No hace tanto tiempo, 10-15 años, que el debate acerca de la cobertura que se hacía de China por los medios occidentales giraba en torno a si se hacía demasiado énfasis en temas como los derechos humanos, en detrimento de la verdadera noticia, que debía ser el desarrollo económico que estaba creando cambios tangibles en la sociedad. Incluso se llegaba a invocar el derecho de los chinos a escoger su propio camino sin ser sojuzgados por la imposición de criterios occidentales. Me estoy refiriendo a opiniones de occidentales, pues no aporta nada nuevo decir que esa postura existe, tal cual, en el argumentario oficial del partido.
Ante ese dilema, Occidente ya se había puesto de acuerdo en la postura a tomar: el ‘engagement’, para lo que quizás la traducción más ajustada en ese contexto, aunque no suene muy bien, sería ‘interactuar’. En otras palabras, mantener la relación por encima de las diferencias en la esperanza de que el progreso económico crearía una nueva clase media, que una vez saciada de ciertas necesidades materiales acabaría llegando por si sola a un estadio de desarrollo tal que la llevaría a reclamar mayor participación. Ergo el cambio llegaría gradual y orgánicamente.
Ese debate, que insisto, fue recurrente entre occidentales involucrados con China en la década de los 90 y la primera de los 2000, ha sido resuelto y no por nosotros. No hace falta litigarlo de nuevo porque ahora, en su mayor parte, la partida se juega o fuera de las fronteras de China o directamente en nuestro propio campo. El debate ya no está en si se debe ‘imponer’ sino en si se debe, o puede, ‘contener’.
La ‘Policy of Engagement’ ha llegado al final de su recorrido, con éxito, en lo concerniente a la creación de una clase media pudiente, no hace falta ir a China para verlo. Pero eso sin producir los cambios en la superestructura política que en Occidente se esperaban, aun con la boca pequeña, pues los cientos de millones de trabajadores que China aportó (hasta 25 veces más baratos en los 90), fueron como el maná caído del cielo para el capitalismo occidental.
Pero para que nadie se confunda, la sociedad china sí ha avanzado en la dirección que se presuponía, en mayor o menor grado, es solo que el PCCh le ha puesto un tapón. La clase media alta, por ejemplo, efectivamente saciada de muchas cosas, está derivando a la espiritualidad, a menudo tibetana. El cambio se ha dado, pero la obstinación del partido ha podido más. La evidencia más clara de esto es que el relajo en el control de la natalidad no ha provocado una avalancha de nuevos nacimientos y eso se ha debido, no sólo por el coste de la vida, sino porque los chinos ya no subrogan completamente su realización, su felicidad, en las generaciones futuras, son más egoístas con su tiempo.
Pero eso no quita que esa política haya sido un fracaso en su aspiración última. No solo China no ha cambiado a mejor sino que ya es una fuerza supresora de la democracia en su entorno más inmediato. Hong Kong es un ejemplo definitivo, completado al 100% de sus aspiraciones y ya asumido como inevitable por el resto del mundo, aunque aún está por verse cómo se comportará el dinero a medio-largo plazo y una potencial nueva administración USA en Enero.
Si decir que China es una amenaza existencial para nuestras democracias suena dramático, quizás se entienda mejor diciendo que para el PCCh la democracia es, categóricamente, una amenaza existencial. La absoluta prioridad presupuestaria y vocacional del gobierno del país es salvaguardar el partido, lo primero, todo lo demás viene después. Lo que en el lingo del partido llaman, ‘ser leal al partido’, lo que en realidad quiere decir es que compartes la inquebrantable convicción de que el partido tiene el derecho moral de monopolizar absolutamente el poder y eso es incontestable. Esa es la base, pero para la China de hoy es necesario tener presente la aportación de Xi.
Llegó, como suele pasar en tantas disputas entre diferentes corrientes políticas en cualquier parte, como una solución de compromiso entre facciones, aunque por sangre era parte de la élite, de la facción de los ‘Taizi’ (los Príncipes) o ‘Hong Erdai’ (segunda generación roja), los hijos de la primera generación de cargos del partido. Pero su carrera había sido lo suficientemente discreta, sin escándalos, era alto, más joven y con una cara de póker más afable de lo habitual, era claramente una generación diferente. Había padecido los rigores de la Revolución Cultural y había vuelto sin rencores evidentes ni una desmedida afición al dinero. El muchacho quería hacer política, no hacer negocios al amparo de la política. Fue cumpliendo los pasos habituales en el escalafón del partido, sin despertar demasiados recelos en ninguna de las dos facciones, hasta llegar al trance final, que es convencer a los jerarcas del partido de que eres ‘leal al partido’.
