La economía china parece afrontar uno de los momentos más convulsos de la historia reciente. El presidente Joe Biden ha aludido nada menos que a una bomba de relojería para explicar la situación. El “descarrilamiento” está en marcha y es “imparable”, se insiste aquí y allá, lo que vendría a suponer el fin de su emergencia, descartándose cualquier hipótesis de relevo en la hegemonía económica global per saecula saeculorum. El anuncio del “colapso” no es nuevo como tampoco algunos de sus problemas estructurales (desde la burbuja inmobiliaria a la deuda de los gobiernos locales) pero parece ganar terreno como argumento a añadir a las razones de “seguridad” para guardar distancias de la economía china y así evitar que nos salpique su inminente “apocalipsis”.
Esa “debilidad” económica podría traducirse también en un ablandamiento de la posición política de Xi, quien tendría que afrontar el juicio crítico interno por la situación, un proceso que ya se habría iniciado. Los rencores acumulados en algunos sectores del PCCh por un estilo de gobernanza que sacrificó el consenso denguista en aras de la resurrección del culto a la personalidad podrían pasarle factura ahora si la situación se enquista o se agrava. En este caso, se vaticina, la “depresión” económica podría derivar incluso en una crisis existencial y de legitimidad para el PCCh, con un formato no muy diferente al colapso experimentado por el PCUS en la URSS. Así, la quiebra de la paz interna estaría en el origen de destituciones y expedientes disciplinarios que podrían desembocar en una severa crisis (golpe militar, un golpe político o una revuelta civil). Y ese sería el cuadro general de la diagnosis que enfrenta Xi nada menos que a un año de iniciarse su triunfal –e inusual- tercer mandato al frente del PCCh.
¿Es tan así?
La desaceleración económica que afronta China resultaría no de problemas puntuales (incluida la caída de las exportaciones y la actividad fabril, del valor de la moneda, el aumento del desempleo juvenil, la contención del consumo, una crisis del sector inmobiliario y un creciente riesgo en el sector financiero) sino de desafíos estructurales duraderos (incluido el envejecimiento de la población, una deuda masiva, crecientes controles sociales y comerciales y una política exterior agresiva que desalienta la inversión extranjera) que ponen en serio peligro las cábalas soñadoras del xiísmo.
Se imputa a Xi también que su instrucción de reforzar el control político sobre la economía y la sociedad, combinada con la falta de oportunidades, obstaculiza el espíritu empresarial y al mismo tiempo fomenta la salida del capital y el talento.
Pero desde que salió de los confinamientos por la Covid-19 el año pasado, la recuperación del país ha sido relativamente fuerte. La economía china creció un 6,3 por ciento interanual en el segundo trimestre de este año, superando la tasa de crecimiento anual promedio de los países de la OCDE. La previsión es que el segundo semestre no alcance el nivel del primero, alcanzando el 5,5 por ciento. El FMI sigue insistiendo en su previsión de crecimiento para este año fijándola en el 5 por ciento (el doble de la previsión para España y más de cinco veces el 0,9 por ciento previsto para la eurozona). El objetivo oficial para 2023 es aproximado -«en torno al 5%»-, lo que permite cierto margen de maniobra, mientras que el Decimocuarto Plan Quinquenal (2021-2025) prescinde por completo de un objetivo global del PIB.
Por otra parte, cabe recordar que las autoridades chinas han anticipado la inevitable desaceleración del crecimiento durante más de una década. Probablemente, el Covid-19 o la guerra comercial y tecnológica con EEUU, unido a la decisión política de asumir el coste de acelerar el tránsito hacia un nuevo modelo de desarrollo, han agravado las predicciones y comprometido aun más la salud de algunos sectores económicos. No lo van a tener fácil.
Oficialmente se insiste en que la economía de China ha continuado al alza en una vía generalmente sólida de repunte en medio de la difícil recuperación económica mundial y un entorno externo desafiante y complejo desde principios de año. China, dice el PCCh, tiene la capacidad, la confianza y las condiciones para mantener básicamente estable su economía. ¿Será suficiente para alcanzar los objetivos del xiísmo? Xi ha afianzado su liderazgo con el discurso de la revitalización del país. El sueño chino es completar el proceso de modernización en 2049. Lograrlo o no va a depender de la capacidad del PCCh para mantener la estabilidad, el crecimiento y la viabilidad de los grandes proyectos nacionales e internacionales en los que se ha embarcado.
Cuando Xi inició su mandato al frente del PCCh en 2012, era sabido que a China le quedaba un largo y ancho trecho por delante. A pesar de ello, el temido sorpasso a EEUU fungía como argumento para impulsar políticas de contención. Ya hablemos del PIB, per cápita, gasto en defensa, tecnología, etc., aunque es mucho lo que ha avanzado en las últimas décadas, sigue siendo mucho también lo que le falta siquiera para alcanzar a EEUU (su PIB equivale al 60 por ciento del estadounidense).
