En 2017 China representó el 25 por ciento de la producción global al tiempo que contribuyó a un tercio del crecimiento de la economía del mundo. Más aún, dicho país no sólo posee las mayores reservas financieras y los mayores excedentes comerciales del planeta, sino que ha sido por años el mayor receptor internacional de inversiones extranjeras y el primero, segundo o tercer socio comercial de casi todos los países del globo. Hasta hace poco era creencia generalizada que, a comienzos de la próxima década, China superaría el PIB de Estados Unidos en términos absolutos, de la misma manera en que ya en 2014 lo había superado en Poder de Paridad de Compra. De hecho, medido en Poder de Paridad de Compra el PIB chino alcanzó a US$ 25,3 billones (millón de millones) en 2018 frente a US$ 20,5 billones de Estados Unidos. Según diversos estimados para mediados de siglo el PIB chino, en términos absolutos, podía llegar a resultar tres veces mayor al estadounidense (Auslin, M.R., Asia’s New Geopolitics, Stanford: Hoover Institution Press, 2020; Pillsbury, M., The Hundred-Year Marathon, New York: Henry Holt Company, 2019; Shambaugh, D., China & the World, Oxford: Oxford University Press, 2020).
En 2018, China alcanzó las cuatro décadas del proceso de apertura y reforma económica iniciado por Deng Xiaoping, durante el cual 700 millones de sus ciudadanos salieron de la pobreza. Durante ese tiempo, China creció a un porcentaje anual de 10 por ciento. Desde luego, en la medida en que la economía china fue madurando la tasa real de crecimiento disminuyó de 14,2 por ciento en 2007 a 6,9 por ciento en 2018. Más aún en 2019, bajo el impacto de la guerra comercial desatada por Trump, este se redujo a 6,1 por ciento. Puesta en perspectiva, sin embargo, esta última cifra resultaba aún descomunal. Un crecimiento del 6,1 por ciento equivalía a añadir todos los años a la economía china el PIB absoluto de Australia, la décimo tercera economía del mundo para ese momento (Tan, H. “China says its economy grew 6.1 in line with expectations”, CNBC, January 17, 2020; Wong, J., “China’s economy 2018”, East Asian Policy, 10 (1), 2018).
En el Décimo Noveno Congreso del Partido Comunista Chino en 2017, Xi Jinping detalló su visión de largo plazo para el desarrollo de la economía de su país. Tal visión comprendía tres etapas bien definidas. La primera perseguía hacer de China una sociedad moderadamente prospera para 2020; la segunda, alcanzar una economía socialista moderna para 2035; y la tercera, haber transformado a China en una sociedad prospera y pujante para 2050. La tercera de las etapas debía materializarse poco después del primer centenario de la República Popular China. Para ese momento, el país debería haber alcanzado un PIB de US$ 50 billones en términos absolutos, es decir casi tres veces mayor al actual PIB estadounidense. Ello debía traducirse en un PIB per cápita de US$ 40,000, lo que equivaldría al actual PIB per cápita alemán. Para alcanzar ese propósito, China debía crecer a tasas de 5 por ciento anual entre 2020 y 2035 y de 3,5 por ciento entre 2035 y 2050. Dados los antecedentes de crecimiento económico chinos, tales tasas se planteaban como perfectamente razonables (Wong, J., citado).
Con la población en edad laboral encogiéndose, como resultado del envejecimiento poblacional del país, mantener las tasas de crecimiento económico planteadas no es reto simple. Para compensar el decrecimiento poblacional y mantener un sólido crecimiento económico, se hace necesario aumentar las tasas de productividad. Ello entraña el uso más eficiente del capital por parte del trabajador. Es aquí donde la tecnología pasa a jugar un papel fundamental. El énfasis chino por transformarse en una superpotencia tecnológica apunta en la dirección correcta. Su “Hecho en China 2025” contiene todos los elementos para garantizar un ambicioso desarrollo tecnológico que de sustento a una productividad elevada. Así las cosas, todo parecía indicar que China seguía la ruta adecuada para alcanzar los planes trazados por el propio Xi Jinping en el Décimo Noveno Congreso del PCC.
Sin embargo, la rigidez, la obsesión por la seguridad, la pugnacidad internacional y el énfasis en el estatismo que caracterizan a Xi Jinping, están afectando seriamente la productividad y el crecimiento económico chinos y, junto con ellos, las aspiraciones de transformar al país en la primera potencia económica del planeta. Más aún, los grandes objetivos geopolíticos planteados por Xi podrían conducir a una sobre extensión de compromisos militares que pasmasen a la economía y condujesen a un declive prematuro de su condición de superpotencia.
La rígida aplicación en la política de cero Covid ha contribuido a un drástico ralentizamiento de la economía china, a la fractura de sus cadenas de suministro y a una crisis de su comercio internacional. El énfasis en la seguridad ha hecho pasar a la economía a un manifiesto segundo plano, tal como evidenciado en el reciente Vigésimo Congreso del PCC donde las palabras seguridad y lucha opacaron por completo las referencias a la economía. Concomitantemente, los 7 miembros del Comité Permanente o los 24 miembros del Comité Central del partido, que emergieron de dicho Congreso, carecen de experiencia económica. El desafío frontal a Estados Unidos y las referencias continuas a su decadencia fueron responsables de que el Presidente Biden decretase un embargo draconiano a las exportaciones de semiconductores a China. Embargo que pone en entredicho los ambiciosos planes de desarrollo tecnológico chinos. El énfasis en el estatismo económico ha llevado a privilegiar a las empresas estatales, caracterizadas por su menor nivel de productividad, y a cargar de regulaciones y restricciones a sus gigantes privados de la alta tecnología, pulverizando con ello su valor de mercado y frenando su condición de turbinas de la economía. Como resultado, la inversión privada y la inyección de capital extranjero se retraen.
Todo lo anterior está impactando fuertemente el crecimiento económico chino, el cual se estima que será de 2,5 por ciento este año. De hecho, dicha cifra bien podría convertirse en el nuevo normal. La misma representa la mitad de lo previsto en los planes trazados en el Decimo Noveno Congreso del PCC y apenas un punto por encima del 1,5 por ciento en el que se estima que crecerá la economía estadounidense en 2022. Con niveles de crecimiento económico como estos, habría que esperar hasta el 2060 para que la economía china desplazase a la estadounidense. Es decir, un retraso de treinta años en las aspiraciones chinas de convertirse en la primera potencia económica del planeta. Y ello, si acaso (Sharma, R., “China’s economy will not overtake the US until 2060, if ever”, Financial Times, October 23, 2022).
El sí acaso está directamente relacionado a las grandes ambiciones geopolíticas chinas y a la cuenta regresiva que Xi Jinping pareciera haber impuesto para la realización de éstas. Particularmente en lo referente a la reabsorción de Taiwán por parte de Pekín. Ello bien podría conducir a lo que Paul Kennedy califica como el “sobredimensionamiento imperial”. Este entraña el declive de una gran potencia, alimentado por la espiral de gastos militares en ascenso, contracción de la inversión productiva y decrecimiento económico en aumento. De ser así el “Sueño Chino de Rejuvenecimiento Nacional”, tan añorado por Xi, podría terminar dando lugar al declive prematuro de China como superpotencia (The Rise and Fall of the Great Powers, New York: Random House, 1988).