biden, el grado de concentración de la industria manufacturera mundial de China y el tamaño de su mercado nacional hacen que, en su país, sus empresas puedan seguir prosperando, aun cuando la atmosfera exterior se complique. Incluso solo instaladas en su propio territorio, las empresas chinas siguen formando parte de la economía mundial y las propuestas de desacoplamiento tienen, a día de hoy, un recorrido limitado. En lo estrictamente tecnológico, puede que incluso veamos avances en algunas áreas, ya que China ha demostrado su capacidad de resistencia y de liderazgo en algunos sectores clave como la supercomputación, los ordenadores cuánticos y los satélites, o la biotecnología. Y ante la hipótesis de un endurecimiento de las medidas tecnológicas de EEUU por razones de “seguridad nacional”, a las que China ha reaccionado tímidamente hasta ahora, no se descarte que pueda anunciar contramedidas mediante el bloqueo de ciertos sectores estratégicos, como las tierras raras.

Sea como fuere, la combinación de una mayor impronta ideológica y política sobre un ámbito clave en su transformación económica y  el desacoplamiento programado que se promueve desde Washington para dañar a conciencia el ecosistema chino de alta tecnología, sugiere una dura prueba para el PCCh cuya resolución positiva es clave para el despegue de su economía. Hasta ahora, cabe reconocer que las autoridades han ido salvando los muebles pero es previsible que la situación se complique cada vez más y la dependencia respecto a las capacidades propias irá en aumento.

Por otra parte, el freno a los excesos en el sector inmobiliario o en las “finanzas grises”, abordado con excesiva prisa, puede originar males mayores de los que se intentan remediar si originan problemas en el ámbito del empleo, afectan al crecimiento o incrementan la deuda.

En otro orden, si el equilibrio de tantas variables no será fácil, el espantajo de un incremento del intervencionismo podría afectar a la cantidad y calidad de la inversión extranjera recibida que sigue siendo de gran importancia para China, en especial en el sector manufacturero. Las cifras oficiales desmienten retrocesos en este aspecto pero también aquí las idas y vueltas pueden llegar a ser moneda común. Por su propio interés, reforzar la integración con la economía mundial seguirá figurando en la agenda del PCCh como premisa irrenunciable.

¿Consecuencias para el mundo?

El XX Congreso del PCCh certificó que el proceso de modernización de China es irreversible y también que representa una gran oportunidad para el mundo. Sin duda, no todos lo ven así. Xi reiteró que China, alejada de cualquier propósito mesiánico, no exportará su modelo pero tampoco importará el de otros, optando por seguir su propio camino e instando a que cada cual determine su propia vía al desarrollo.

Esta China, con un poder económico creciente, cada vez más cerca del epicentro de la gestión de los asuntos globales, no cederá en la defensa de sus intereses centrales, ya nos refiramos a la preservación de su sistema político, con la hegemonía del PCCh como característica principal, o la soberanía e integridad territorial, con una alusión especial para el caso de Taiwán, en candelero en los últimos meses, aclarando un poco más su rechazo a la independencia y a la interferencia extranjera, primando la reunificación pacífica sin por ello renunciar al uso de la fuerza de ser necesario. La promoción a la segunda vicepresidencia de la Comisión Militar Central del general He Weidong, artífice de los simulacros militares en torno a Taiwán en agosto tras la visita a la isla de Nancy Pelosi, podría estar relacionada con una posición más intransigente con respecto a Taiwán que tendrá consecuencias a corto plazo en la presión política y estratégica sobre Taipéi en todos los órdenes.

El mensaje lanzado a EEUU y Occidente parte del rechazo a la reedición de una nueva Guerra Fría y apuesta por el diálogo y la cooperación. La viabilidad de este aserto respecto a las potencias centrales será muy limitada. Todo hace pensar que la tensión estratégica irá en aumento cuanto más en peligro esté la hegemonía liberal occidental. Por el contrario, las iniciativas chinas a propósito de los países del Sur global incidirán en una referencia complementaria para sus estrategias nacionales. Es aquí el principal ámbito en el que China puede expandir su influencia global.

En el orden de la defensa, Xi dijo ante los delegados que China, el segundo país del mundo con mayor gasto militar, «trabajará más rápido» para modernizar su ejército. El PCCh ha añadido a sus estatutos una disposición para que el país «cree un ejército robusto y de clase mundial». Pese a ello, no cabe prever un giro de 180 grados que la involucre en una competencia militar con EEUU. Antes que bases militares en todo el mundo, lo que China sigue privilegiando son centros de distribución de sus productos.

La expectativa de que pueda desencadenarse una guerra en el Estrecho de Taiwán constituye uno de los principales retos en el futuro inmediato. En el XX Congreso,el principal aviso fue para la “interferencia extranjera” que lejos de aminorar irá en aumento en los próximos años. Xi defendió el llamado “Consenso de 1992” (la existencia de una sola China que para unos es la República de China y para otros la República Popular China), rechazado en la isla por más del 80 por ciento de los taiwaneses, según las encuestas más recientes. Con la crispación al alza, la posibilidad de que los nacionalistas panchinos (el Kuomintang) recuperen el poder en Taipéi no parece cosa fácil y la persistencia de los soberanistas (el Minjindang) al frente del gobierno en la isla sugiere un duro pulso en el que EEUU terciará con otras potencias regionales, ahora con el argumento de proteger la democracia y, naturalmente, también la industria local de los chips que abastece la economía mundial.

