En las elecciones presidenciales y legislativas celebradas el 11 de enero en Taiwán, la presidenta Tsai Ing-wen logró una victoria incontestable. Su 57,1 por ciento de los sufragios frente al 38,6 por ciento de su más directo rival, Han Kuo-yu, habla por sí solo. El hecho es más notorio aún si tenemos en cuenta que un año antes su popularidad rondaba el 35 por ciento de la intención de voto, producto de una gestión más que controvertida, frente a más del 50 por ciento de Han. Las causas de tan pronunciado giro son conocidas: el impacto en Taiwán del discurso de Xi Jinping del 2 de enero de 2019, la capitalización política de los disturbios en Hong Kong, la exhibición de firmeza frente a las presiones continentales, el apoyo de EEUU…
La victoria sin peros de Tsai tiene sus matices en las elecciones legislativas. En el parlamento, su partido, el Minjindang o PDP (Partido Democrático Progresista) obtuvo 61 escaños, perdiendo 7 en relación a 2016. Por el contrario, el principal partido de la oposición, el KMT (Kuomintang), obtuvo 38 escaños, es decir, 3 más en relación a 2016. Cabe destacar también la irrupción del Partido Popular de Taiwán, del alcalde de la capital Ko Wen-je, con 5 escaños y el 11,5 por ciento de los votos. En relación a la controversia a través del Estrecho, el PPT intenta guardar distancias de las dos grandes formaciones pero cabría asociarlo al “entendimiento pragmático” con Beijing.
Con sus 61 escaños, el PDP tiene asegurada la mayoría absoluta (57) pero el mapa electoral resultante advierte del amplio soporte con que cuentan en la isla los partidarios de una relación apaciguada con China continental, lo cual puede dificultar la implementación del programa político soberanista. La diferencia que separa en votos en las legislativas a PDP y KMT es de apenas 87.737, muy inferior a la distancia que separa a Tsai de Han en las presidenciales (8.170.231 frente a 5.522.119). En la lista de diputados generales (no distritales), PDP y KMT empataron. En la victoria personal de Tsai confluyen variables que se mitigan sensiblemente a la hora de evaluar el más amplio escenario electoral. Y el KMT reeditará su política obstruccionista hasta donde le permitan las circunstancias. Sería por tanto excesivo interpretar los resultados en clave de cheque en blanco otorgado al soberanismo. Los números son ajustados.
Al KMT le incumbe analizar en detalle los resultados. Su presidente, Wu Den-yih, presentó la dimisión, al igual que otros dirigentes. Sobre él recae gran parte de la responsabilidad de la derrota, especialmente por su escaso acierto en la gestión de las primarias internas, en la confección de las listas o en la incapacidad para solventar las diferencias con pesos pesados nacionalistas (Wang Jin-pyng, Terry Gou…) lo cual debilitó su unidad. La regeneración de la formación está en boca de todos desde hace años pero la gerontocracia que la usufructúa suscribe el discurso con la esperanza de que tras la tormenta las cosas se calmen y todo vuelva a su sitio. Otras voces reclaman una urgente actualización del programa que incida en un replanteamiento de la política a través del Estrecho, principal caballo de batalla en la campaña electoral, desechando el compromiso con el “Consenso de 1992” (una China, dos interpretaciones). En paralelo, la taiwanización de la formación implicaría desprenderse de los atributos que le asocian con el continente, donde el KMT tiene su origen. Decisiones de alcance que a buen seguro provocarán un intenso debate y llegado el caso, podrían propiciar la ruptura de la formación y de su “alianza” con el PCCh para frenar el independentismo.
Al evaluar los resultados electorales, en Beijing se reiteró la adhesión a la política ya conocida. Con independencia de esta pose, no es de esperar que se produzcan cambios profundos aunque se especula con una probable sustitución del ministro responsable de la Oficina de Asuntos de Taiwán del Consejo de Estado, Liu Jieyi, como ya se hizo con Wang Zhimin, ex director de la Oficina de Enlace del Gobierno central en Hong Kong. También podría haber novedades en la retórica y en la táctica a emplear. Más allá se descartan brusquedades, a no ser que el PDP adopte medidas, incluso en lo aparentemente simbólico, que puedan argumentar una fuerte reacción continental. Sería el caso, por ejemplo, de alentar reformas constitucionales (bandera, definición del territorio, etc.) como sugieren algunas corrientes del PDP y movimientos afines. No es probable que Tsai secunde estos planteamientos pero está por ver cómo implementa la ley anti-infiltración recién aprobada, que a algunos trae el infausto recuerdo del macartismo… Beijing, por su parte, también tiene sus propios fantasmas en el armario, especialmente en el Ejército Popular de Liberación, más en línea con dar pasos hacia una “solución” drástica.