En ese punto el término tiene una connotación más precisa, pero en la misma vena, y es que no eres, ni un Hu Yaobang, ni un Zhao Ziyang, o sea un reformista de tapadillo, vulnerable a los cantos de sirena del reconocimiento internacional. Pero tampoco un populista demagogo con secretas ínfulas mesiánicas, a la Bo Xilai o incluso como Mao. Sea cual fuere el proceso, el candidato convenció a ambas facciones (la otra facción son los Tuanpai, que vienen de la Liga de la Juventud Comunista, Gongchanzhuyi Qingnian Tuan, los que han hecho todo el recorrido desde abajo).
Ponerle cara con casos concretos y cercanos, como Hu Yaobang y Zhao Ziyang, le sirve al partido para recordarse que cualquier revisión, cualquier desviación, por pequeña que sea, es potencialmente terminal para su supervivencia y a medida que el partido ha ido ganando en confianza y recursos no ha dejado de achicar espacios, algo que Xi Jinping está llevando a sus últimos extremos.
Es por eso que Xi no podía tolerar la pragmática solución de compromiso que sus antecesores habían alcanzado con las élites de Hong Kong. El Artículo 45 de la Basic Law (la mini-constitución de Hong Kong), que estipula los pasos que debían darse hacia un sufragio universal, es tan deliberadamente vago, que le hubiera sido muy fácil gestionarlo con un poco de mano izquierda, sin conceder mucho pero sin dejar de respetar su singular autonomía y legalidad. Y eso hubiese sido posible mucho antes de provocar las masivas protestas del verano de 2019. No ha sido así porque a Xi no le ha dado la real gana, pues ahora se exige, en todos los ámbitos, una ‘lealtad’ total y absoluta al dictum del partido. No hay ningún margen para la interpretación y esto es lo que mejor define la dirección que Xi ha impuesto al país.
Por supuesto que todo esto también tiene su formulación ideológica en la literatura del partido, que Mao aprendió de Stalin y que practicó de manera inmisericorde hasta sus últimos estertores. Stalin ya advertía que los más temibles obstáculos en el camino a la utopía socialista vendrían del propio partido. Se estaba refiriendo a los ‘revisionistas’, disfrazados de ‘reformistas’, secretamente conchabados con los agentes del liberalismo occidental y que por eso el partido ‘se fortalece purgándose a sí mismo’. Es inconcebible el discurso del partido sin ese antagonismo respecto de Occidente en general y USA en particular, hoy igual que entonces.
Sabemos además que el análisis crítico de Gorbachev y la caída de la Unión Soviética es una obsesión que Xi Jinping ya traía como muestra de su aportación personal al discurso ideológico del partido, pues al poco de llegar al poder encargó millones de copias de una colección de 4 DVD sobre la caída de la Unión Soviética, para ser estudiado a conciencia por todos los cargos del partido. También se ha referido a ello explícitamente en varias ocasiones, en su circuito interno, no en la prensa oficial y siempre para machacar el mismo punto: cualquier apertura es el principio del final y la culpa fue de la flojera ideológica de Gorbachev. (El video en cuestión es ‘In memory of the collapse of the Communist Party and the Soviet Union’, producido por la Comisión Central de Inspección Disciplinaria, la Academia de Ciencias Sociales y su centro afiliado, el Centro de Investigación del Socialismo Mundial).
Por orden suya, el partido ha estudiado minuciosamente la caída de la Unión Soviética, pero no solo en Rusia sino en todos los países satélites y se ha aplicado en reforzar preventivamente todas las potenciales vías de agua que sus ejemplos apuntan. Por ejemplo, el caso del sindicato Solidaridad en Polonia les ha llevado a eliminar de los sindicatos cualquier atisbo de autonomía o iniciativa propia, hasta convertirlos en meras correas de transmisión del partido y de Checoslovaquia aprendieron los peligros de dar manga ancha a la sociedad civil y la necesidad de matar moscas a cañonazos, que es uno de los aspectos de la realidad china que más sorprenden al observador casual.