En el contexto del XX congreso y de la voluntad expresada por el PCCh de defender con mayor énfasis sus intereses centrales –y Taiwán es uno de ellos- es fácil de pronosticar mayor tensión en la región. Las medidas de respuesta que pueda adoptar China al incremento previsible de los vínculos Taipéi-Washington serán utilizados por la Casa Blanca para hacer avanzar su estrategia en la región basada en la denuncia de la coerción de China.

En la nueva estrategia de defensa del Pentágono dada a conocer tras el XX Congreso, se señala a China como el «riesgo fundamental para la seguridad de Estados Unidos durante las próximas décadas». «El peligro más profundo y grave para la seguridad nacional de Estados Unidos son los esfuerzos coercitivos y cada vez más agresivos de China para remodelar la región Indo-Pacífica y el sistema internacional de acuerdo con sus intereses y preferencias autoritarias», dice el documento.

¿Grietas en el horizonte?

En octubre de 2017, el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era se estableció oficialmente como un principio rector en el XIX Congreso Nacional del PCCh. Este pensamiento fue consagrado en los Estatutos del PCCh y la Constitución de China. Un año antes, en 2016, la posición central de Xi en el Comité Central y en todo el Partido se estableció en la sexta sesión plenaria del XVIII Comité Central del PCCh. En 2021, la tercera resolución histórica del Partido dice que la posición central de Xi y el papel rector del pensamiento de Xi son de importancia decisiva para impulsar el proceso histórico de revitalización nacional.

El XX Congreso ha destacado que corresponde en exclusiva al PCCh conducir a China hacia su objetivo de modernización. Esto implica que su hegemonía interna se reforzará sin  concesiones. Tras cortar de cuajo el paso a quienes podrían manifestar dudas o vacilar respecto a la orientación que a imprimir en los próximos lustros, cabe esperar que se despliegue una agenda mucho más incisiva en el orden interno y exterior. Esas señales se completarán con la conformación de las principales autoridades y órganos del Estado en marzo próximo, cuando se celebren las dos sesiones legislativas.

La marginación de otras sensibilidades que cuentan con cierta significación en el partido puede traer consigo el repunte de las luchas interpartidarias si el proceso auspiciado por Xi afronta mayores dificultades de las previstas. De entrada, cabe imaginar que la preocupación por la seguridad política siga aumentando. Eso debe traducirse en un incremento del control interno para evitar que el hipotético resentimiento pueda convertirse en hostilidad organizada.

El incidente con Hu Jintao reveló la existencia de cierto nivel de disconformidad y hasta resistencia respecto a un liderazgo excluyente de otras corrientes, pero también evidenció la debilidad de sus valedores. El tiempo dará cuenta de su recorrido, muy ligado a la gestión que podrá demostrar el nuevo equipo dirigente sobre el que no falta cierto escepticismo. Con una agenda económica bien compleja por delante, el próximo primer ministro Li Qiang, ex jefe de gabinete del propio Xi, no tiene experiencia en ese Consejo de Estado que a partir de marzo debe liderar….

La posición de Xi, el primer jefe del PCCh nacido tras la fundación de la República Popular China en 1949, está a todas luces más consolidada y su poder se ha concentrado aun más. También su capacidad de intervención en todos los dominios de un poder que antes ofrecía ciertas muestras de compartimentación. El riesgo de identificar como disidencia cualquier punto de vista discrepante con el argumento de la lealtad, lo que en el pasado derivó en errores políticos graves, aconsejaría cierta prudencia, que tampoco parece figurar en la agenda. Debe tenerse en cuenta que la sociedad china de hoy ha cambiado, es mucho más diversa y plural, más formada también, y el encaje del giro operado en este XX Congreso constituye toda una incógnita.

Hoy por hoy, en China, el Partido y el gobierno tienen buenas calificaciones. Una encuesta de la Universidad Harvard muestra que la satisfacción de los ciudadanos chinos con su gobierno se ha incrementado en todos los ámbitos, con las autoridades centrales recibiendo el nivel más alto de aprobación de un 93 por ciento. Una encuesta de Edelman Trust también muestra que la confianza entre los ciudadanos chinos en su gobierno alcanzó en 2021 un récord de un 91 por ciento, el nivel más alto en todo el mundo.

Gestionar ese apoyo al tiempo que deben abordarse tantos desafíos internos en una situación internacional tan intrincada no será nada fácil, pero otorga un margen de maniobra importante que puede reforzarse en tanto en cuanto la agenda social pueda materializarse con mayor énfasis y la posición internacional de China (desde el éxito tecnológico a la influencia política) mejore de forma progresiva.

Menos de una semana después de la clausura del XX Congreso, Xi se embarcó con su nuevo equipo en un viaje a Yan´an, en la provincia de Shaanxi, donde transcurrió el VII Congreso del PCCh en 1945 que justamente instituyó el pensamiento de Mao como rector en la ideología del Partido y acometió una revolución interna en la organización para instar esa unidad sin precedentes que condujo a la victoria cuatro años más tarde. Xi dijo que en Yan´an estaba la cuna de la Nueva China, germinando durante los 13 años en que allí se estableció el Comité Central del PCCh.

Dicho gesto indicaría que lo que Xi ha propuesto y logrado en este XX Congreso es que a partir de ahora el PCCh será tanto administrador de las cosas comunes, una función destacada durante el periodo denguista precedente, como líder ideológico capaz de enderezar el rumbo mediante una revolución interna que dejaría atrás la crisis de valores provocada por décadas de mercantilización en la vida china.

(Para El Viejo Topo nº 419, Diciembre 2022)