Durante la lectura del informe sobre la labor del gobierno, el primer ministro Li Keqiang fue muy explícito: China se enfrenta a un año clave, al menos en dos sentidos. En primer lugar, para mantener el funcionamiento de la economía en un rango “razonable”, con los riesgos principales controlados; en segundo lugar, para preservar una frágil estabilidad que exigirá al gobierno mantener los ojos bien abiertos y con la sensibilidad a flor de piel.
El reconocimiento de las dificultades no es una novedad en estos foros anuales. Digamos que forma parte del tono común en los discursos al uso. Lo que si llama la atención es la atmosfera reinante que pone de manifiesto las “elevadas exigencias” reclamadas a los responsables a todos los niveles gubernamentales así como el envite a su concentración y disciplina, un requerimiento cada vez más usual en la política china.
En las lianghui de este año están presentes todos los tópicos habituales: desde la reforma de las empresas estatales a la lucha contra la contaminación o la erradicación de la pobreza, siempre combinando el tono autocrítico con la enmienda a modo de expresión de conciencia y de esperanza. A los asuntos “menores” se suman las grandes estrategias: desde las grandes áreas de desarrollo a los ambiciosos proyectos que trascienden las fronteras del país como la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Todo ello traza un preciso mapa del complejo equilibrismo chino, con mil y un frentes abiertos.
Dos impulsos sobresalen. De una parte, la reforma fiscal. De otra, el aliento normativo. La reducción de la carga impositiva para las empresas debe ayudar a superar las dificultades del momento aunque supondrá en paralelo un considerable reto para la holgura de las haciendas públicas. La gestión de la economía real pasa a primer plano y se deberá abordar con mano izquierda para asegurar la estabilidad del cuadro macroeconómico en su conjunto que debe garantizar objetivos mínimos en el orden del crecimiento, la inflación, el empleo, etc.
Por otra parte, el impulso normativo no solo debe acentuar el tránsito general hacia una gobernanza basada en la norma sino resolver en vía legislativa los focos de tensión que ensombrecen la economía y la estabilidad. Nuevas leyes como la de inversión extranjera o la que regulará la situación de los veteranos militares constituyen respuestas a desafíos que se han manifestado el pasado año, con notable impacto ya sea en los inversores internacionales o en la opinión pública.
El primer ministro Li Keqiang enunció su “enciclopedia de problemas” de la economía china sin pasar por alto mensajes de alcance más político, como la llamada a la calma al sector privado, asegurándole un apoyo que va más allá de la coyuntura. También los problemas sociales han gozado de un espacio relevante en su discurso, ratificando el compromiso con la construcción de una “sociedad modestamente acomodada” que permita tirar del consumo y de los servicios como nuevos motores del crecimiento.
En el frente exterior, las constantes (defensa de la globalización, reforma de la OMC, impulso de proyectos como la RCEP, etc.) se mantienen, pero la clave de bóveda se resume en la evolución de la relación con EEUU y el futuro de las tensiones comerciales. El actual apaciguamiento podría ser solo temporal. China lo sabe. La desconfianza no solo se resume en números de tal o cual balanza comercial sino también en políticas. Y EEUU entra en un largo periodo pre-electoral presionando a China en todas las áreas, ya sea sectoriales o en el orden geopolítico. “Rendir” a China allanaría la reelección de Trump. Una papeleta difícil que augura la persistencia de convulsiones en las relaciones bilaterales. Que igualmente podrían afectar a la UE y otros socios relevantes de China.
El esfuerzo en defensa se mantiene, aunque con un crecimiento más bajo que en años anteriores si bien por encima de la previsión de aumento del PIB. Esa moderación es igualmente un mensaje que debe traducirse en una rebaja de las tensiones a este nivel en los focos de tensión más acuciantes.
Fue, en suma, el discurso de Li Keqiang, rápido y por veces atropellado, prolífico en la gestión pero bajado al tajo para dar cuenta precisa de la enormidad de retos que enfrentará la economía china en un año determinante no solo para alcanzar los objetivos del XIII Plan Quinquenal, a culminar en 2020, sino para preservar el rumbo sin ceder a las presiones de todo signo más de lo estrictamente necesario. Un año en suma en el que las líneas rojas se visibilizarán aun más y en el que cabe esperar que China mantenga el pulso a los múltiples desafíos que la acechan.
La determinación de la reforma matizando cuanto fuera necesario sin desviarse de la orientación general trazada no impedirá tampoco que los debates afloren internamente.