Las “singularidades chinas” en Deng Xiaoping Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Estudios, Sistema político by Xulio Ríos

El líder chino Deng Xiaoping (1904-1997) resumió su propuesta ideológica en el concepto “socialismo con peculiaridades chinas”. Su vertebración teórica y posterior canonización se consuma tras la muerte de Mao Zedong (1976) referenciándose en la IIIª Sesión Plenaria del XI Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh) (1978) un momento decisivo de su impulso, inicialmente reflejado en torno al cambio de la estructura económica. La “reforma y apertura” auspiciadas por el PCCh bajo el liderazgo de Deng establecieron un nuevo comienzo en el proceso de modernización de China tras la errática trayectoria experimentada durante el maoísmo.

¿Qué es el socialismo con peculiaridades chinas?

De entrada, podríamos definirlo como la expresión ideológica que sirve de cobertura a la política de reforma y apertura iniciada en 1978. Lo esencial de esta teoría, ciertamente atribuida a Deng Xiaoping, son dos ideas (Ríos, 2007). Primero, China, pese a que algunas evidencias pudieran indicar lo contrario, no construye el capitalismo, sino que transita por la primera etapa del socialismo, un proyecto que debe ser contemplado como de largo plazo. Segundo, la construcción del socialismo debe partir de la realidad concreta, evitando caer en el voluntarismo o en la imitación de modelos extranjeros que pueden no adaptarse a la situación concreta de un país.

En esta primera etapa de una larga transición, el objetivo esencial consiste en desarrollar la economía para alcanzar una modernización que garantice el bienestar social, es decir, un nivel de vida modestamente acomodado, expresión común en la política china que tiene también muy en cuenta el dramático punto de partida de 1949: 500 millones de habitantes, en su mayoría pobres y analfabetos en un país cuyo PIB equivalía al de 1890. Ello exigiría desterrar el dogmatismo y apostar por la reforma permanente a fin de lograr una adaptación constante a la situación cambiante y asegurar ese impulso continuado que impida el estancamiento. Es, por tanto, una teoría que huye de axiomas preconcebidos, que opta por una actitud abierta capaz de sugerir respuestas a los nuevos problemas y que puede enriquecerse con el paso del tiempo como, de hecho, así ha ocurrido con la llamada “triple representatividad”, atribuida a Jiang Zemin (en la jefatura del PCCh entre 1989 y 2002), o la “concepción científica del desarrollo”, aportación de Hu Jintao (2002-2012), que alude a la necesidad de que el progreso económico sea integral, coordinado y sostenible.

El socialismo con peculiaridades chinas resultaría así de la combinación del marxismo, el pensamiento Mao Zedong y las aportaciones de Deng Xiaoping, poniendo el énfasis en lograr una prosperidad integral que tome en consideración  la particular idiosincrasia de China. En lo económico, significa dotarse de un sistema de economía de mercado socialista caracterizado por el desarrollo conjunto de las diferentes formas de propiedad situando la pública como la principal. Además de enfatizar el papel del mercado como instrumento regulador, el modelo denguista persistiría en la planificación, elaborando sus planes quinquenales aun hoy día aunque sin la dimensión conocida de antaño, en tiempos del maoísmo (Lin, 2006).

En lo político, significaría mejorar el sistema sin alterar su naturaleza, apostar por el estado de derecho y garantizar un mejor reconocimiento y ejercicio de los derechos cívicos, persistiendo en las singularidades del modelo y rechazando la adopción de cualquier liberalización de signo occidental. Esta teoría, por tanto, defiende a ultranza la perennidad del monopolio partidario, sin perjuicio de instrumentar fórmulas de participación en la gestión pública excluyendo cualquier hipótesis de alternancia. Es el mecanismo de la Conferencia Consultiva Política. Esto significa también que el PCCh, en paralelo a la apertura en lo económico, postula la preservación a ultranza del Estado bajo su control y dirección, garantía última del rumbo socialista de la reforma, descartando cualquier cesión a los nuevos poderes emergentes como consecuencia de los cambios socioeconómicos experimentados al abrigo de la liberalización.

