Las cuarenta ausencias de Pepe Castedo Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sociedad by Xulio Ríos

Profesionalmente se definía como director de cine y, en gran medida, bien podría decirse que su vida fue de película. Republicano y de izquierdas hasta la médula, luchó en la guerra civil como lugarteniente al mando del conocido como “Capitán Félix”. En la contienda perdió un ojo. Exiliado en Francia, del país galo saltó a la capital china donde se convirtió en uno de los pocos extranjeros –y españoles- que vivieron la Revolución Cultural de principio a fin. Tras la muerte de Franco regresó a España de golpe, desoyendo el consejo de sus amigos chinos que le instaban a explorar el terreno primero. Un certificado de defunción nos da cuenta de su suicidio un 24 de diciembre de 1982 en Hortaleza, 3, Madrid.

José Castedo Carracedo (1914-1982) era conocido en Beijing como “El Gallego”, raíces que él siempre reivindicaba a pesar de haber nacido en Madrid. De madre ferrolana y padre asturiano, Pepe, como todos le conocían, era el “rey” de aquellos expertos extranjeros que se habían comprometido con la Revolución China en años de gran convulsión social y política.

Llegó a Beijing desde París. Entonces, Francia, en 1964, haciendo gala de una autonomía estratégica más que envidiable para los tiempos actuales, había decidido reconocer diplomáticamente a la República Popular China (cosa que EEUU demoraría hasta 1979). Pepe había llegado al país vecino a principios de los cincuenta, tras haber contraído matrimonio en 1951 en Madrid. Lo dejó todo atrás (su esposa, Nieves, y una hija, Ana Isabel), para sacudirse el aire irrespirable del franquismo. Durante una década, me contaba uno de sus más próximos, Wu Ruiggen, realizó todo tipo de trabajos, hasta los más miserables, para sobrevivir. Su situación mejoró cuando le fue reconocido el estatus de “refugiado político” con el aval de Julio Just.

En China, Pepe Castedo fue profesor de español en la escuela anexa al Instituto de Lenguas Extranjeras. Fue aquí donde descubrió su vocación docente. Su amplio bagaje cultural le fue entonces de gran utilidad y sus alumnos recuerdan aun hoy con gran cariño su magisterio. En ausencia de cualquier material básico de enseñanza de idiomas, la mímica fue su gran aliada para que del aula pudieran salir traductores, intérpretes, diplomáticos, profesores de español, en hornadas caracterizadas por su excelencia y, ojo, aprendiendo a hablar y a comprender el idioma prescindiendo de la gramática. Su condición de autodidacta le supuso un enorme plus de esfuerzo que a la postre le granjeó la fama de pedagogo creativo y comprometido. Elaboró manuales específicos y adaptados a la idiosincrasia china, como recordaba Cen Chulan, colega que, con otros más, le visitaba a menudo en su apartamento para aclarar dudas y preparar las clases. Todo estaba por hacer en la China de aquel entonces.

Era de salud frágil. De siempre convivió con una úlcera de estómago, llegando a estar muy grave en más de una ocasión. Esa misma dolencia le llevaría al hospital en Beijing cuando se declaró en huelga de hambre contra la decisión de los Guardias Rojos de prohibir la presentación de un primer concierto de una orquesta china en homenaje a Beethoven. En su apartamento en el Hotel de la Amistad, resonó a los cuatro vientos La Incompleta de  Schubert, como diciendo “esto no se ha acabado”… Era como un trueno de reprobación. La música clásica se había convertido en la única pasión capaz de consumir su energía, recuerdan muchos de sus colegas latinoamericanos que coinciden en calificarlo de “destemido, enérgico y de mucho carácter”. Todos le respetaban por su condición de excombatiente de la República española. El uruguayo Pablo Rovetta recuerda que cuando la guerra con Vietnam no dudó en posicionarse públicamente del lado de los vietnamitas.

Castedo era conocido también por ser una persona de principios firmes, que decía lo que pensaba sin pelos en la lengua. Aunque en temas políticos era más bien reservado y no se abría con cualquiera, según me confesó su amigo colombiano Antonio López, en aquella época, era un maoísta a raja tabla, posición que argumentaba “con contundencia revolucionaria”. A él se le atribuye la corrección de la edición en español del Libro Rojo.

Durante los convulsos años de la Revolución Cultural desempolvó una pequeña cámara de cine que se había llevado de París y que utilizó para rodar escenas en la mítica plaza de Tiananmen, entonces a rebosar de gente a cada paso para mostrar su condena de los “derechistas” que supuestamente habían traicionado a la revolución. En alguna ocasión, pasó más de una angustia por la incómoda presión de una multitud extrañada de la presencia de un “nariz larga”. El venezolano Wilfredo Carrizales pudo apreciar algunos de esos materiales, incluidas sus fotografías de aquel Beijing de los años sesenta en los que podían verse camellos bactrianos echados en el suelo o moviéndose en caravanas por la ciudad.

