Cada día aparecen nuevas estimaciones y diagnósticos que revalidan la emergencia de China. John Hawksworth, de PricewaterhouseCoopers, en un informe publicado el pasado 5 de marzo, señala que China sobrepasará a EEUU en 2025, o antes incluso, y su economía será 1,3 veces superior a la estadounidense en 2050.
Muchos europeos y estadounidenses consideran ya a China la segunda potencia mundial, solo por detrás de EEUU. En este 2008, podría superar a Alemania para convertirse en el primer exportador mundial, y acercarse un poco más a EEUU, el primer importador del planeta. China podrá tener en 2008 el mayor número de internautas del mundo e incluso ocupar el primer puesto en el medallero olímpico. Los éxitos en la carrera espacial, la construcción del mayor aeropuerto del mundo, pronto también el edificio más elevado del mundo en Shangai, etc., son motivo de orgullo para los chinos, pero un ejercicio de realismo obliga a considerar otras variables.
China, sin lugar a dudas, es una potencia demográfica y territorial. En cuanto a su economía, el valor bruto de su PIB (24.661.900 billones de yuanes, con un crecimiento del 65,5% respecto a 2002), de su comercio exterior (2,17 billones de dólares en 2007), sus reservas de divisas (1,52 billones de dólares, 500.000 millones más que Japón), indican la existencia de mejoras incontestables. En enero del presente año, el volumen de inversión extranjera llegó a 11.200 millones de dólares, con un incremento anual del 110%. En 2011 China superará a Estados Unidos en cuanto a consumo de energía, siendo ya el primer productor del mundo de multitud de bienes (textil, cemento, hierro…).
No obstante, es evidente, por ejemplo, que las capacidades militares de China están a años luz de las de EEUU. El presupuesto de defensa de EEUU representa la mitad del gasto militar del planeta, mientras que el de China ronda el 10% del estadounidense, aún con el aumento previsto del 17,6% previsto para este año. Y a pesar de su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y de su renovada presencia en África, América Latina o en Asia Central, ni de lejos su influencia es comparable a la de otros actores, aunque ciertamente ha mejorado. En su entorno regional, Japón, Taiwán, o India, sugieren desafíos en materia de seguridad que dificultan la afirmación de su hegemonía en la propia Asia.
Con el 4 por ciento de población, EEUU aporta el 27% del PIB global, mientras que China, con una población casi cuatro veces superior, tiene un PIB que equivale a la cuarta parte del de EEUU. El PIB per capita de China equivale a una decimosexta parte del PIB per capita estadounidense. Las profundas desigualdades, las carencias sociales y el bajo nivel del PIB per capita son datos a tener en cuenta para moderar y equilibrar las anteriores cifras. El nivel de ingresos en el campo es, por término medio, más de tres veces inferior al de los residentes urbanos.
En materia de soft power, también existen matices importantes. Tanto en términos culturales como de imagen (muy lastrada últimamente por los productos falsificados y de mala calidad), China dispone aún de escasas capacidades a nivel global. Sus avances tecnológicos han sido importantes, pero se diría que aún está sentando las bases materiales de un despegue que está por llegar, empujado por esos 4 millones de universitarios que se licencian cada año y fuertes inversiones en el sector (366.400 millones de yuanes en 2007, equivalente al 1,49% del PIB). Por otra parte, la corrupción, los enormes desafíos ambientales, las deficiencias del sistema educativo a nivel básico, y la débil cohesión social, son factores que constituyen alertas de las graves fisuras existentes en el crecimiento chino, un modelo que las propias autoridades consideran necesario ultrapasar, como ha revelado el primer ministro Wen Jiabao en el informe presentado ante la Asamblea Popular Nacional el pasado 5 de marzo, pero cuya corrección exigirá más tiempo del que ha sido necesario para hacer descollar la economía china y asombrar al mundo con sus mastodónticas cifras que no obstante esconden profundísimos desequilibrios y desigualdades que sugieren al menos dos generaciones de perseverancia y estabilidad para confirmar el auge actual y el logro de una primacía mundial que cuente con un respaldo interno más equilibrado.