En lo social, la búsqueda de la armonía, expresión popularizada por Hu Jintao a partir de 2006 pondría el acento en lo importante de lo “común” de la prosperidad alcanzada, que vendría a constituir la esencia del socialismo con peculiaridades chinas. Esto matizaría la prioridad otorgada a la eficiencia económica por encima de cualquier otra consideración, un aserto propio de la época de Jiang Zemin, un periodo marcado por el objetivo de altas tasas de crecimiento. La supeditación de ese objetivo al logro de una mínima equidad se ha afianzado como paradigma del contenido social de esta teoría. Al mismo tiempo, resulta esencial para garantizar la estabilidad, premisa básica para evitar el fracaso de la reforma. En lo cultural, equivale a hacer prevalecer las corrientes de pensamiento y los sistemas de valores asociados al socialismo y también la revitalización y dignificación de los activos que han integrado la tradición cultural china, ampliamente denostados desde finales del siglo XIX por todo tipo de corrientes modernizadoras.

Por lo tanto, es una teoría que abarca la construcción ideológica, la económica y otros aspectos relacionados con la modernización, incluyendo, lo social, lo cultural, etc. Una primera observación pudiera darnos la impresión de que todas las innovaciones en los diversos campos (económico, social, ideológico, etc.) se orientan al adose de pequeñas y grandes erosiones en el cuestionado edificio del maoísmo. Pero, por otra, se construyen diques infranqueables para contener desbordamientos no deseados. La construcción económica es la tarea central en esta etapa del modelo chino y se completa con la política de reforma y apertura y la defensa de los llamados cuatro principios fundamentales e irrenunciables. Estos son: perseverancia en la vía socialista, vigencia de la dictadura del proletariado, mantenimiento de la dirección del proceso por el Partido Comunista y aplicación del marxismo-leninismo y del pensamiento Mao Zedong y están llamados a contener la “tradicional tendencia de retorno al capitalismo”.

La insistencia en un socialismo con peculiaridades chinas, a despecho de una realidad contradictoria y compleja que bien pudiera indicar otra cosa, sugiere la hipótesis del rodeo por el capitalismo como inevitable paso previo al socialismo. Todo el proceso de cambio que ha experimentado China desde la muerte de Mao se atribuye oficialmente a la certeza del socialismo con peculiaridades chinas, no a la adopción del mercado o la propiedad privada, magnitudes asociadas al capitalismo. Para algunos, el hipotético mantenimiento del socialismo es la coartada perfecta para negar la alternancia y perpetuar el poder burocrático, una teoría perfecta para reafirmar la exclusividad del liderazgo político del PCCh a pesar de la impresión de estar construyendo una sociedad situada en las antípodas de cuanto asociamos habitualmente con el socialismo. En cualquier caso, ratifica el apego formal de las autoridades chinas a la exploración de un sistema alternativo, desmintiendo que la aplicación de la política de reforma y apertura pueda conducir a un quebrantamiento de un camino que debe conducir al desarrollo. Bien es verdad que excluye el enaltecimiento de la lucha de clases, de infausta mención en China tras la contienda fratricida provocada por la Revolución Cultural, e introduce manifestaciones que bien pudiéramos asociar con un sistema basado en el bienestar y que podría traducirse, a futuro, en una progresiva socialdemocratización del PCCh, cuestión que hoy día no está en la agenda, aunque si fue objeto de debate a propósito de la “triple representatividad”, un principio que alentaría al PCCh a incorporar a sus filas, entre otros, al sector empresarial privado.

Desde el XV Congreso del PCCh (1997), el socialismo con peculiaridades chinas figura en los estatutos del PCCh como guía orientadora de su acción política, considerándosela un enriquecimiento de la teoría científica del socialismo. En dicho contexto, se enfatiza como la principal aportación teórica de Deng Xiaoping, considerado el arquitecto general de la política de reforma y apertura que sirvió de guía para el avance del actual proceso de modernización del país (Díaz, 2010).

Ya en los primeros años de la Nueva China (1949) quedó clara la idea fundamental de que al construir el socialismo hay que basarse en las circunstancias propias del país y seguir un camino propio (Ju, 1957). En sus primeros años, el Partido hizo un llamamiento a “aprender de la Unión Soviética”. Mao quería ir más rápido y hacerlo mejor. Además, cuando en febrero de 1956, el XX Congreso del PCUS denunció los graves errores de Stalin, el PCCh expresó su discrepancia: no estaba de acuerdo con la descualificación en bloque de su mandato.

La construcción de un socialismo con peculiaridades chinas formulada por Deng fue la idea directriz del XII Congreso (1982). Fue entonces cuando el cambio de rumbo se consensuó, reconociéndose en la literatura del Partido como expresión del afán por establecer una vía propia al socialismo que tenga en cuenta las realidades básicas del país.

