La amplia victoria del Kuomintang (KMT) en las elecciones legislativas celebradas en Taiwán el 12 de enero ha confirmado la condición de favorito de su candidato, Ma Ying-jeou, en los comicios presidenciales del próximo 22 de marzo. No obstante, a pesar de lo abrumadora de la derrota del Partido Democrático Progresista (PDP) y de las expectativas de Ma (que algunas encuestas sitúan con una ventaja de veinte puntos), su rival Frank Hsieh, no tira la toalla. Mientras, en Beijing, con la euforia contenida, se mantiene un silencio prudente.
La radiografía básica de los resultados registrados el 12 de enero podría ser la siguiente: el KMT superó sus propias expectativas al obtener 81 diputados, lo que le otorga una mayoría que excede los dos tercios (el Yuan legislativo se ha reducido de 225 escaños a 113); el PDP –que partía como fuerza minoritaria en el parlamento- quedó muy por detrás de su objetivo de alcanzar 50 escaños (solo obtuvo 27); el KMT amplía su mayoría en contra de la independencia con la representación obtenida por el PPP (1 escaño) y el PN (2 escaños); el nivel de participación fue similar al de hace cuatro años (58,5% frente a 59,2%). Por otra parte, los dos referéndum convocados en la misma jornada han sido invalidados al no alcanzarse el quórum mínimo del 50% (el KMT, que fue promotor de uno de ellos, llamó a la abstención y la participación rondó, en ambos casos, el 26%). El presidente del PDP, Chen Shui-bian, presentó su dimisión ipso facto, asumiendo la responsabilidad de tan rotundo fracaso. La “mayoría dorada” obtenida por el KMT le deja el campo libre para condicionar la vida política en los próximos años.
Sin lugar a dudas, los resultados equivalen a una severa desaprobación de la política seguida por el PDP en los últimos años y que podría resumirse en: marasmo económico y avance de las desigualdades, impunidad de la corrupción, nacionalismo isleño, y deterioro de la relación con EEUU, circunstancias que han incrementado las divisiones internas y las tensiones con otras formaciones aliadas como la UST. La mayoría de la población parece considerar inseparables el relanzamiento de la economía de la decimosexta potencia comercial mundial (y vigésimo octava en términos de PIB per capita) de la mejora de las relaciones con el continente (que absorbe el 40% de sus exportaciones), lo cual, de ser así, inhabilita de facto al PDP para seguir dirigiendo los destinos de Taiwán.
¿Puede considerarse un test de las decisivas presidenciales de marzo? Sin duda, marca una tendencia que en modo alguno se puede ignorar y envía un mensaje a todas las fuerzas políticas invitando a la moderación en las relaciones con Beijing. Por otra parte, constituye un mal presagio para el voto soberanista. La esperanza del PDP radica en una mayor concurrencia a las urnas por parte de quienes no solo temen los 1.328 misiles desplegados por China continental frente a sus costas y que Chen recuerda a cada paso, sino también los abusos de poder del KMT. Pero para ello deberá moderar su discurso demarcándose radicalmente de la más agresiva estrategia de Chen que ha despreciado el sentimiento mayoritario de los taiwaneses, claramente instalado en el rechazo tanto de la unificación como de la independencia.
La estrategia continental, basada en una cooperación privilegiada con el KMT y el aislamiento del PDP, no tanto para fomentar la unificación como para impedir la expansión de las tendencias independentistas, ha dado sus frutos. Cualquiera que sea el resultado de las presidenciales, nuevas tendencias irrumpirán en la política taiwanesa. Ma ya ha prometido autorizar las visitas de turistas continentales o restaurar las comunicaciones directas interrumpidas desde hace 60 años.
La insistencia del PDP en la convocatoria del referéndum sobre el ingreso de Taiwán en Naciones Unidas, desautorizado por sus principales valedores políticos (Condoleeza Rice calificó de “provocación inútil” el plebiscito), contrasta con la cada día más delicada situación de sus aliados diplomáticos (Malawi ha reconocido a Beijing en plena campaña electoral y lo mismo podrían hacer las islas Marshall, Panamá y toda Centroamérica, Santo Tomé y Príncipe, etc.). El espacio internacional de Taiwán se reduce cada día, circunstancia agravada por el deterioro de la confianza con EEUU, lo que supone un importante fracaso en materia de política exterior.
¿Que consecuencias tendría la victoria de Ma? Básicamente la afirmación del statu quo, entendido como la preservación de la situación actual caracterizada por la independencia de facto de Taiwán, descartando tanto la independencia de jure como la simple anexión de la isla por parte del continente. A la luz del derecho internacional, Taiwán es parte de China, pero no es menos cierto que los sentimientos identitarios crecen en la isla en directa proporción al incremento de electores nativos, que serán prácticamente la totalidad en una generación. El KMT, en esta ocasión, ha sabido manejar esa clave secundando matizadamente algunas propuestas del PDP, pero a sabiendas de que el seguro estrechamiento de lazos con Beijing en ningún caso podrá hacer de Taiwán otro Hong Kong o Macao, como asegura Chen a sus seguidores.