Cualquier reivindicación, por muy periférica, tangencial o políticamente trivial que aparente ser, no debe jamás llegar a organizarse por sí misma, es necesario masacrarla en la cuna. Esto es así incluso para reivindicaciones que en apariencia son ideológicamente afines al propio partido, dándose la paradoja que en 2018 suprimieron por la fuerza un movimiento de jóvenes marxistas, formado entre trabajadores y estudiantes de algunas de las universidades más elitistas del país, que reclamaban una vuelta a los verdaderos valores marxistas.
Los mismos valores marxistas-leninistas que todos los estudiantes universitarios, de cualquier disciplina, reciben en clases a las que están obligados a asistir. Porque lo que provoca la reacción del aparato no es tanto el contenido de la reivindicación sino el espacio que por propia iniciativa pretenden ocupar en el discurso público, que cuando no discurre por los cauces oficiales es visto como un potencial desafío a la autoridad del partido. Este adoctrinamiento ideológico en la universidad, desde este semestre incluye en su currículo el ‘Pensamiento de Xi Jinping’.
Pero la verdadera novedad de Xi en su llegada al poder fue señalar la corrupción como una amenaza incluso superior a estas anteriormente mencionadas, pues erosiona la legitimidad y la credibilidad del partido. Campañas anticorrupción no eran una novedad, todos los presidentes se estrenaban con una, la novedad es que durase más de un año. La endemia de la corrupción es desde tiempo inmemorial uno de los más firmes pilares del fatalismo chino y por eso para ser creíble algunas muy prominentes cabezas debían rodar también.
Esa era, y es, una operación de altísimo riesgo para él, personalmente. Con cada ‘tigre’ que cae, cae una línea entera y todas sus ramificaciones, decenas de personas, que pasan de la impunidad y el privilegio a una vida devastada. Es ‘normal’ que caiga toda la familia inmediata y la extendida pues es ‘normal’ que todos se hayan enriquecido a la sombra del líder.
El análisis de la psique del líder llega tarde, ahora ya tenemos los hechos, que nos bastan para lo que nos concierne. Pero de lo poco que sabemos resaltaría que la reivindicación de la figura de su padre debe figurar muy alto entre sus fuentes motivacionales. Xi Zhongxun podría ser un buen ejemplo del ‘buen comunista’, con una prometedora carrera truncada por los excesos de Mao. Eso nos sirve para explicar que Xi no es un cínico, probablemente tiene un vínculo emocional con el idealismo de su padre y esa época, la de los ‘buenos comunistas’. Como dice George Smiley en Tinker, Taylor, Soldier, Spy: ‘todo el mundo tiene alguna lealtad en alguna parte’.
Esta semana pasada Xi acudió a Shenzhen, el ‘Silicon-Valley’ chino al otro lado de la frontera con Hong Kong, para celebrar el 40 aniversario del sistema de las Zonas Económicas Especiales (SEZ en inglés), algo de lo que el partido está particularmente orgulloso y que viene muy a propósito para hablar de la complejidad de ese vínculo emocional.
Por un lado, sin mencionarlo de nombre, Xi aprovechó el discurso para reivindicar la figura de su padre como uno de los promotores de la idea, pero sin llegar a salirse del guión oficial que le atribuye a Deng la autoría principal e ignorando todos a su probable autor principal, Hua Guofeng, el sucesor de Mao, del que nadie se acuerda pues fue sustituido por Deng Xiaoping poco después. Pero lo más extraordinario es que si casi nadie se acuerda del papel de Xi Zhongxun como promotor de las SEZ, sí es habitualmente recordado por haber sido responsable de áreas específicas, incluidas las religiosas, en Tibet y Xinjiang, como miembro del Comité Central del PCCh y Vice-Primer Ministro con Zhou Enlai desde 1959.
En 1985, Xi Zhongxun describía así su política para Xinjiang: “Mirando atrás en la historia, innumerables hechos nos demuestran que, para tratar los asuntos religiosos, cuanto más estrictas e inflexibles son nuestras políticas, cuanto más se suprime la religión en términos prácticos, más discurren las cosas en la dirección contraria a lo que uno desearía y se obtiene el resultado opuesto. No solo se hace imposible guiar las actividades en aquellas áreas autorizadas por la ley y las políticas del partido, sino que se salen de su curso normal, permitiendo que sean utilizadas por personas con motivaciones ulteriores.”