En el discurso de apertura señaló: “La modernización de nuestro país debe realizarse a partir de nuestra propia realidad” (Deng, 1987). Tanto en la revolución como en la construcción, es necesario conceder importancia al aprendizaje de las experiencias extranjeras y al uso de las mismas como punto de referencia. Pero copiar las experiencias y trasplantar los moldes de otros países en forma mecánica nunca nos conducirá al éxito. Si lo copiamos y aplicamos al pie de la letra, sin el menor cambio de forma o de contenido, seremos como quien recorta los pies para que quepan en los zapatos, y sufriremos derrotas, decía Mao en 1936, al hablar de las leyes de la guerra. A este respecto tuvimos no pocas experiencias negativas, añadía. Integrar la verdad universal del marxismo con la realidad concreta del país, seguir un camino propio y construir un socialismo con peculiaridades chinas es la conclusión fundamental que extrae el PCCh al sintetizar su larga experiencia histórica (PCCh, 1984).

En el XIII Congreso del PCCh (1987) se teorizó sobre la etapa primaria del socialismo y la línea fundamental del Partido en esta fase. Se afirmó entonces que el sistema socialista tenía que asumir necesariamente un largo proceso para evolucionar “de una relativa imperfección a una perfección relativa”. La afirmación de que China estaba atravesando la etapa primaria del socialismo tenía dos sentidos: primero, que la vigente era ya una sociedad socialista y que se debía persistir en el socialismo; y segundo, que la sociedad socialista se encontraba en su etapa primaria, realidad de la cual se debía partir y que de ningún modo se podía omitir. En suma, afirmar que el pueblo chino pudiera emprender el camino socialista sin necesidad de pasar por una etapa de pleno desarrollo del capitalismo era una actitud mecanicista con respeto al rumbo de desarrollo de la revolución. La opinión de que se podía superar la etapa primaria del socialismo sin que mediara un gran desarrollo de las fuerzas productivas era una actitud utópica sobre el rumbo de desarrollo de la revolución y, asimismo, una importante fuente de los errores de desviación de izquierda, establecía el PCCh.

Este planteamiento exigía romper el concepto tradicional de contraponer la economía planificada y la mercantil. La economía china sería una economía mercantil planificada basada en el sistema de propiedad pública (Ríos, 2007). Y es que durante largo tiempo existió en la economía política socialista un punto de vista según el cual la socialista es una economía planificada y la capitalista una economía mercantil de forma que la economía socialista es incompatible con el mercado. Las ventajas del socialismo no pueden manifestarse en la utilización del mercado, sino solamente en la limitación y la exclusión del mismo, como si el socialismo pudiera demostrar su superioridad sólo cuando se ensancha el papel de la planificación y disminuye el del mercado. La razón por la cual se destacaba unilateralmente la planificación pasando por alto el mercado provenía principalmente de dos conceptos tradicionales: uno que iguala el mercado con las tendencias espontáneas hacia el capitalismo, y otro que confunde una economía planificada con la economía natural. El denguismo desarmaba este razonamiento.

En lo ideológico, se complementa con la insistencia en fomentar “un alto grado de civilización socialista en lo espiritual” y un “alto grado de democracia socialista”, incidiendo en la cultura, en los ideales, la moral y la disciplina revolucionarias, progresivamente afectados por la rampante corrupción. Por otra parte, la “emancipación mental” que promovía Deng exigía la recuperación de cierta libertad expresiva en el seno del Partido y el debate acerca de la democracia inicia también un repunte tras el período sombrío del maoísmo, aunque sin dejar de señalar sus límites sistémicos.

El denguismo sería entonces sinónimo de pragmatismo creativo pero no de desideologización. Un ejercicio de realismo con firme voluntad transformadora en lo material.

Las “singularidades chinas” y la reforma y apertura

La asociación del modelo denguista con la política de reforma y apertura es inevitable. De forma progresiva y experimental, “cruzando el río sintiendo cada piedra bajo los pies”, permitió la introducción de importantes innovaciones que poco a poco desbloquearon tabúes y diluyeron líneas rojas que el maoísmo convirtió en referentes de una lucha ideológica con altos costes para el propio Partido, la sociedad y el país. La liberalización en múltiples campos abrió nuevas expectativas al desarrollo chino en términos y con impactos que todos conocemos.

