Es una tradición política en China que su singular parlamentarismo se vista de gala en el mes de marzo de cada año. Aun sin librarse del todo de la pandemia, recuperada cierta normalidad, en este 2021, el tono político de lo que se conocen como las “dos sesiones” en alusión al carácter bicameral de sus instituciones parlamentarias, fue fijado con antelación atendiendo a dos variables principales. De una parte, la proclamación de la erradicación de la pobreza extrema; de otra, la celebración del centenario de la fundación del Partido Comunista (PCCh). Por tanto, cabe imaginar que la reafirmación sistémica, con base en el magisterio del PCCh, sea el nervio conductor de este año, más aun que en ejercicios anteriores. Con la pandemia bajo control, Hong Kong bajo control, la economía en rebote, expectativas de superación de algunas tensiones internacionales sobre todo en lo comercial, China exhibe músculo.
Hay, por supuesto, diferencias sustanciales entre el parlamentarismo chino y el liberal. Cuando los chinos contemplan las trifulcas o la agresividad de los debates políticos que a menudo se desarrollan en nuestros parlamentos exhibiendo una dramática incapacidad para consensuar decisiones incluso ante problemas de máxima gravedad, fruncen el ceño. A sensu contrario, haciendo gala de un contraste que muestran como alternativa, su parsimonia parlamentaria sería expresión de la supeditación de cualquier interés de facción al nacional. Sabido es que en China no existe la división de poderes ni tampoco se atribuye al parlamento una función de control del gobierno comparable a la ejercida en las democracias occidentales. Ambos mecanismos comparten una misma ambición representativo-formal aunque la magnitud del debate y el nivel de espontaneidad marcan diferencias abismales. Entre las singularidades más destacadas del modelo chino cabe citar lógicamente una persistente y holgada mayoría absoluta que asegura la contundente legitimación de las decisiones políticas tomadas previamente por el PCCh. Al no existir expectativa de alternancia, la máxima aspiración de otras fuerzas presentes es la cogobernanza, aun así, bastante residual.
Podemos descalificar las sesiones parlamentarias chinas que transcurren estos días en Beijing asegurando que todo está decidido antes de empezar. Y en buena medida así es. Dicho esto, también cabe llamar la atención sobre la dinámica evolución/involución que hoy preside el devenir de muchas instituciones en el sistema político chino. Si algo caracteriza el xiísmo es la voluntad centralizadora y la reafirmación del control también sobre el propio Estado, no siendo exagerado hablar de repartidirización de muchas entidades.
En el orden parlamentario, ya durante el mandato de Hu Jintao (2002-2012), se intentó insuflar vida en lo que para muchos no pasaba de la condición de muermo político. Ese anhelo de nueva vitalidad, desarrollado en paralelo a cierta exploración democratizadora, llegó a través de las conferencias de prensa multitudinarias, ideadas para fijar posición y condensar mensajes, tanto dirigidos a la propia ciudadanía como al exterior. El debate abierto sigue hurtado por el ritual, inevitablemente condicionado por una corrección que encorseta su discurrir, pero abrió un poco las gigantescas puertas del Gran Palacio del Pueblo, macro-edificación construida por cierto en apenas diez meses para celebrar la primera década de la China Popular.
Un segundo aspecto a destacar es la afirmación de una profesionalización cada vez acentuada. El presidente chino Xi Jinping ha convertido el Estado de derecho en una de las claves principales de su mandato. Esto se está traduciendo en un afán normativo creciente que afecta a áreas importantes como la salud pública, la seguridad nacional, la protección ambiental, o la propia gobernación, señaladas como prioritarias. Por tanto, a la par que la común escenificación de lo que en Beijing llaman democracia consultiva, el perfil técnico gana creciente proyección para responder a esa demanda de conformación de un cuerpo normativo actualizado, indispensable para modernizar el sistema político y adaptar la capacidad de gestión a los nuevos tiempos. No es descartable que si esta dinámica se afianza asistamos a una ampliación del número de miembros permanentes, en la actualidad inferior a una décima parte de los miles de parlamentarios convocados en la capital, con el objeto de acelerar esa transformación del sistema político que pone el acento en su dimensión legislativa.
Las sesiones parlamentarias chinas de este año trasladan la convicción de hallarnos ante un nuevo punto de partida. China no variará su rumbo, pero acelera el paso en un último tramo fijando objetivos para los próximos quince años, un largo periodo que cifraría las expectativas de permanencia del propio Xi Jinping al frente de los destinos del país. Una etapa clave para culminar la histórica transformación china, de su economía y sociedad pero también de un sistema político que si bien rechaza el liberalismo occidental aun aspira a no fosilizarse. Una tarea hercúlea, imposible para muchos, pero que debiéramos seguir atentamente. Además de criticar, actitud saludable y siempre necesaria, si nuestra soberbia nos lo permite, igual algo podemos aprender.