La de Tiananmen (1989) sigue siendo la crisis política de mayor alcance registrada durante el periodo de reforma y apertura que se inició en China a finales de 1978. Cada aniversario suscita preocupación entre las autoridades y recuerdo en el exterior. Este año, tres décadas después de aquellos tristes sucesos, confluye la conmemoración con la evocación del primer centenario del Movimiento del Cuatro de Mayo, una epopeya cargada de gran simbolismo en el imaginario chino y que remite al protagonismo del movimiento estudiantil en el despertar revolucionario y patriótico de la sociedad china. No es de extrañar, por tanto, que el Partido Comunista de China (PCCh) preste suma atención en este instante a cualquier movimiento que sugiera paralelismos poco deseables y, tanto en un sentido como en otro –ya sea transformador o nacionalista–, se reivindique como catalizador natural e indiscutible de las aspiraciones del pueblo chino.
Más allá de lo retórico-enunciativo, esto implica disuadir cualquier intento de discutir su autoridad, como ha ocurrido recientemente con los grupos de estudiantes de adscripción filomarxista que se movilizaron en apoyo de las reivindicaciones obreras en el sur del país. Un movimiento desmantelado con tanta urgencia como rapidez, confiando en que su corte de raíz impida una peligrosa propagación.
Treinta años después de aquellos disturbios, seguimos lejos de cualquier reconocimiento de que las manifestaciones no eran una rebelión violenta ni una sedición, de que la represión del ejército fue un error, de que el perdón y la indemnización a las familias de las víctimas es lo correcto. La posición oficial sigue inalterable: las decisiones tomadas fueron las adecuadas, protegieron el partido de la debacle y permitieron la continuidad de las reformas económicas. Una apertura política que imitara el proceso soviético hubiera sido desastrosa para China.
El PCCh sobrevivió a Tiananmen. Muchos lo atribuyen a su sempiterna capacidad de adaptación, pero la respuesta ha sido más compleja. Cabría advertir varios niveles. En primer lugar, desde entonces, la lucha contra la corrupción, una de las claves que originaron aquel movimiento, ha sido una constante en la agenda del partido. Bien es verdad que no siempre exitosa y con altibajos notables. Quizá haya sido tras la llegada de Xi Jinping (2012) cuando esta ha recibido una respuesta de mayor contundencia, tanto en lo que se refiere a la persecución de los clanes y mafias que gangrenaban la autoridad del PCCh como en el diseño de una estructura institucional que garantice una acción más persistente y eficaz. La creación de la Comisión Nacional de Supervisión, a modo de actualización del republicano Yuan de Control (una de las cinco ramas del gobierno de la República de China), muestra un jalón notable en esa trayectoria, a pesar de que las sospechas de parcialidad en su actuación probablemente nunca se disipen. Si en el combate de este flagelo siempre se manifiestan tensiones y rivalidades entre líderes, en los últimos años su extensión y calado ha sido de tal magnitud que ha hecho saltar por los aires los consensos protectores del máximo liderazgo, que se creían firmemente asentados…
(Texto completo en Política Exterior número 189, mayo-junio 2019, https://www.politicaexterior.com/articulos/politica-exterior/latidos-de-tiananmen/)