Todo sobre el Cielo: China nos revoluciona la carrera espacial César de Prado (凯撒·德·普拉多), https://orcid.org/0000-0002-2210-1510

In Análisis, Sistema político by Director OPCh

Los astrónomos de la China imperial recopilaron muchas y precisas observaciones celestiales. También eran astrólogos, ya que debían de interpretar los astros y portentos para guiar a los hijos del cielo en infinidad de ritos, desde cosechas hasta cortes de pelo. Misioneros jesuitas, tras entusiasmar con las predicciones de eclipses de Kepler, introdujeron la mejorada astronomía europea en la corte Qīng en Běijīng en los siglos XVII-XVIII, aunque les acabaron echando con los mendicantes por sus presunciones sobre la relación entre lo terrenal y lo divino. Regresaron en el siglo XIX a una China todavía muy dependiente de la astrología (la sociedad astronómica china se creó en 1922) mientras el espacio transatlántico seguía su rápido vuelo no solo en astronomía, sino también en aeronáutica, precursora de misiles y astronáutica.

Una de las rivalidades más costosas y mediáticas de la primera Guerra Fría fue el desarrollo de programas científicos y militares espaciales. La Unión Soviética se adelantó en lanzar el Sputnik, en orbitar una perra, un cosmonauta y una cosmonauta, en dar un paseo espacial, en establecer una estación espacial, en impactar y traer material de la luna, en acercarse a Venus, y construyó el mayor radiotelescopio. Pero los Estados Unidos fueron los primeros en enviar moscas y monos al espacio y astronautas a la luna, en recuperar un satélite, en poner otro en una órbita geoestacionaria, en recibir datos de Venus, en acercarse a otros planetas y asteroides, en enviar discos con imágenes y sonidos (incluyendo música de Guǎn Pínghú) hacia el espacio interestelar, en reutilizar transbordadores, y en orbitar un gran telescopio. En ese período también se lanzaron los primeros misiles anti-satélites, y la Iniciativa de Defensa Estratégica fue un factor importante en la implosión de la Unión Soviética, que no podía seguir el ritmo de inversión de la administración Reagan en visionarios satélites lanza-láseres, aunque durante la primera guerra del Golfo en 1990 láseres y GPS aún sólo llegaban a guiar armas aire-tierra.

En 1967 se firmó un idealista tratado del espacio exterior para intentar preservarlo para toda la humanidad. Durante la detente, las superpotencias llegaron a colaborar en varios proyectos, destacando la misión Apollo-Soyuz. Pero mientras los Estados Unidos cooperaban principalmente con Europa occidental y otros aliados, la Unión Soviética ayudó a despegar sobre todo a países satélites (en 1980 llevó a un astronauta afro-cubano) y a la India no alineada. Francia colaboró con las dos superpotencias. La RPC, que comenzó a desarrollar cohetes y misiles balísticos con ayuda soviética, consiguió lanzar sola en 1970 desde el Gobi el cohete Chángzhēng (Larga Marcha) que orbitó el satélite Dōngfāng Hóng (el Este es Rojo) desde el que sonaba el pegadizo himno del mismo título. También esbozó una misión espacial tripulada pero los limitados recursos se acabaron enfocando en satélites de observación civil y militar.

Desde los años noventa, los Estados Unidos no han parado de orbitar astronautas, satélites, y grandes telescopios mientras Rusia se abría al mundo comercial y científico, lanzando satélites para muchos países y algunos turistas a la Estación Internacional Espacial (ISS), y la RPC impulsaba ambiciosos programas espaciales con nombres ya no revolucionarios sino celestiales y divinos. El quinto cohete Shénzhōu envió en 2003 al primer taikonauta. En 2007 lanzó la primera misión lunar del programa Cháng’é. En ese mismo año destruyó un satélite con un misil lanzado desde Sìchuān. En 2008 orbitó un gran telescopio óptico y de infrarrojos. En 2011 lanzó su primera estación espacial, la Tiāngōng-1. Ese mismo año dejó de usarse el transbordador Shuttle de la NASA.

La primacía espacial norteamericana por ahora se contabiliza en miles de satélites y cientos de astronautas y misiones. Pero como se ve principalmente amenazada por el rápido avance de los muchos proyectos militares, comerciales y científicos liderados por la RPC, está acelerando nuevos programas con muchos países y empresas. Cohetes Shénzhōu siguen enviando taikonautas: con los dos enviados en noviembre 2022 ya son 16, incluidas dos mujeres, y seguramente muchos más les seguirán en muchas misiones civiles y militares los próximos años que revolucionarán el mundo. Por suerte, aún hay posibilidades de competir y cooperar en muchos ámbitos económicos y científicos liderados por la RPC en principio abierto a otros.

Los Estados Unidos y la RPC ya compiten ferozmente por el liderazgo en la pujante economía espacial, que en las próximas décadas se calculará en billones y trillones de euros según se vayan desarrollando las comunicaciones, la energía, la minería y toda clase de industrias y servicios. Starlink, del grupo SpaceX, lleva años desarrollando internet por satélite, mientras que el proyecto GW de China Satellite Network Group planea lanzar miles de satélites para evitar que Elon Musk se enriquezca aún más congestionando las órbitas bajas. La RPC comenzó en 2021 a lanzar módulos para la nueva estación espacial científica Tiāngōng de larga duración, pero probablemente envíe pronto nuevos módulos y estaciones con objetivos más comerciales, ya que se acaba de anunciar en mayo que el cohete Falcon 9 de SpaceX planea llevar en unos años la estación Haven-1 con gravedad artificial de la empresa Vast de un criptobillonario.