En paralelo, esto supuso importantes cambios en lo social. Al liberar la iniciativa, especialmente en el campo, y admitir la inadmisibilidad del igualitarismo se estableció un nuevo paradigma de desarrollo con resultados que excedieron las propias previsiones de Deng que consideraba que el apego al socialismo permitiría mantener a buen recaudo unas desigualdades que crecerían de forma más controlada, algo que el capitalismo no tendría en la debida consideración. La realidad fue bien distinta. La polarización y la brecha de riqueza en China adquirieron una magnitud colosal. Y los avances de los últimos años, en el periodo de denguismo tardío, no parecen consolidarse a la vista de los datos: el coeficiente de Gini se estima en 0,47, muy superior a la media de los países de la OCDE (0,3). Según indicaba en marzo de 2021 el propio primer ministro Li Keqiang, el 40 por ciento de la población -600 millones de personas- sobreviven en China con apenas 1.000 yuanes mensuales. La erradicación de la pobreza extrema anunciada a finales de 2020 supone un buen dato pero es mucho aún lo que resta por avanzar en este ámbito.

El denguismo expandió su influencia pragmática en numerosos dominios. La modestia en la política exterior o nuevos enfoques en la cuestión territorial (desde el Consenso de 1992 al principio de “un país dos sistemas”) también forman parte de ello. En ambos casos, los formatos dispuestos atraviesan una severa crisis.

La afirmación de encontrarse en la etapa primaria de construcción del socialismo y que esta podría durar más tiempo del inicialmente previsto tuvo su importancia para poner coto a la impaciencia típica del maoísmo, que anhelaba transitar hacia la nueva sociedad en apenas varios lustros. Deng cifraba en 100 años el periodo necesario para lograr el objetivo de alcanzar un país próspero y desarrollado. Y la garantía de su persistencia en el orbe alternativo del socialismo radicaría en la dirección del proceso por parte del PCCh.

El denguismo inspiró el mandato de Jiang Zemin y Hu Jintao, quienes hicieron sus propias aportaciones complementarias: la triple representatividad y la concepción científica del desarrollo, perseverando también en aspectos como la experimentación democrática (elecciones directas en las aldeas o también el debate sobre las posibles formas de alargamiento de la democracia) o iniciando un giro corrector de un modelo que daba ya muestras de claro agotamiento e inadaptación a la nueva realidad china y su inserción internacional.

El socialismo con mercado (y planificación) es una realidad que connota la China contemporánea (Roux, 2015). Se trata de un mercado gobernado por el PCCh y complementa una planificación que aún conserva un poderoso impacto en el conjunto de la economía y de la sociedad. De igual modo, en lo político, el sistema institucional establecido en 1949 conserva inamovible su estructura y el PCCh agudiza su ingenio para cooptar los nuevos liderazgos emergentes de forma que siguiendo el aserto de Deng no puedan conformarse en rivales hostiles a su magisterio.

Entre Mao y Deng

La contraposición entre maoísmo y denguismo no es absoluta. Sin duda, existen diferencias acreditadas que afectan a un importante conjunto de políticas económicas, sociales y culturales, igualmente en la diplomacia, y también en las políticas internas que orientan las dinámicas de construcción del propio Partido. Sin embargo, hay continuidades que pueden explicarse por el contexto que sirve de argumento para la promoción de la nueva política como igualmente por la preservación de cierta coherencia en la trayectoria del PCCh. Indudablemente, para Deng y los reformistas, a inicios de los años 80, resultaba muy conveniente no presentar sus iniciativas políticas como una ruptura radical con el maoísmo que pese a los indudables y trágicos errores recientes, gozaba aun de un fuerte calado y proyección en las instituciones estatales y partidarias.  Entonces, más de la mitad de los casi 40 millones de militantes del PCCh habían ingresado en él tras el inicio de la Revolución Cultural.

Deng no rompió abruptamente con la trayectoria maoísta, especialmente al señalar el factor nacional como una clave decisiva para acertar primero en la revolución y segundo en la gestión de los asuntos públicos. Desde la reunión de Zunyi (1935) que entronizó a Mao Zedong como principal líder del Partido, el “buscar la verdad en los hechos” se erigió como clave de su acción política (PCCh, 1981 y 1984). Los “hechos” apuntaban a la diagnosis de la realidad inmediata y a la experimentación, en un desaire a las tácticas sugeridas desde el exterior. El divorcio del maoísmo con el sovietismo fue temprano.

