Tecnología digital: Entre la democracia y el autoritarismo Alfredo Toro Hardy es diplomático retirado, académico y autor venezolano

In Análisis, Sociedad by Xulio Ríos

En un esclarecedor artículo publicado en The New York Times, Shoshana Zuboff hacía el siguiente comentario: “Los Estados Unidos y las demás democracias liberales del mundo han fallado en la construcción de una visión política coherente para un siglo digital, una capaz de promover los valores y principios democráticos. Mientras los chinos han diseñado y desplegado tecnologías digitales aptas para consolidar su sistema de gobierno autoritario, Occidente ha permanecido ambivalente y confundido” (“The Coup We Are Not Talking About”, January 29, 2021). En otras palabras, mientras China ha logrado utilizar la tecnología digital como un potente instrumento al servicio de su modelo autoritario, Occidente y de manera particular Estados Unidos no han logrado articular una estrategia digital llamada a fortalecer la democracia.

 Las implicaciones derivadas de lo anterior resultan fundamentales. China y Estados Unidos se han adentrado en una Guerra Fría en la que la superioridad de sus respectivos modelos políticos y de sociedad está en juego. La confrontación autoritarismo-democracia y la aspiración de ambos modelos de erigirse en paradigma dominante, constituyen la esencia de la dinámica internacional en curso. Siendo así, el hecho de que las tecnologías digitales hayan podido convertirse en una importante herramienta al servicio del autoritarismo chino, pero no de la democracia estadounidense, brinda una vital ventaja comparativa a la nación asiática.

 Sin embargo, decir que las tecnologías digitales no se encuentran al servicio de la democracia estadounidense constituye una atenuación mayúscula de la realidad. Mucho más correcto sería decir que éstas conspiran abiertamente contra la misma. En efecto, ellas se han transformado en potentes instrumentos al servicio de la subversión anti democrática. Dichas tecnologías, dentro de las cuales Facebook asume un lugar de privilegio por su dimensión, son voraces difusoras de información desligada de toda exigencia de veracidad. En tanto tales, han dado nacimiento a un universo paralelo regido por realidades virtuales ajenas a los hechos. Su capacidad ilimitada de interconectar a los seres humanos se ha transformado así en inversamente proporcional a la difusión de la evidencia científica o de la comprobación empírica. Infinidad de seres humanos, encerrados en este universo paralelo, viven al ritmo de un diluvio informativo desligado de todo atisbo de objetividad fáctica. En tanto tales, se convierten en presas fáciles para todo tipo de teorías de la conspiración y para la insurgencia anti sistema.

 Nada de ello ocurre en China donde la Ley de Inteligencia Nacional de 2017 y otros instrumentos legales, obligan a las compañías de este sector a proveer al gobierno de toda la información que recaben de sus usuarios. El solo súper-app WeChat, que cubre todas las necesidades de estos en su vida diaria, le permite al Partido Comunista Chino tener un control directo sobre el pensamiento y las acciones de 1,4 millardos de ciudadanos.

 Mientras en Estados Unidos las redes sociales promueven el caos democrático, en China fortalecen el control autoritario. Más aún, según señala Yuval Noah Harari en su obra 21 Lecciones para el Siglo XXI, a mediados y finales del siglo XX las democracias superaban abiertamente a los regímenes autoritarios en el procesamiento de la información. La democracia, refería, distribuye el poder para procesar la información y la toma de decisiones entre múltiples interlocutores, involucrando por tanto a una pluralidad de instituciones y de actores políticos. Los gobiernos autoritarios, por el contrario, centralizan dicho proceso. Dada la tecnología disponible en el siglo XX, y sus limitaciones en la capacidad de procesamiento de datos, concentrar demasiada información y poder decisión en un solo punto inevitablemente conducía a altos niveles de ineficiencia. Ello, inevitablemente, saturaba la capacidad de respuesta del decisor, haciéndole perder sentido de perspectiva.

 Esto, según Harari, propició el rezago de la Unión Soviética frente a Estados Unidos y jugó un papel importante en su colapso. Mientras en la URSS los decisores se veían desbordados ante un volumen de información que no tenían como ordenar o interrelacionar adecuadamente, Estados Unidos diseminaba la información entre medios de comunicación, think tanks, lobbies, comités congresionales, agencias federales, etc. La pluralidad de interlocutores involucrados en el proceso permitía decantar la información, haciéndola comprensible y manejable. Las cosas sin embargo han cambiado y, tal como lo indica Harari, el péndulo se mueve en la dirección contraria. Con la aparición de la Inteligencia Artificial es ya posible procesar cantidades virtualmente ilimitadas de información de manera centralizada. Más aún, dado que el proceso de aprendizaje de dicha inteligencia se nutre de los volúmenes de información disponible, a mayor volumen mayor aprendizaje. Ello hace que los sistemas centralizados se vuelvan mucho más eficientes que los difusos en el procesamiento de datos. La principal desventaja de los regímenes autoritarios del siglo XX va así camino a convertirse en su ventaja decisiva en el XXI. Máxime cuando en regímenes democráticos como el estadounidense, la distorsión de la realidad se convierte en un componente aceptado del manejo abierto de la información.