Como experto extranjero, Castedo disfrutaba de muchas ventajas, como el no tener que preocuparse de la “alimentación, vestido y vivienda”, una trilogía de necesidades básicas que millones de chinos estaban lejos de tener satisfechas en aquel entonces. Aun así, optó por vivir como un chino y decidió abandonar las comodidades del Hotel de la Amistad y hasta rebajarse el sueldo a la mitad. Wu Ruiggen recuerda como resistió aquel rigor vitae con sus colegas chinos que por ello le granjearon con mayores dosis de respeto y aprecio.

Su principal referente político era Álvarez del Vayo, a quien consideraba encarnación del espíritu antifascista, republicano y de izquierdas. Fue quizá por su influencia que llegó a China. Del Vayo viajó en varias ocasiones a este país (1957, 1961, 1967) y precisamente en 1964 publicó en Ruedo Ibérico en París, “China vence”.

Regreso a España

Tras el establecimiento de relaciones diplomáticas (1973), el embajador Felipe de la Morena promovió, no sin dificultades, el otorgamiento a su favor de la Cruz de Alfonso X el Sabio, convirtiéndose en el primero en recibirla por sus méritos educativos en China. La embajada se quedó pequeña para acoger a tantos que querían presenciar aquel reconocimiento y debieron trasladarse a un gran auditorio en Dongsishitiao, en lo que es hoy un Centro de Intercambio Cultural Internacional. Javier Reverte, que viajó a Beijing acompañando a los Reyes en 1978, nos relata en “La aventura de viajar” (2011) como los “intérpretes chinos hablaban con acento gallego”…. El de Pepe Castedo.

Aquel reconocimiento no se le subió a la cabeza. Hay quien dice que le importaba un cuerno y que tenía la condecoración colgada de la cadena de la cisterna de su baño. Tampoco hizo uso de ella para abrirse camino a su vuelta a la península.

En 1977, pudo retomar el contacto con su familia de origen. Su hija, Anabel, le visitó en Beijing y ese reencuentro pudo influir en su decisión de volver. A sus amigos en Beijing dejó una fastuosa herencia: una nevera, de esas tipo minibar, recuerda Antonio López. Su esposa, Nieves, había hecho carrera en la FAO sumándose al equipo de José María de Areilza, con quien trabajó varios años. Separados en vida, hoy sus cenizas reposan juntas en el cementerio de la Almudena compartiendo un fragmento poético de Luis Cernuda: “Acaso el amor puede tener aquellos seres que todo marco exceden”…

En España no encontró su lugar. Ya no reconocía el país. En plena transición democrática, su universo político estaba prácticamente ausente. Con limitadas capacidades económicas, las estrecheces hicieron mella en él. Y sus intentos de regresar a Beijing no tuvieron éxito. También China, que abrazaba la reforma y apertura de Deng Xiaoping, había cambiado.

Al igual que Castedo, otros internacionalistas que habían participado en la Guerra civil española también acabaron en Beijing como expertos extranjeros. Es el caso, por ejemplo, del británico David Crook, detenido durante la Revolución Cultural. Pasó cinco años en la cárcel acusado de “espía imperialista”. Privado de la docencia, Pepe fue derivado por un tiempo a otros menesteres en los medios de comunicación chinos dirigidos al exterior.

Como Alfonso Graíño, Ataulfo Melendo, María Lecea o Quintina Calvo, formó parte de esa misma generación, llegados muchos a través de Moscú, a donde pudieron regresar en un momento dado cuando las relaciones sino-soviéticas entraron en crisis. Por virtud o necesidad, o por ambas cosas, Castedo encontró en China su lugar.

Al cumplirse cuarenta años de su trágica muerte, es de justicia reivindicar su memoria como expresión del compromiso de aquellos que en otro tiempo no dudaron en mostrar su solidaridad con un pueblo, el chino, que estaba entonces inmerso en la más absoluta precariedad y libraba una batalla desigual para librarse de la pobreza y el atraso. Y su ejemplo, más reconocido en China que en España pero en ambos casos mejorable, constituye uno de esos referentes básicos que debieran estar muy presentes al conmemorar los primeros 50 años de relaciones diplomáticas entre España y China. Una excelente oportunidad para rescatarle del olvido.

Xulio Ríos es autor de la edición bilingüe chino-español, “Pepe Castedo, vida y azares” (Teófilo edicións, 2019), https://teofilocomunicacion.com/tienda/historia/pepe-castedo-vida-azares

(Para CTXT)