También es verdad que las especulaciones en relación a las sombras sobre la economía china no son un hecho novedoso. Imposible de olvidar el dramatismo de las estimaciones de escasez alimentaria de Lester R. Brown de los años 90, por ejemplo, como consecuencia de la mejora en la nutrición de los ciudadanos chinos. Hasta ahora nunca se han cumplido. Como tantos otros cálculos referidos al efecto de la reforma de las empresas estatales, la polución o el retraso tecnológico. La resiliencia se ha afirmado como una de las características más destacadas de la economía china, robustecida por un fuerte intervencionismo público y no poca creatividad.
Lo novedoso de los últimos años es que las autoridades se han aplicado para disciplinar su economía. Esto ha afectado a sectores como el tecnológico, el mercado bursátil o el inmobiliario, por ejemplo, necesitados, también aquí, de una mayor ordenación. Es conocido, por ejemplo, el aserto de Xi en 2017 de que «las viviendas son para vivir en ellas, no para especular» con el que dio a entender la necesidad de pinchar la burbuja. Pero es el tránsito hacia el nuevo modelo de desarrollo lo que les preocupa: el gasto total de China en investigación y desarrollo (I+D) superó los 3 billones de yuanes (unos 418.200 millones de dólares) en 2022, lo que supone un aumento interanual del 10,1 por ciento, informó el Buró Nacional de Estadísticas. Es ahí, sobre todo, al margen de las vicisitudes de la coyuntura, donde se la juega.
¿Un Xi Jinping en entredicho?
El otro frente abierto afecta a la estabilidad política. En parte, como consecuencia de los reflejos de las dificultades económicas pero también a resultas del cuestionamiento de algunas de las decisiones de Xi y del cambio en su estilo de gobernanza que incluye el abandono del modus operandi denguista. El líder ya no es infalible.
La destitución de dos generales de la Fuerza de Cohetes del Ejército Popular de Liberación (PLARF), el relevo del ex ministro chino de Asuntos Exteriores Qin Gang, bajo investigación, y la misteriosa muerte del subcomandante del PLARF Wu Guohua (unida a suicidios previos de los generales Zhang Yang o Chen Jie) pondrían de relieve cierta crisis en la dirigencia central, ya sea en el ejército, en el estado o en el partido, aunque se impute como causa principal la corrupción. La incertidumbre sobre el paradero del ministro de Defensa, Li Shangfu, que algunos amplían al cuestionamiento del general Zhang Youxia, amigo de la infancia del presidente, remarca que no se trata de figuras menores. Por otra parte, la ausencia de transparencia respecto a estos casos no favorece la imagen internacional de un sistema que alardea a la menor oportunidad de su estabilidad frente al modelo democrático liberal que considera instalado en el caos político permanente. Inusual ha sido también la ausencia del ministro de asuntos exteriores Wang Yi en la Asamblea General de Naciones Unidas, sustituido por el vicepresidente Han Zheng.
La ampliación en paralelo de las normas de seguridad interna, como la Ley de Contraespionaje, ha aumentado las alertas sobre el riesgo de detención arbitraria, un mecanismo que preocupa especialmente a los expatriados. El máximo órgano legislativo de China también ha propuesto una enmienda a una ley de 2005 que establece castigos específicos para violaciones que perturben el orden público. Los cambios prohibirían la vestimenta o el discurso que sea «perjudicial para el espíritu de la nación china o hiera los sentimientos de la nación china»…
Algunas crisis que debe afrontar el liderazgo chino y el subsiguiente incremento de las tensiones se interpretan como una consecuencia del abandono del denguismo. Los veteranos del PCCh habrían advertido a Xi en la reunión de verano de Beidaihe, de una posible pérdida de apoyo social. El ex vicepresidente Zeng Qinghong, al parecer, se lo hizo saber con meridiana claridad. Pero también el general Chi Haotian, antiguo ministro de defensa y miembro del Buró Político en tiempos de Jiang Zemin. Y el ex ministro de Exteriores Li Zhaoxing. Ello unido a la reaparición pública reciente del ex primer ministro Li Keqiang podría dar a entender cierto nivel de desautorización.
Xi replicó a los veteranos que las actuales dificultades son el resultado de las taras acumuladas por años de parálisis y lo estructural de los cambios en curso, que incluyen desde una nueva industrialización al salto tecnológico. En medio, reclama tiempo para calibrar la efectividad de las políticas de estímulo aplicadas y ofrece solidez a los planes de alcanzar la meta de crecimiento de este año y los siguientes.
La resiliencia mostrada en crisis pasadas justifica el tono optimista de las autoridades. No es probable que estas dificultades les desvíen de su hoja de ruta hacia un modelo de crecimiento más sostenible, asentado en la producción de tecnología con alto valor agregado y el consumo interno, en detrimento de la inversión en la construcción. Esos tiempos no volverán.
En lo político, las especulaciones en torno a un regreso de las políticas denguistas basándose en pequeños gestos, por lo demás simbólicos, tienen poca enjundia a día de hoy y es dudoso que carezcan de entidad suficiente para alentar un cambio de rumbo significativo.
(Para CTXT)