Ya en los años 50 del pasado siglo, Deng especulaba sobre cuáles de los principios del comunismo clásico internacional eran aplicables a China (Deng, 1992) aludiendo a los debates del VIII Congreso celebrado en 1956, con la mirada de reojo en los acontecimientos de Hungría. Deng destacaba entonces la incorporación al Partido de muchos miembros de origen campesino que no podrían llegar de golpe, sin un proceso de educación y temple, a desarrollar una conciencia radical y de vanguardia. Entre el VII y el VIII Congreso pasaron 11 años. Entonces, en 1945, una década después de Zunyi, se estableció el principio de “integrar la verdad universal del marxismo-leninismo con la práctica concreta de la revolución china”. En ambos congresos se refrendó ese criterio que enfatiza la realidad de cada país como punto de partida –y no las orientaciones de cualquier Internacional-. La invocación de las “circunstancias concretas” adquiere la condición de complemento sustantivo y no implica renuncia a la “verdad universal” del marxismo-leninismo. No se trata, por tanto, de avanzar en lo nacional para renunciar al socialismo sino que aquel es la premisa para realizarlo en un país y en una realidad concreta.

Para Deng, esto debe significar que el PCCh necesita estudiar a conciencia como avanzar del feudalismo al socialismo sin “copiar mecánicamente cosas del extranjero”, señalando que para transformar, por ejemplo, el comercio y la industria en China debemos seguir “un camino que Lenin, en su tiempo, pensó tomar, pero sin lograrlo” (Deng, 1992). Criticando el dogmatismo y el empirismo como expresiones de subjetivismo en esta materia, Deng asume con naturalidad que “todos cometemos errores a menudo” al abordar esta cuestión, de las más difíciles que debe encarar el PCCh en su gestión (Deng, 1992).

En una conferencia ampliada del Comité Central llevada a cabo en febrero de 1962 (la conocida como de los Siete Mil Asistentes) que dio alas a la restauración burocrática tras el fracaso del Gran Salto Adelante, atribuye al pensamiento de Mao Zedong la expresión catalizadora de aquella máxima.

Para Deng, esa era la esencia del pensamiento de Mao, el “buscar la verdad en los hechos”, es decir, su mérito principal consistió en tener en cuenta las condiciones concretas de China para establecer el camino que debía seguir la revolución para triunfar. Establecía así un hilo de continuidad en su teoría con el maoísmo, a pesar de las distancias que les separaban en muchos aspectos. Para Deng, esta primacía de las condiciones nacionales no debía ser obstáculo para desarrollar relaciones de todo tipo con el exterior, criticando la posición de la “Banda de los Cuatro” que calificaba cualquier gesto en este sentido de “culto de lo extranjero” y hasta de “traición nacional”. Por el contrario, podía funcionar como un complemento eficaz al desarrollo de la economía china.

El que la teoría debe ser verificada por la práctica se convirtió en santo y seña del PCCh y Deng reforzó esa idea con la convicción de que el marxismo no debe fosilizarse sino desarrollarse en su proceso de sinización (Deng, 1985). El Pequeño Timonel enfatizaba que el maoísmo constituía una nueva etapa en la implementación del marxismo-leninismo en China. De igual forma, su teoría complementaba y daba respuesta a una realidad marcada por la mutua influencia nacional e internacional tras la muerte del Gran Timonel.

Partir de las condiciones específicas de China significa para Deng reconocer la debilidad de la base económica del país, contar con una población numerosa y una superficie reducida de tierras cultivables (Deng, 1985). Esto sugiere una guía para las políticas públicas a desarrollar con urgencia por el PCCh, con un alto sentido pragmático. Sin esa visión de conjunto, que completaba con el apego a los cuatro principios irrenunciables, no habría modernización, sentenciaba Deng.

Mao y Deng, por tanto, comparten esa idea de que es necesario operar una sinización del marxismo para que el PCCh pudiera indagar con acierto en las alternativas que deben resolver esa contradicción entre las demandas de una sociedad atrasada y empobrecida y un sistema económico débil y subdesarrollado.