La NASA y otras agencias públicas se afanan en establecer cuanto antes esta década una estación alrededor de la luna y una base permanente en el polo sur lunar (con abundancia de agua) que además sirva de parada de camino a Marte, habiendo realizado con éxito en noviembre 2022 el primer lanzamiento de pruebas. Muchas empresas espaciales colaboran con la NASA, destacando el grupo SpaceX con su transbordador Starship. Mientras, en 2019 el Cháng’é-4 llevó el astromóvil Yùtù-2 a explorar el lado oscuro de la luna, en 2020 el Cháng’é-5 trajo muestras lunares a la Tierra, y en 2021 la RPC anunció un plan para establecer esta década con Roscosmos una Estación de Investigación Lunar Internacional (Rusia seguirá también en la ISS unos años más porque ya no es capaz de tener su propia base). La misión interplanetaria Tiānwén puso en 2020 el astromóvil Zhùróng en Marte buscando agua y vida molecular, aunque puede que se haya averiado.

Como con tierras y mares antes, los humanos iremos explorando, descubriendo, disfrutando, ocupando, explotando, esquilmando y, en general, politizando trozos de cielo cada vez más grandes. En 2020 la NASA y sus colaboradores presentaron los Acuerdos Artemis para intentar una regulación global de la creciente actividad pública y privada en el espacio, pero la RPC y Rusia posiblemente intenten liderar un acuerdo alternativo. El Pentágono está especialmente preocupado por sofisticados transbordadores y armas chinas capaces de rastrear, interferir, deslumbrar con láseres, agarrar y destruir otros satélites. Un conflicto espacial entre ambas potencias puede surgir en el lugar más insospechado, en órbita, en zonas suborbitales por donde maniobran globos aerostáticos o, más probablemente en los mares de la tierra.

Con la colaboración de muchos científicos de todo el mundo (incluida la PRC), ya nos podemos maravillar al cavilar que habitamos en un bienaventurado planeta azul orbitando una estrella en un brazo menor de la segunda galaxia más grande de un grupo local en la periferia de una gran agrupación filamentosa en un universo con billones de galaxias y mucha materia y energía oscura que se expande desde hace más de 13 millardos de años. Para escrutar más atrás y más allá, Norteamérica y Europa lideran desde 2016 la nueva astronomía por ondas gravitacionales y desde 2021 el gran telescopio óptico James Webb. Mientras, la RPC en 2016 inauguró el gran radiotelescopio Tiānyǎn en Guìzhōu, y prevé poner en órbita en los próximos meses el gran telescopio óptico Xúntiān cerca de la estación espacial Tiāngōng-3 con la que podrá acoplarse ocasionalmente.

Más países están ampliando sus estrategias espaciales que les inducen a rivalizar, competir y cooperar en configuraciones variables en un creciente número de actividades. Para ayudar a las crecientes actividades de países europeos, la Unión Europea también ansía esta década su megaconstelación de satélites (IRIS2) con el apoyo de start-ups privados, y en marzo lanzó su primera estrategia espacial enfocada a la seguridad ya no solo transatlántica. Mientras, la Agencia Europea Espacial, que data del 1975 y ya contabiliza 20 países miembros y muchos otros colaboradores, se asoció este mayo a la UEFA para la gestión del fútbol terrestre. En abril la India lanzó una estrategia para promover sus empresas espaciales. Japón intenta ser líder en la minería espacial, aunque en abril la empresa Ispace se estrelló en su primer intento (algo nada raro) de alunizar rovers y de recoger regolito lunar para vendérselo a la NASA. Corea del Norte lanza cohetes que parecen ser misiles, y también sueña con plantar su bandera en la luna.

Desde que Brasil y México lanzaron satélites en 1985, ya casi todos los países iberoamericanos tienen alguno orbitando (los de Bolivia y Ecuador lanzados por la RPC), y la Agencia Latinoamericana del Espacio, creada en 2021 por varios países en la VI cumbre CELAC, cuenta con un pequeño presupuesto colaborativo enfocado a nanosatélites. Pero si los países y otros actores se conciencian de la nueva carrera espacial e impulsan estrategias más amplias, Iberoamérica podrá jugar más papeles para intentar ayudar, a veces también con la pujante RPC, a desarrollar sosteniblemente el espacio, minimizando el riesgo de conflictos, canalizando la competencia con inversión empresarial y regulación acertada, induciendo a que cada uno se haga cargo de su peligrosa basura, y acrecentando el acervo científico global albergando más y mejores observatorios y telescopios. Hace 1500-2500 años terrestres la cultura Nazca en Perú dibujó cientos de enormes geoglifos posiblemente para atraer la atención del inefable cosmos a su apartado desierto, pero es hora de dar un gran salto al espacio sideral y superar la arqueología y ciencia ficción. A solo 50 años luz en la constelación Ara hay otra estrella subgigante llamada Cervantes y orbitada por los exoplanetas Dulcinea, Rocinante, Quijote y Sancho.