Una más ajustada crítica de las políticas de su hijo, además viniendo de alguien con la experiencia sobre el terreno de la que su hijo carece, es quizás imposible encontrar en el partido. Es la perfecta antítesis de la represión que hoy se vive en Xinjiang, sin dejar de compartir la misma aspiración, que era ejercer el control del PCCh sobre la región, entonces igual que ahora. Pero una serie de protestas en Tibet y Xinjiang después de que dejara el Politburó llevaron al partido a juzgar esa política, más dialogante y aperturista, como un fracaso.
Sin embargo su caída en desgracia no vino por esto, ni por su experiencia en Guangdong, como cabría suponer, sino como víctima colateral de la lucha de Mao por imponer su criterio después del fiasco del Gran Salto Adelante, desacreditando a la facción tecnocrática del partido y sus énfasis en la economía, de la que Zhongxun formaba parte. Baste decir que, igual que Deng Xiaoping con su familia, aun habiendo sufrido lo indecible de manos del partido, coinciden los más avezados cronistas en resaltar que jamás dudaron en inculcar en sus hijos el sacrosanto principio que debía guiarles en el futuro: el partido siempre viene primero.
En 2018, conducido por un empresario chino por las calles de Kunming, le hice la misma pregunta que formulé en todas las ocasiones que se me presentaron durante un mes: ¿qué tal con la campaña anti-corrupción? La conclusión de mi interlocutor era que definitivamente había sido un éxito y la razón era porque: ‘bu gan!!, bu gan!, bu gaaannn!!!!!’ lo que quiere decir, enfáticamente, ‘no se atreven’. Todas las respuestas fueron variaciones de esta. ‘No sólo no se atreven sino que la actitud y el servicio ha mejorado mucho’, añadió.
Es con este capital, el éxito de su propuesta estrella y la oportunidad que le ha brindado para descabalgar a varios potenciales rivales, que Xi se ha parado a mirar en el horizonte en busca de otras metas y es ahí donde ha empezado a desempolvar las máximas aspiraciones, que yacían inertes por orden de Deng Xiaoping. Pero esas máximas aspiraciones no han sido solo territoriales, como ha sido el caso con el Mar del Sur de China.
Ser cada vez más rico, ejercer de hegemón regional, ser respetado/temido por la comunidad internacional, tener una política exterior perfectamente independiente, etc., todo eso ya no sería suficiente. El ‘Zhongguo Meng’, el sueño chino, eslogan bandera de Xi Jinping, había vuelto a reivindicar la utopía como una meta asumible. El partido aspira, de nuevo, a llevar a cabo una transformación sociológica masiva por la vía coercitiva. Si eso no es un ‘revival’ de la Revolución Cultural, que venga Mao y lo vea. La verdadera naturaleza del ser humano sigue siendo un misterio para el PCCh.
El cálculo humano en esos términos, con porcentajes sacrificables, tiene tradición en el partido, pero vale la pena hacerse una imagen mental de la reunión en la que se decidió la ‘solución final’ al problema de la desafección de los Uigures, para creerse que personas, supuestamente racionales, fueron capaces de llegar a semejante conclusión, en nuestro tiempo. Una mente capaz de sostener esa proposición creo que no puede menos que calificarse de ‘mesiánica’, luego es perfectamente lógico decir que Xi está ‘imbuido de mesianismo’.
Para comprenderlo es necesario también recordar que el PCCh representa el determinismo absoluto. Lo mismo represas el río Yangtzé y creas el lago artificial más grande del mundo, que desvías parte del cauce del río Han 1.400 km para llevar agua potable a Beijing y los efectos adversos siempre son ínfimos y solo la unidad de acción del partido puede acometerlo. Pues para la naturaleza humana lo mismo, es una terrorífica perversión del ‘Yes we can’. Pero para entender que incluso en China esa era una proposición radical, recordar que no solo ha provocado una filtración de la documentación que lo confirma, sino que además esa filtración reporta casos de disidencia entre los cargos encargados de llevarlo a la práctica. Eso es muy inusual y para una filtración de ese calibre habría que remontarse a los Tiananmen Papers en 2001.