Cuando ese punto de vista se traslada al orden partidario, uno y otro defendieron con tesón que la solución para China no consistía en reproducir y aplicar sin más la experiencia soviética. Al hablar de las relaciones entre “partidos hermanos”, Deng se refiere a un principio que considera importante, insistiendo en que la situación varía enormemente de un país a otro y señala que en ningún caso debe exigirse a nadie seguir el “modelo ruso” (Deng, 1985); por el contrario, serán las condiciones concretas de cada realidad las que determinen el camino a seguir. Deng califica la pretensión de erigirse en “partido padre” de chauvinismo y que eso se traduce en política exterior en la implementación de una línea hegemonista. A propósito del eurocomunismo, por ejemplo, Deng reconoce que no corresponde al PCCh pronunciarse al respecto, aunque saluda el esfuerzo de exploración adaptado a los intereses de cada país. Ningún partido puede dictar la ley a otros, es inadmisible, apostilla Deng.

Complementariamente, en cuanto a la dinámica partidaria, justo es reconocer el cambio de atmosfera auspiciado por Deng para trazar una institucionalidad que permitiera un desarrollo civilizado de las contradicciones y tensiones que puedan surgir en el PCCh. En una conocida entrevista concedida a la periodista italiana Oriana Falacci, Deng sentencia con rotundidad: un dirigente que elige su propio sucesor adopta una práctica feudal (Deng, 1985). La apuesta por la dirección colectiva, el fin del culto a la personalidad, el consenso, etc., también son “peculiaridades chinas” que importa destacar en el discurso de Deng Xiaoping y que representan una originalidad destacada en la praxis política del PCCh. Paradójicamente, en el xiísmo, no parece existir mucho interés en su salvaguarda y protección, con signos de involución hacia actitudes más cercanas a la trayectoria maoísta en este orden.

Una expresión del nacionalismo chino

La adjetivación de las “singularidades” al modelo chino tiene, por tanto, una importante fundamentación en la trayectoria del PCCh y ha estado presente en su ideario desde los orígenes, manifestándose de forma puntual pero ni mucho menos intrascendente hasta que, con Deng, se estructuran en forma de teoría. Sin duda, su rastro podemos identificarlo en algunos trazos del maoísmo. Para Deng, explicita ese propósito de transitar por una vía propia, genuina y original.

En el XIX Congreso (2017), el PCCh revalidó su absoluto empeño en proseguir la ruta por una vía propia y separada de la liberal occidental. Frente a los titubeos experimentales de Deng Xiaoping, que en buena medida eran reflejo de la necesidad de la apertura para avanzar en la modernización y desarrollo del país adentrándose en terreno desconocido, la nueva situación de China, con un poder económico y en otros ámbitos reconocible, anima a reafirmar la consolidación de un proyecto singular, adaptado a una China que aspira a ser una gran potencia moderna con estilo, métodos y soluciones que se distingan de los de sus rivales occidentales, y en particular de Estados Unidos.

La columna vertebral del pensamiento político del PCCh refuerza esa idea, ya antigua y poderosamente nacionalista y reciclada para la ocasión, del «socialismo con características chinas», claramente distanciado de los «valores occidentales».

¿Será esta la última etapa de la adaptación histórica o sinización de la ideología marxista-leninista? Si el PCCh revisó a conciencia el pensamiento maoísta a propósito del comunismo en las zonas rurales, la teoría de Deng Xiaoping de la apertura y el enriquecimiento económicos controlados políticamente, explicitó un nuevo desarrollo. Nada invita a pensar que esta evolución termine aquí, al menos en tanto en cuanto el PCCh siga proyectando los destinos de China.

En este congreso, Zhang Dejiang, presidente de la Asamblea Popular Nacional, número 3 en la jerarquía, consideró que la teoría del ‘socialismo con características chinas’ era el punto clave del Congreso y una contribución histórica al progreso del Partido Comunista. El 20 de octubre, un editorial del Global Times titulado «Los errores de la concepción occidental de China» criticaba a los medios de comunicación occidentales, a los que acusaba de un pensamiento reductor simplista cuando estigmatizaban la «falta de transparencia» y predecían el «fracaso» del régimen, insistiendo en el contraste entre los modelos chino y occidental. Para el PCCh, los «valores universales» no son aceptables en China. Se refiere, claro está, a los liberales.

El argumento que sostiene la persistencia en este “camino propio” nos remite a la dificultad de definir criterios de gobernanza estándar aplicables a todas las culturas, discrepando de la idea transmitida por los medios de comunicación occidentales de que el mejor desarrollo en China es necesariamente el que más se acerca a los modelos liberales, mientras que los que se desvían de ellos son sistemáticamente reprobados. Hasta el punto de que las únicas referencias aceptables son las que son muy unívocas y tienen la virtud de promover y proteger los intereses occidentales.

