El aumento de las presiones sobre China a propósito del clima ha quedado de manifiesto en la reciente cumbre del G8 celebrada en Alemania. En los días previos, el gobierno que preside Wen Jiabao dio a conocer el “Programa Nacional para enfrentar el cambio climático”, el primer documento de este tipo de un país en vías de desarrollo y que resume el punto de vista y los compromisos generales asumibles por Beijing en este ámbito.
En el citado documento, China asume el hecho (el calentamiento del planeta) y su contribución al mismo, en especial, su responsabilidad en las emisiones de dióxido de carbono. Según un despacho de la agencia Xinhua, de cumplir con lo enunciado en dicho texto –cosa harto difícil a juzgar por las dificultades de los países desarrollados-, China, sin aminorar su ritmo de crecimiento, podría reducir sus emisiones en 1,5 mil millones de toneladas en 2010. Difícil de creer, aunque las buenas intenciones que enuncia el documento, tanto al referirse a la reestructuración de su economía como a la optimización de los recursos energéticos o la promoción de nuevas tecnologías en este campo, indican un aumento considerable de la sensibilidad en este aspecto en ciertos ámbitos de los poderes públicos.
Esa asunción matizada de responsabilidades es, por otra parte, compatible con la exigencia de un compromiso mayor a los países desarrollados, a quienes considera, ciertamente con toda justicia, los máximos responsables del calentamiento del planeta y de sus consecuencias. Por ello, es sobre los países ricos que debiera recaer el principal esfuerzo en vez de reclamar a los demás una moderación de su crecimiento. Empezando por EEUU, el mayor productor mundial de gases de efecto invernadero y quien se caracteriza por una actitud muy poco cooperativa, a pesar del cambio formal de actitud mostrado por Bush en el G8, que solo se verificaría realmente después de un compromiso a tres bandas con China e India. Pero, a unos y a otros, es difícil predicar con el ejemplo. China, a pesar del discurso oficial, tiene crecientes dificultades para moderar el ritmo de la modernización en curso, lo que le convierte en difícilmente sostenible, y acusa a EEUU de intentar “escudarse” en ella para eludir la asunción de compromisos efectivos. Cada uno debería pagar la correspondiente factura y no adosarla los ricos a los pobres como pretende Washington, quien, al mismo tiempo, pretende beneficiar a sus multinacionales de las condiciones privilegiadas de producción en el taller mundial por excelencia, en parte debido a la escasa importancia otorgada a las cláusulas ambientales.
Hu Jintao habló en Alemania de “responsabilidades comunes pero diferenciadas” a la hora de enfrentar el cambio climático y defendió la innovación tecnológica y la vuelta a patrones de producción y consumo compatibles con el desarrollo sostenible, como receta para afrontar el desafío del cambio climático. Cumplimiento de Kyoto y asistencia a los menos desarrollados debería caracterizar el comportamiento de los países ricos, respetando el derecho de otros a impulsar un crecimiento que mejore la vida de su población. Pero hoy, compatibilizar el desarrollo sostenible y la elevación del consumo de energía no es tarea fácil. Incluso, en el supuesto de creer en ello de forma indiscutible, el gobierno central chino encontrará serias dificultades para hacer oír su voz en el conjunto del país.