Si en el terreno doméstico la consigna es ‘uniformar el país’, en la escena internacional el PCCh ha roto los pocos acuerdos que ellos mismos validaron con la promesa de su cumplimiento y han instruido a sus diplomáticos a dejar de ser diplomáticos. La amenaza de represalias es ahora moneda de cambio habitual en sus relaciones con las democracias occidentales, mientras que en África y Asia su proverbial falta de escrúpulos a la hora de tratar con déspotas de todo pelaje no ha sido solo una extensión natural de la idiosincrasia de su corrupción, sino parte de un deliberado ‘networking’ antidemocrático. Esta labor de ‘zapa antidemocrática’ está ya tan extendida y consolidada a través de su creciente red clientelar, que recientemente han tenido el valor, o el impudor, de elevarlo a categoría de ‘ordenamiento internacional alternativo’, digno de ser considerado como tal.
Todas las invitaciones que han recibido para participar en la comunidad internacional las han aprovechado para convertirlas en instrumentos de su propaganda, ya sea con sus diplomáticos, periodistas, instituciones culturales e incluso sus estudiantes en el extranjero. Le han dado la vuelta al calcetín a todo y justifican sus quejas con derechos que ellos no reconocen, como recientemente invocan en respuesta al bloqueo en India de todo su universo digital, el mismo que ellos ejercen para el resto del mundo desde hace décadas.
La plataforma digital china Wechat (una combinación de Whatsapp + Instagram + Facebook + Paypal), que es la principal herramienta de la que se vale el PCCh para ejercer un exhaustivo control sobre la población, acaba de lograr la suspensión cautelar de su prohibición en USA invocando en los tribunales el derecho a la libertad de expresión, lo que bien se podría calificar como ‘la Mona Lisa de la hipocresía’.
Y finalmente, no he mencionado la pandemia, la razón es que el ‘antes y después’ a la hora de definir nuestra relación con China no debería ser la pandemia, sino Xinjiang. Ese es el ‘game changer’. Javier Solana en El País hacía un llamamiento a no caer en una nueva Guerra Fría, pues sería una lamentable pérdida para todos. Bueno, la pregunta que yo haría es: ¿a qué precio la evitamos? Y si no es indicador de ese precio que el Sr. Solana en su pieza no hiciera ni una mención a los Uigures, que es quizás el evento más extremo y por eso que mejor ejemplifica la fractura que se pretender evitar.
Si alguna vez le llega a Xi la respuesta interna capaz de obligarle a asumir el límite de los mandatos, llegará con una nota que diga: ‘de parte del tío Deng’. Ese es el punto de máximo estrés al que hay que apuntar y la UE debe asumir ya que el juego ha cambiado y que por eso los métodos deben adaptarse a la nueva realidad. Sólo como un bloque puede la UE dar la réplica que China requiere y podemos empezar por dejar bien claro que nosotros no hemos cambiado.
No estamos disputando con China por la ‘no injerencia en sus asuntos internos’, como reza el mantra de Zhou Enlai y que aún hoy es su más socorrida excusa, sino declarando que la democracia, en cualquier parte, nos concierne, por la cuenta que nos trae. Y que además esa respuesta ya llega tarde para llegar a ser sólo recíproca. Pero siempre con nuestros mejores deseos para el pueblo chino, de su lado esperando la llegada del ‘reformista-maitreya’, por el Buda que sólo existe en el futuro.
En una reciente visita a China, antes de la pandemia, subí a un taxi en Wuhan, sin destino fijo, por pasear la ciudad, por el paseo del río principalmente. Le comenté al conductor que había llegado a Wuhan con la esperanza de ver el estupendo museo provincial, pero que me lo había encontrado cerrado y no solo eso, sino que todo el transporte público en una enorme área se había suspendido también, pues Xi Jinping visitaba la ciudad.
Y añadí tímidamente, tanteando el terreno primero: ‘pero no era así antes… ¿no?, no te cerraban media ciudad porque visitaba el presidente…’. Se paró un momento, me chequeó por el retrovisor un segundo y soltó: ¡emperadores!, ¡emperadores!, ¡emperadores!, ¡todo es suyo!, ¡todo es suyo!, ¡son como emperadores! Fue como prender la mecha de una traca de petardos y tuve la carrera más descacharrantemente subversiva que he tenido en muchos años. Nos despedimos con efusiva complicidad, como si fuéramos viejos camaradas del gulag y riéndonos de nosotros mismos por ello.