En la misma línea, aunque a China se le exige cumplir con las responsabilidades internacionales, asumir mayores compromisos globales y se le permite cierta y relativamente expresar sus intereses, se le conmina a no ocupar una posición predominante  o siquiera en términos de igualdad (ser asertiva) so pena de ser acusada de perturbar el orden mundial existente “basado en reglas”.

Las “peculiaridades chinas” se oponen a los “valores universales” que el PCCh considera un sistema construido en torno a criterios aceptados por las sociedades occidentales directamente en línea con la promoción de sus intereses. En la medida en que las rivalidades entre sistemas de valores son, en Occidente, vistas como una agresión, a medida que estas fricciones se multiplican, la brecha entre China y Occidente se amplía.

Reforzada por su acelerado crecimiento económico y su desarrollo ininterrumpido, una China moderna más confiada y segura de sí misma se ha convencido de que la vía china, con sus características nada occidentales, la llevará sin problemas al éxito. En la sociedad parece ameritarse la existencia de un consenso en que China no debe imitar los modelos occidentales, sino seguir su propio camino. Y se ve reforzado con la idea de que la crítica occidental obedece a un motivo: no asumen el ascenso de China a la cumbre del poder global.

Con el paso de los años, aquella China proclamada por Mao ha experimentado una progresiva y doble erosión que ha pulverizado buena parte de su legado ideológico. En primer lugar, a través del proceso de modernización, conducido por un patrón antitético (la solución no estaba en una radicalización del modelo soviético), basado en un diseño económico claramente alejado de su ideario y estructurado en torno a la creciente preponderancia del mercado, si bien mediatizado por la insalvable impregnación burocrática que debe salvaguardar la capacidad del PCCh para impedir que surjan auténticos poderes alternativos.

En segundo lugar, por el firme retorno de la identidad civilizatoria, no como consecuencia de la inercia espontánea generada por el vacío ideológico derivado del abandono del maoísmo, sino por una decidida promoción estatal y partidaria de la revitalización de las claves tradicionales de su identidad, a tono con el proyecto histórico de reposicionamiento global de China. En el plano de las ideas, ello ha adelgazado –no eliminado del todo- la presencia del maoísmo, aunque no así su principal instrumento, el PCCh, auténtica columna vertebral del sistema, transmutado en una burocracia de signo neoconfuciano.

En lo político, esto sugiere que la democracia urgida por Occidente, en la perspectiva del PCCh tendrá características chinas o no será. En el aparato del Partido, los juristas de la 5ª generación, como Wang Hunning, asesor político de los 3 presidentes Jiang, Hu y Xi, Li Shulei, miembro de la Comisión Central de Disciplina, He Yiting, n°2 de la Escuela Central del Partido y Huang Kunming, n°2 del Departamento de Propaganda, están en esta línea de promover un marco político y normativo propiamente chino, no copiado de las prácticas occidentales, sino derivado de las antiguas corrientes legistas de Shang Yang y Han Feizi del período de los Reinos Combatientes.

La reforma institucional en ciernes reivindica el valor de la virtuosidad, de la utopía moral, llamada a sustituir el concepto democrático de pluralismo o separación de poderes que en algún momento podrían amenazar la autoridad política del Partido. En consecuencia, la perspectiva de una democratización de signo liberal sigue ausente en la agenda política china.

El momento del pensamiento político chino arroja luz sobre la futura trayectoria de la gobernanza. La probabilidad de que China avance hacia una mayor apertura política es baja. La imposibilidad de renunciar al principio de la prevalencia del Partido acota incluso las posibilidades de profundización de la democracia consultiva, deliberativa o incremental que Hu Jintao alentó de forma experimental. La gran incertidumbre socioeconómica y la prioridad que la seguridad está adquiriendo en la agenda interna y exterior, devalúan cualquier expectativa.

Parece claro que la maquinaria política no correrá ningún riesgo hasta que no haya asegurado sus bases en la burocracia, el ejército y las administraciones provinciales. Es posible que la cuestión se agudice a medida que se acerque el XX Congreso, previsto para otoño de 2022, que supondrá una dura prueba para la subsistencia de algunas de las innovaciones sugeridas por Deng y que hoy surgen como bandera de descontentos. La hipotética eclosión de discrepancias puede afectar a la preocupación principal del PCCh: la protección de la estabilidad, garantía de su posición dominante.

