Kashgar/Urumqi (China), 7 may (EFE).- Un muecín llama a la oración durante el Ramadán desde la mezquita de Id Qah en Kashgar, la más grande de China. Lo hace sin altavoces, a diferencia de otros lugares islámicos, mientras medio centenar de fieles acuden a rezar al templo, pocos para una ciudad de más de 700.000 habitantes.
La mezquita, construida originalmente en el siglo XV y rodeada de jardines, puede acoger hasta 20.000 personas y es el emblema de Kashgar, una de las ciudades habitadas más antiguas del mundo y la legendaria capital del sur de Xinjiang, poblado mayoritariamente por la etnia uigur.
Desde 1990 los imanes pasaron a ser designados por el Gobierno chino, igual que los priores de otras religiones en el país, que considera a los clérigos «profesionales religiosos».
Eso hizo que los líderes espirituales uigures que apoyaban en mayor o menor grado las políticas del gobierno fuesen considerados «herejes» por los radicales islamistas y se volvieran objetivo de sus atentados.
DE 4.000 A 800 FIELES EN DIEZ AÑOS
El hijo del imán asesinado, Mamat Juma, que adoptó como apellido el nombre de su padre y tiene ahora 51 años, le sucedió al frente de la mezquita y es el actual responsable de Id Qah.
«Hace diez años a la oración del viernes venían entre cuatro mil y cinco mil personas y en Ramadán llegábamos a siete mil. Ahora los viernes tenemos entre 800 y 900», reconoce.
A las cinco oraciones diarias preceptivas del islam acuden todavía menos fieles, entre 450 y 500 en período normal, aunque según pudo constatar Efe no había ese día, que no era viernes, más de medio centenar.
Kashgar es uno de los lugares de la región con más población uigur (más de un 70 %), aunque Mamat precisa que «no todos los uigures son musulmanes» y afirma que los religiosos en la ciudad suponen solo entre un 30 y un 40 %.
«Es verdad que ahora hay menos gente observando el ayuno de Ramadán y rezando, eso es principalmente porque el estilo de la vida de la gente está cambiando, la gente corre más y más para ir a trabajar y hacer otras cosas», lamenta.
El imán dice que la ausencia de altavoces para el muecín -que hace que apenas se escuche su voz más allá de la plaza que rodea a Id Qah- es «para no perturbar la vida de la población no musulmana que vive cerca».
Y afirma que en Kashgar hay 150 mezquitas y que «en toda su vida» no ha visto «ninguno de esos templos demolido o transformado en otra cosa», y tampoco «ningún incidente en que la práctica religiosa se haya conculcado».
«Los extremistas religiosos solían visitar cada mezquita. Mi padre fue asesinado sin ningún motivo, mataban a la gente con el pretexto de la religión», dice y explica que desde entonces se han centrado en «popularizar entre los creyentes la correcta interpretación del Corán y del islam» tras lo que no ha habido más episodios violentos.
También asegura que Id Qah, que está abierta todo el día, no se ha cerrado nunca, salvo una vez en 1976 durante la Revolución Cultural y ocho días el año pasado a causa de la pandemia.
CIENTOS DE JÓVENES QUE ESTUDIAN PARA SER IMANES
Omar Abdel Abdulá es un joven uigur de 24 años que estudia religión en el enorme Instituto Islámico de Xinjiang, creado en 1987 pero con unas nuevas instalaciones inauguradas en 2017 por el Gobierno regional a las afueras de Urumqi, la capital de la región.
Se trata de una superficie de 100 mil metros cuadrados con librería, canchas deportivas, gimnasio, salas de oración y una impresionante mezquita, además de decenas de aulas y dormitorios para los estudiantes.
Allí estudian cerca de 900 jóvenes de entre 18 y 26 años, 389 de ellos en programas de graduación para convertirse en imanes en sus lugares de origen.
«Después de graduarme de educación secundaria, me gustaba mucho la religión y había muchos musulmanes a mi alrededor. Por eso, decidí aprender el islam de un modo correcto y vine a este centro», cuenta a Efe el futuro imán Abdulá, que nació en el condado de Hotan, en el sur de Xinjiang, en una familia acomodada para el estándar local.
El joven asegura que no hay ninguna restricción para ser religioso en Xinjiang y no cree que el hecho de que China sea un país comunista «sea un impedimento para practicar el islam».
«La libertad religiosa está consagrada en la Constitución china. Que solo se pueda rezar en casa o en una mezquita es nuestra opción. Si lo hiciésemos en un lugar público, perturbaríamos el orden y molestaríamos al resto de gente que no es religiosa», afirma.
En Xinjiang no está permitido rezar en los espacios públicos, las escuelas o los centros de trabajo.
Los estudiantes del centro, en el que se han graduado 43.000 personas desde su fundación, proceden en un 70 % del sur de Xinjiang y estudian la rama hanafí del islam suní, además del Corán y árabe.
Reciben becas para costear sus estudios y los que llegan de cuatro prefecturas del sur -Aksu, Hotan, Kashgar y Kizilsu- están exentos de pagar los dormitorios.
El portavoz del instituto, Abit Qazbay, asegura que ninguno de los alumnos ha sido «afectado por el extremismo religioso» ni ha estado en los llamados «centros de formación vocacional».
También asevera que no es un requisito no tener barba, aunque dice que a los jóvenes «no les gusta llevarla».
Ninguno de las decenas de estudiantes de la escuela que vimos durante nuestra visita la llevaba.
El instituto, como todas las instituciones del gobierno en el país, señala Qazbay, está gestionado por el Partido Comunista de China (PCCh) que tiene un representante en su dirección.
«Pero la administración del Partido no se mete en el método específico de enseñanza o en otras cuestiones del centro», asegura este profesor de lengua y literatura árabe, de etnia kazaja.
BARBUDOS O MUJERES CUBIERTAS BAJO SOSPECHA
Aunque Efe constató cómo la vida regresaba a las calles de la ciudad vieja de Kashgar tras el iftar -la comida con la que los musulmanes concluyen su ayuno en Ramadán al anochecer-, por el día se veía también mucha gente comiendo en los restaurantes abiertos, al igual que en otras zonas de la región.
Si bien es posible que la práctica del islam haya disminuido en Xinjiang como lo ha hecho la de otras religiones entre los jóvenes del mundo en general, lo sucedido en los últimos años tiene seguramente algo que ver con la caída del sentimiento religioso.
Además de la vinculación entre islam y terrorismo que causó la violencia, unos folletos distribuidos en 2014 por algunos condados, que sufrieron especialmente los atentados, detallaban hasta «75 signos de extremismo religioso» para que los vecinos alertasen de comportamientos sospechosos.
Entre ellos, se citaba rezar en lugares públicos, boicotear actividades comerciales no acordes con el islam, dejarse la barba larga o llevar ropa cubriendo el rostro en el caso de las mujeres, sobre todo el burka.
De hecho, en Xinjiang no es ahora habitual encontrarse por la calle con hombres barbudos, aunque se ven aún algunas -muy pocas- mujeres con la cabeza tapada por un hiyab.
Poco se sabe de quienes entraron en los que China llamaba «centros de formación vocacional» y Occidente «campos de detención», pero, si uno de los criterios era llevar barba o hiyab, resulta difícil imaginar dónde se situaba el límite de la sospecha entre alguien profundamente religioso y un islamista. Efe
(Este es el tercero de una serie de reportajes elaborados tras una visita a Xinjiang organizada por las autoridades chinas y en la que participaron periodistas de 10 medios de comunicación extranjeros).