Mal haríamos en descalificar de buenas a primeras el creciente empeño manifestado por las autoridades chinas en evolucionar hacia un régimen más democrático, como también en exagerar sus pretensiones deduciendo a la ligera que en su horizonte se contempla el logro –paso a paso y siguiendo el mismo gradualismo aplicado en el orden económico– de la homologación institucional con los sistemas políticos occidentales, dando por sentado que ni otra posibilidad existe ni otra evolución es posible. Por el momento al menos, aunque hablar de democracia esté de moda en China, no parece ser el caso. Es justo reconocer que no existe una posición dogmática de absoluto rechazo a largo plazo, y a cada paso surgen testimonios y evidencias, tanto en el mundo académico como político, que dan cuenta de la trascendencia del debate y de la ausencia de unanimidad, lo que impondrá severas cautelas en el proceso para no afectar a la sacrosanta unidad interna. La reforma en Pekín sigue abierta.
(Articulo publicado en Política Exterior 137, septiembre-octubre 2010, http://www.politicaexterior.com)