De Deng Xiaoping a Xi Jinping

El xiismo, o “Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era”, ha agitado los fundamentos del denguismo. El socialismo con peculiaridades chinas ha entrado en una nueva era, una nueva expedición hacia la construcción integral de un país socialista moderno, reza con insistencia el PCCh.

Xi, por tanto, persevera formalmente en la teoría de Deng aunque califica sus propias aportaciones como “pensamiento”, lo cual sugiere que va camino de una equiparación con la doctrina ideológica del propio Mao Zedong, superando así a Deng, cuya mención en los fastos del centenario de la fundación del PCCh ha sido residual. La “superioridad” del xiismo es algo que solo el tiempo podrá demostrar. De entrada, no hay novedades trascendentales en la política económica aunque si un considerable esfuerzo de adaptación a las exigencias de los tiempos actuales, cuando está en juego la supremacía económica global, con un frente tecnológico en abierta disputa. Por otra parte, el rumbo que se atisbaba en el plan “China 2030” (con el aval del Banco Mundial), hacia una mayor homologación con las economías de mercado liberales, no se ha confirmado; por el contrario, se ha profundizado el modelo existente con un manifiesto giro a favor de lo público alentado por las exigencias de la propia guerra comercial con EEUU.

Sí son evidentes las diferencias en la política exterior, muy alejada de la modestia denguista, aunque el arranque de este cambio habría que referenciarlo a los Juegos Olímpicos de 2008, cuando China anunció al mundo que estaba de vuelta. La diplomacia de Xi hace gala de una clara voluntad de no amilanarse y también se muestra dispuesta a lograr su reconocimiento pleno como “país grande”, de lo que se deriva un mayor protagonismo en la gobernanza global.

En lo ideológico-político hay novedades sustanciales. Lo primero es la identificación de una nueva contradicción principal que echa el cierre al maoísmo y al denguismo, por partida doble. El énfasis se pone ahora en las tensiones entre la demanda social y un desarrollo desequilibrado. El xiísmo plantea una actualización sistémica con el trazado de las bases de una nueva legitimidad basada en la ley. Si el denguismo tardío priorizó cierta restauración confuciana, el protagonismo ahora, sin desautorizar ni desandar lo recorrido, es el legismo. Por otra parte, hay una clara vocación de restauración del marxismo, muy presente en el entorno formativo y educativo, más allá de las instancias propiamente partidarias. Todo ello parece disponerse a modo de blindaje ideológico frente a la penetración liberal en un momento crucial de la reforma y con ese doble horizonte de objetivos para 2035 y 2050 (Ríos, 2021).

La “nueva era” del socialismo con peculiaridades chinas se completa con alteraciones significativas en las dinámicas partidarias que se traducen en el fomento de la lealtad, la centralización, el culto a la personalidad y el cuestionamiento de la institucionalidad sucesoria diseñada por Deng Xiaoping. Esto entraña riesgos importantes que pueden hacer resurgir viejos fantasmas y derivar en la recreación de una incertidumbre de escaso beneficio por más que el “liderazgo fuerte” (primus supra pares) se reivindique en tiempos de turbulencias.

Si la etapa propiamente denguista se da por concluida con el ascenso de Xi Jinping (2012), su “socialismo con peculiaridades chinas”, con independencia de la categoría conceptual finalmente atribuida al xiismo, persistirá como tronco principal de esa China que en su centenario (2049) debiera celebrar la culminación de una modernización a medida, pensada desde dentro y ofreciendo la “solución china” como alternativa al “pensamiento único” alentado por las tribunas liberales de Occidente. Esa es parte sustancial también del sueño chino.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China, www.politica-china.org

 

Referencias bibliográficas

Deng Xiaoping (1985), Textes Choisis (1975-1982), Editions en Langues Étrangères, Beijing, China

Deng Xiaoping (1987), Problemas fundamentales en la China de hoy, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Beijing, China.

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Díaz Vázquez, Julio A. (2010), China ¿otro socialismo?, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba.

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(Publicado en núm. 36 (2022), Revista Gerónimo de Uztariz, en https://guztariz.journals.publicknowledgeproject.org/index.php/guztariz/article/view/1286)