Una pandemia, otra respuesta Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Sociedad by Xulio Ríos

En China, la lucha contra la pandemia de Covid-19 enfrenta un momento crítico. Según algunas fuentes, las políticas restrictivas adoptadas para frenar la propagación del virus afectan a una cuarta parte de la población y en torno al 40 por ciento de su economía. Esta realidad compromete no solo sus expectativas de crecimiento, con consecuencias para la producción o el empleo para este año, sino dificulta la recuperación global.

Dicho esto, la lectura que en Occidente se hace de esta coyuntura es un tanto sorprendente. Pongámonos en situación. Si nos atenemos a cifras de contagios, de muertos, índice de vacunación, soluciones tecnológicas aplicadas, repercusiones en la economía, etc. ni mucho menos estamos en condiciones de dar lecciones a nadie. En EEUU, por ejemplo, se acaba de superar la cifra de un millón de muertos, según el recuento de NBC News, frente a los cinco mil de China. Y aunque los datos no sean del todo exactos (como aquí), la evidencia es rotunda. Poco se ha comparado estas magnitudes frente a la exposición cruda del efecto de las restricciones entre la población. ¿Ha habido excesos? Seguro no, lo siguiente. Pero quizá también un poco de autocrítica no nos vendría mal. Aunque corramos el riesgo de no ser políticamente correctos, todos podemos aprender de otros.

Las críticas que ahora se plantean a las estrictas medidas de Beijing en este aspecto coinciden con pronunciamientos de las cámaras de comercio estadounidense o europea que exigen un cambio de política, advirtiendo del efecto contagio entre ciertas empresas que operan en el mercado chino que piensan muy en serio en trasladar la producción a otros países. La pérdida de beneficios por las restricciones se estima entre un 6% y un 15% al final del año, un disgusto que se suma a la preocupación por el daño en la logística, el transporte, las cadenas de suministro, restricciones a los viajes de negocios, etc. Abierta, y hasta imperativamente, se reclama la convivencia con el virus “a riesgo de dañarse la confianza de los inversores extranjeros”. A toro pasado, cabe recordar que, más allá de este momento puntual, la economía china tuvo un crecimiento del 8,1 % en 2021 (EEUU, un 5,7% y la media de la eurozona fue un 5,2%). Veremos qué ocurre en 2022.

Lo cierto es que China, dada su singularidad demográfica, no tiene muchas opciones. Mucha población y, de ella, mucha envejecida, desarrollo desequilibrado entre las diferentes regiones, insuficiencia de los recursos sanitarios… La opción de la “coexistencia” con el virus supone asumir una escala difícilmente manejable de contagios, hospitalizaciones y muertes que también tendría, inevitablemente, un fuerte impacto económico y social. Eso a pesar de que ha logrado articular poderosos medios en orden a la prevención que ha engrasado en estos tres años de pandemia: hospitales temporales en tiempo récord, miles de sanitarios movilizados, etc. Solo en Shanghái, por ejemplo, la capacidad diaria de hacer pruebas equivale a toda la población de Galicia. Las opiniones no pueden ser uniformes pero no parece lógico desautorizar unas u otras a la ligera. En Estados Unidos, por ejemplo, el número de enfermeras por cada 1.000 personas es aproximadamente siete veces mayor que en China. Por lo tanto, una flexibilización repentina de las medidas impondría una gran presión al sistema sanitario. La falta de acceso a los recursos médicos, débiles en muchas zonas, sobre todo las rurales, complicaría la respuesta a un incremento de contagios, corriendo el riesgo de echar por tierra todo el enorme sacrificio llevado a cabo.

No debiéramos olvidar que esta peculiar segunda economía del mundo cuyo poder tantas veces se exagera es, a la vez, un país en vías de desarrollo, por más que a alguno le chirríe esta afirmación. Su PIB per cápita equivale a menos de la sexta parte del de EEUU.

La decisión de China no es fácil. Previsiblemente, seguirá de cerca el efecto del cambio de modelo en la vecina Taiwán, donde los contagios están creciendo ahora de forma exponencial.

Habitualmente, somos apocalípticos en relación a cualquier cosa que pase en China mientras que sus autoridades confían en sus propias capacidades para retomar el impulso, dada su escala y el margen de maniobra para intervenir en el rumbo de la economía. Si nos atenemos a una reciente encuesta de la consultora Ernst&Young, los consumidores chinos son los más optimistas sobre el futuro (60 por ciento frente a un promedio mundial del 48 por ciento).

En lo político, el Partido Comunista tiene por delante un decisivo XX Congreso previsto para otoño al que quiere llegar con la estabilidad garantizada. La pandemia y la debilidad de la economía constituyen retos mayores. Y en medio, entre sus más de 95 millones de miembros, también se dilucidan intereses diversos que afectan a las expectativas de unos y otros. Si Xi Jinping capitalizó hasta ahora el éxito de China en la protección de la vida de sus ciudadanos frente a la pandemia, un hipotético fracaso también le será adjudicado. Cabe esperar, por tanto, que lejos de bajar la guardia, se empecine. Digamos nosotros lo que digamos.